Viernes, 17 de abril de 2015 | Hoy
VISTO Y LEIDO
Una edición de dos volúmenes publicados en Rosario permite descubrir la obra poética de una artista que utiliza la experiencia como material de escritura urgente.
”Estoy yendo a ensuciar/ el nombre de la poesía/ con mis botas// vení la poesía más linda/ es la más sucia y te necesita!” A la manera de una proclama, estos versos de Virginia Negri (Nogoyá, 1980) también describen el procedimiento implícito en el volumen doble de su obra que acaba de publicar la editorial rosarina Yo Soy Gilda. En simultáneo, Una constelación infinita y Nunca enviados abarcan dos aspectos centrales de la obra de esta performer, poeta y artista visual que vive en Rosario desde 1999. Licenciada en Bellas Artes por la Universidad Nacional de Rosario y autora de Te espero conectada, Fuego de noche y Desnudo total y escándalo, Negri entrecruza cierto porte efusivo de las artes visuales con la escritura, la performance y el rito.
Uno de sus estrambóticos poemas, compuestos en un registro similar al de los mensajes de texto y wasaps, lo expresa con claridad: “me cago en los/ códigos literarios”. La construcción de una lengua colectiva e inmediata –no sólo referida a la inmediatez temporal, repentina y urgente, sino también a lo inmediato espacial, lo cercano en la superficie, lo próximo– altera el monólogo de la habitual voz poética; en los poemas de Una constelación infinita, híbridos semejantes a salas de chat, intervienen amistades, novios y chongos, locas chupapijas y madres alcohólicas, el alter ego de Negri y su doble monstruoso, depresivo, incluso cierta impersonalidad que se filtra bajo el disfraz de un saber incuestionable: “La distancia y el tiempo/ matan todo. Si no es una cosa/ es la otra. Pero es eficaz”. Vergonzosas cartas de amor para nadie, pensamientos desarrollados en colectivos, set cumbiero, comments de conchuda, escandalosos estados de Facebook: maneras diferentes de denominar el montaje de textos insurrectos que Negri, con humor, rabia y melancolía, recopiló y editó entre 2007 y 2013. Mensajes recibidos, enviados y otros nunca enviados, algunos de los cuales ella grafiteó luego en Rosario, Santa Fe, Buenos Aires y Montevideo: “Igual tenemos que trascender/ la ciudad, ser transterritoriales”. ¿Pero cómo lograrlo, si ya casi no hay misterio?
“Yo estoy más acostumbrada/ al desamor, no logro/ entender ni apreciar las/ mecánicas del amor”, se lee en uno de los textos finales. Es probable que sea así, pero lo admirable de Negri es su capacidad para encontrar, en la mecánica fallada de una lengua hecha de números free, emoticones y abreviaturas, sustitutos del amor divertidos y descontrolados: “nanananananana/ quequequequequenanananana/ jaaa prostituciooooon// boluda está el gordo Tuca/ en Macnagarcha! baila como/ un gordo gay. qué hacés? esto/ es horrible me quiero ir de acá”. O: “Tomé como negra/ pero me divertí. Hoy sufro”. Y también: “putocaravanero// holaaaa no ami estoy/ ebrios casa vos?”. Del éxtasis al bajón, en unos pocos caracteres se impone un escenario, una narración pícara o desasosegante, se genera un “estado de enviar”. (¿A quién?)
“Una constelación infinita y Nunca enviados conforman un volumen doble que traduce filtración de arte desde donde emergen versos. Esta edición marca dos recorridos diferentes. Por un lado, en Una constelación infinita Negri bucea los límites de una retórica expandida, originado en el mundo íntimo de la autora y traficado a ‘poesía rupestre’, como dice Beatriz Vignoli, instalada en muros de distintas ciudades. Por el otro, en Nunca enviados se organiza una crónica visual que devela registro para el verso, explorado en la inmediatez del mensaje de texto”, comenta Lila Siegrist, una de las editoras que, junto con Georgina Ricci, Alejandra Benz, Julia Enríquez y Agustín González, trabajó para este “fiestón” que son los libros de Negri publicados por Yo Soy Gilda.
Una constelación infinita/Nunca enviados
Virginia Negri
Yo Soy Gilda Editora
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