Viernes, 17 de abril de 2015 | Hoy
ESCENAS
El estado natural, escrita y dirigida por Paula Salomón, refresca la propuesta teatral abigarrada de teorizaciones o dramas personales. Cuando despojarse del yo se vuelve una operación romántica.
El teatro puede parecerse al arte abstracto. Manchas, un fuerte protagonismo del color y la discusión persistente con la figuración, con todo aquello que obligue a la escena a ser interpretada como un reflejo mimético de la realidad. Lo irreconocible está en esos objetos dispuestos como en una instalación. En las situaciones aisladas, abandonadas de un contexto, sueltas para dudar de su propia materialidad.
Un grado cero de la civilización se experimenta en El estado natural como si lxs personajes desconocieran el mundo a su alrededor y debieran preguntarse sobre lo evidente o refugiarse en teorías arrebatadas con arbitrariedad de una suerte de enciclopedia inexistente, derramada en la escena al igual que esos cuerpos que salen reptando de una carpa.
El territorio en el que los actores trabajan tiene la calidad de una abstracción. Los objetos, todo lo que en la representación pertenece al orden de lo visual, parece producto de una interioridad. La palabra, como en un contrapunto, intenta construir un relato en imágenes.
En el teatro de los últimos años se observa una necesidad de recurrir a la teoría, no como un sustento que alimentaría una trama, sino como un dato a jugar en escena, a decir y que en su sola enunciación debería producir un efecto. Aquí la lectura de una obra literaria o la exposición teórica se mezcla con recurrentes fábulas que describen el comportamiento animal y que son interpretadas bajo una graciosa ingenuidad.
Por momentos los episodios se parecen a ejercicios de actuación, como si la obra se propusiera buscar algún procedimiento hacia el interior del hacer teatral. También como si se viera sometida a cierta asfixia de las formas y creyera que el teatro está obligado a mirarse como el arte pop escrutaba a los objetos de consumo. Como manifestaciones de un automatismo que aniquila sentidos y posibles lecturas, que deja al espectador en un estado de despojo.
El abandono de una historia, de una narratividad que sume conflictos y anécdotas, también evita la propagación de personajes. Allí están los actores y actrices mostrando su oficio sin el sostén de la ficción. Su desempeño es pura técnica, del mismo modo que los sujetos funcionan como piezas mecánicas.
Iair Said hace de su desconcierto atontado un estilo cool, como un nuevo dandismo. Una especie de payaso triste, de Buster Keaton sin tragedia que ha hecho de su neutralidad una impronta moderna. La dramaturgia de Paula Salomón se escribe dentro del ciclo Operas Primas, con un cuchillo para hacer del teatro una zona tajeada, sin misterios donde sus mecanismos están expuestos, donde lo artificial ya no es un hecho a construir sino su propia naturaleza. Se respira un modo de presentar las escenas con el arrebato típico del inconsciente, sin ordenarlas en una estructura.
El espacio se vuelve incómodo. Por momentos los personajes se ubican en el fondo de la Sala Cancha del Rojas y dos de los tres actores se sientan de espaldas al público. Minutos después pasan a estar muy cerca, casi a oscuras y en el final la presencia de los actores se desvanece. Ya no están allí los cuerpos. Son sombras, voces. Se van pero antes sueltan un puñado de volantes en una decisión muy setentista.
Es que la obra de Paula Salomón refleja un deseo de volver a esas vanguardias con el riesgo de sonar démodé. Parece que quisiera provocar con recursos de otra época, como si la juventud que supone el título del ciclo fuera anacrónica o como si tuviera la certeza de que nada ha sido superado, que las expectativas del espectador son siempre las mismas y que lo único que queda cuando se elige el formato del ensayo para liberar las obsesiones es aquello que por un momento pudo conmover o revelar una pequeña idea.
El estado natural se presenta los viernes 17 y 24 de abril en el Centro Cultural Ricardo Rojas, Av. Corrientes 2038, CABA.
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