Viernes, 19 de diciembre de 2014 | Hoy
VIOLENCIAS
Elsa Godoy es la madre de Franco Casco, un pibe de 20 años que vivía en Florencio Varela y viajó en la primera semana de octubre a visitar a su familia en Rosario. Estuvo desaparecido durante 20 días. La última vez que lo vieron con vida fue en una comisaría, luego apareció su cadáver en el río. Si Elsa no hubiera movido cielo y tierra para encontrar respuestas, Franco seguiría desaparecido.
Por Sonia Tessa
Después de 21 años de vivir en Florencio Varela, Elsa Godoy tuvo que instalarse en Rosario, en barrio Ludueña, en la casa de una prima. Se mudó con sus dos hijos más chicos, Maxi, de 16, y Lucas, de 14. Esa decisión que jamás hubiera querido tomar se debió a una sola razón: quiere saber “por qué” murió su hijo Franco Casco, un chico de 20 años que había llegado por primera vez a Rosario para visitar a la familia. El joven fue detenido en la seccional 7 de la policía provincial el 6 de octubre –o el 7, porque las versiones oficiales son contradictorias– y estuvo más de 20 días desaparecido. Elsa viajó para buscarlo, en la comisaría debió exigir que le mostraran el libro de actas, y ahí pudo ver que su hijo no había firmado la libertad. El fiscal Guillermo Apanowicz ni siquiera la atendió durante esos días ni ordenó medidas para encontrarlo. Elsa golpeó todas las puertas que pudo y, muy a su pesar, decidió concurrir a la marcha por el primer aniversario de la muerte de otro chico –Gabriel Aguirrez, de 13 años– en el mismo barrio de su familia. Allí, se encontró con integrantes de organizaciones sociales que organizaron una conferencia de prensa y la acompañaron. Tras la difusión de la búsqueda, el mismo día –30 de octubre– que se realizaba una marcha para pedir la aparición con vida de Franco, el cadáver fue encontrado en el río Paraná, en una zona del cauce en la que no se depositan naturalmente los cuerpos de personas ahogadas. “Me voy a quedar acá hasta que se aclare, que se haga justicia, y me digan por qué lo mataron, qué hizo, porque yo sé que él no hizo nada. Lo mataron a golpes, porque yo tengo una foto que me mostró el fiscal en la que está todo golpeado”, dice Elsa sobre una imagen tomada con un celular en la comisaría 7ma.
Elsa vivía con Franco, que era muy cariñoso. Cuenta con detalles y sin quebrarse toda la búsqueda, pero no puede con las lágrimas cuando recuerda a su hijo. “Franco era muy bueno. Acá está mi nene (por su hijo menor que la acompaña) que se pasa el día abrazándome, besándome, y Franco era igual. El vivía conmigo porque yo estoy separada del padre hace 13 años y los tres más chicos estaban viviendo conmigo. Mis otros hijos son casados. Franco era separado de la primera mujer y estaba de novio con otra chica”, dice Elsa mientras le alcanza la voz.
La primera marcha por la aparición de Franco fue el 21 de octubre. Ese mismo día, la Gendarmería informó que había aparecido un cadáver en el río. Al día siguiente, el padre, Ramón Casco, y Elsa lo reconocieron. En las noches, Elsa no puede dormir al recordar cómo le entregaron el cuerpo de su hijo. Describe que le faltaban las mejillas, y toca la foto. “Lo vi a mi hijo en la morgue y no parecía él. No tenía nada de rostro, la mano no la tenía, era todo hueso, esta parte era todo hueso (señala las mejillas). El en la foto está todo golpeado, todo hinchado”, subraya. La perturba esa imagen y también la de Franco golpeado, en la comisaría, con la cara desfigurada y sin los piercings que usaba debajo del ojo y en el labio. Elsa no quiere que se difunda esa imagen.
Franco tenía 20 años. Un hijo, de tres, llamado Thiago. Era el nombre que se había tatuado en el brazo izquierdo. La desaparición de Franco fue noticia varios días después de su detención, y eso fue porque tanto Elsa como Ramón se negaron a convalidar la versión policial, pidieron explicaciones una y otra vez, pegaron afiches con la foto de su hijo en la terminal de trenes y volvieron muchas veces a la comisaría, pese al maltrato.
–El desapareció el 6 de octubre y el papá viaja a Rosario el 8. La tía ya había hecho la denuncia el día 7. El papá llega a la comisaría 20a (la del barrio) a averiguar y todos los días caminaba por la estación de trenes, de colectivos, las plazas de alrededores. Un día, caminando por ahí, por casualidad entra a esa comisaría a preguntar, en la 7ª (en la zona de la terminal de ómnibus), si no habían visto a un pibe llamado Franco Casco. Al otro día va con una foto y pregunta de nuevo si no habían visto a ese chico y le dijeron que con ese apellido no, que sí habían detenido a ese chico como Franco Godoy, el 6 de octubre, pero ya habían pasado 9 días y le dijeron que le habían dado la libertad el mismo día, porque lo habían detenido por averiguación de antecedentes. Cuando yo viajo a Rosario, directamente me voy a la comisaría, porque el papá ya me había dicho que él estuvo ahí. Ahí me dicen ellos que estuvo, pero que el día 7 le habían dado la libertad por falta de antecedentes. Me di cuenta de que me estaban mintiendo porque yo pedí, exigí que me mostraran el libro de actas y me dijeron que no me lo podían mostrar, porque era secreto de sumario. Al otro día fuimos con mi primo y lo exigimos. Entonces sí me lo mostró el suboficial que lo detuvo a Franco. Primero dio muchas vueltas, que no podía, y que lo detuvo por desacato, porque estaba dado vuelta. Dijo que parecía que estaba loco. Y yo ahí ya dije que no podía ser, él no es así, si no conocía nada acá, no se iba a portar mal, no se iba a resistir tampoco. El suboficial no me mostró la firma, yo quería ver la firma de él, y no, no me mostró.
En la Justicia provincial, Elsa tuvo tan poca respuesta como en la comisaría. “Ese mismo día me fui a la fiscalía y me atendió un fiscal que no era el fiscal, era el secretario, pero en todo momento me dijo que era el fiscal. El papel nunca se presentó. Me dijo que se iba a hacer cargo del tema ‘ya, ya’, pero nunca averiguó nada, nunca me llamó. Al otro día fui de nuevo a preguntar si tenía alguna noticia, si había llamado a la comisaría, y me dijo: ‘sí, pero me dijeron lo mismo que le dijeron a usted’. Entonces yo dije ‘ellos están mintiendo’. Se nota que el fiscal estaba con ellos también porque nunca averiguó nada. O ya lo sabía y no me quería decir, o se hacía el tonto, por no decir otra cosa. Y después pasaron 15 días, 21 días. Un día antes de que lo encontraran a Franco, el fiscal me cita y me muestra una fotografía donde Franco está golpeado. Esa foto estaba en el archivo, en el libro del expediente, y me la mostró. Veo que está todo golpeado. Fue el día antes de que apareciera el cuerpo. Cuando se hizo la marcha, ahí apareció el cuerpo.”
Antes del hallazgo en el río Paraná, hubo un intento por desviar la investigación. Esa misma mañana, el fiscal había llamado al papá de Franco para que viera unas supuestas imágenes del día anterior, en una iglesia evangélica. “La vio el papá, y dijo que no era de él, porque era muy petiso y Franco era alto”, dice Elsa. El defensor general de la provincia, Gabriel Ganón, que representa a la familia Casco, cree que el dato falso de la iglesia formó parte del “encubrimiento”. “La llamada para avisar de esas supuestas imágenes de Franco provinieron del mismo comisario de la 7a”, arguye Ganón, quien acusa a los fiscales de dejar la investigación en manos de la misma policía que debía ser investigada por la detención irregular de Franco y su posterior desaparición. Las irregularidades son profusas: el informe médico dice que Franco estaba “desorientado en tiempo y espacio”, pero aun así –siempre según la versión policial– lo liberaron sin derivarlo a un centro médico.
Ante esta cantidad de datos, Ganón se presentó a la Justicia federal para que se investigara “desaparición forzada de persona”. El juez federal Marcelo Bailaque rechazó esa presentación, pero más tarde la jueza provincial Roxana Bernardelli consideró que había elementos para investigarlo. Ahora es el magistrado Carlos Vera Barros quien deberá decidir si la acepta. Todos los policías de la comisaría 7a siguen en su cargo. La familia de Franco pidió una audiencia con el gobernador Antonio Bonfatti pero no tuvo respuesta.
–Es la primera vez, yo no sé nada de esto, todavía me cuesta un montón saber de lo que se habla, lo que me dicen, no entiendo, es mucha gente la que me está hablando y me pierdo...
Con todas estas idas a Tribunales, las marchas para reclamar, Elsa vive una nueva vida, lejos de aquellos días en Florencio Varela en los que estaba con sus once hijos y los nietos, que tienen de 19 a un año. A los nietos los extraña y, sobre todo, no puede evitar el temor por sus hijos más pequeños. “Les transmito el miedo a ellos, tengo miedo cuando ellos salen a la calle, de que estén a la vereda, de que esté la policía. Les digo que vengan para acá, que no se vayan, pero ellos son adolescentes y tienen derecho a divertirse con los primos.”
Durante los días en que Elsa buscaba con desesperación a Franco, el 17 de octubre, identificaron el cuerpo de Luciano Arruga en el cementerio La Chacarita, en Buenos Aires, después de cinco años y ocho meses de su desaparición. A Luciano la última vez que lo vieron con vida fue en el destacamento policial de Lomas del Mirador, muy golpeado. El día de la identificación, en la conferencia de prensa, Vanesa Orieta habló –como lo hizo durante todos los años de la búsqueda– de la “mirada discriminante y criminalizante de los jóvenes”. Elsa vio esa nota por la televisión. “Había escuchado esa información cuando estaba buscándolo a él, pero justo sale eso y me pasan a mí en el noticiero cuando Franco estaba desaparecido”, marca la coincidencia. El parecido entre las muertes de Luciano y de Franco es innegable, aunque sean policías provinciales de distintas jurisdicciones las que deban dar explicaciones.
–Mi prima tiene una sobrina que trabaja en temas de derechos humanos y vive acá cerquita. Ella me llevó a la plaza donde se hacía una marcha por un año que habían matado a un chico. Yo decía que no podía ir. No puede ser, que no podía ir a preguntar nada, porque es una cosa muy distinta, es la muerte de un chico y yo decía que no podía ir. Mi primo me insistió, fui con mi tía, me llevaron obligada. Ahí me atendieron todos, muy rápido, se comunicaron enseguida con los periodistas, con abogados. Eso fue un día lunes, ya se empezó a hacer una marcha y apareció el cuerpo rápido. Si yo no hacía eso, él no aparecía, no iba a aparecer nunca. Pero los policías siguen igual en la comisaría.
–No, nadie, hasta ahora nada. Estamos haciendo marchas, la última marcha la tuvimos el jueves. Pero ahora vamos a ver qué hacemos otra vez, si hacemos marchas o hacemos otra cosa más para que nos den bolilla. Esto llegó hasta el foro federal, pero ahora hay que buscar quién se haga cargo. Nadie se quiere hacer cargo del caso.
En la última marcha por Justicia para Franco, el jueves 11 de diciembre, Elsa dio vueltas en la plaza 25 de Mayo junto a las Madres de la Plaza 25 de Mayo de Rosario. Sólo dos quedan en condiciones de hacer esa manifestación todos los jueves a la tarde, Norma Vermeulén y Elsa Chiche Massa. Ellas estuvieron para abrazar y contener a Elsa. Y para marchar con ella. Dos generaciones de madres que enfrentan la violencia institucional.
Franco Casco era un pibe de barrio. Amaba la música de Pablo Lezcano, había dejado de estudiar, pero tenía el firme propósito de retomar el año que viene. “Se iba a anotar a la noche para seguir estudiando”, cuenta Elsa, que deplora: “Le hicieron esto por ser morocho. No le hubiesen hecho nada si hubiese sido un pibe rubio”. Los hijos más grandes de Elsa siguen viviendo en Buenos Aires, “pero cada tanto vienen, van a venir para las marchas, las audiencias”. El cambio de vida es difícil. “Hay momentos en los que me digo que no voy a seguir. Me canso porque no veo ninguna respuesta. Y después digo que no, me voy a quedar, voy a ser fuerte, me voy a quedar para luchar. Porque él no era un pibe malo, no era un pibe que andaba robando...” Elsa se queda sin palabras, pero se queda hasta ver aunque sea una luz en el fondo del túnel de la Justicia.
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