La pareja de Cornelia y Josh (Naomi Watts y Ben Stiller) no tiene grandes problemas. Pasados los cuarenta, la economía está resuelta, la rutina fluye con elegancia y ellos se ven bien. Es cierto que las ganas de tener un bebé quedaron sepultadas después de varios intentos fallidos, pero los dos parecen más que conformes con seguir siendo sólo dos, y de hecho Mientras somos jóvenes empieza con la típica secuencia de “mirá qué idiotas se volvieron mis amigos ahora que tienen un bebé”, con ellos sentados enfrente de los jóvenes padres (Maria Dizzia y Adam Horowitz) que se pisan entre ellos para apurar el rosario de lugares comunes: “Te cambia la vida”, “Es el amor más grande que sentí”, y así, como marionetas. El encuentro con amigxs de la misma edad, transformados en esos papis monomaníacos en los que nadie se quiere transformar, le sirve a la pareja para reafirmarse en su lugar, pero el encuentro con otra pareja veinte años más joven –la de Jamie (Adam Driver), aspirante a director de cine, y Darby (Amanda Seyfried), que hace helados artesanales– los descoloca como si de repente, sin entender por qué, se despertaran después de un largo sueño, con arrugas, para darse cuenta de que ahora no tienen veinticinco, tienen más cosas pero hacen menos cosas y las certezas desplazaron a los proyectos.

Mientras somos jóvenes es la nueva película de Noah Baumbach, guionista de las brillantes La vida acuática y Fantastic Mr. Fox, de Wes Anderson, con un puñado de películas propias que nunca se estrenaron comercialmente en Argentina ni traspasaron el gueto del cine independiente. Baumbach empezó su carrera con Pateando el tablero (1995), sobre un grupo de chicxs que quedan suspendidos en el limbo post graduación. Veinte años después, Mientras somos jóvenes muestra a sus protagonistas en otro tipo de limbo, el de ese malestar subterráneo que necesita un detonante para hacerlos estallar y que al menos pase algo: que Josh esté tratando hace ocho años de terminar su segunda película es la prueba de que algo se trabó, se estiró demasiado. No por nada se deslumbra cuando conoce a Jamie, maduro, desenvuelto, que sabe divertirse como un nene pero quiere triunfar como un adulto. Jamie y Darby son de la generación que participa del retorno de todo lo viejo: están casados, comparten un loft con una amiga como si fueran los sesenta, hacen sus propios muebles, andan en bicicleta, miran vhs y escuchan vinilos. Parecen ingenuos pero lo quieren todo, y cuando a Jamie se le ocurre una idea para un documental no hace más que usurpar el mundo de Josh para que todxs se pongan a su servicio. A Josh no le molesta, al principio, extático con la posibilidad de usar un sombrero o de que alguien, al pedirle consejos, le haga sentir por primera vez que de verdad es un adulto. Pero el avance de Jamie a paso fuerte sobre su propia vida le va a hacer revisar nociones tan simples como que la edad por sí sola lo pone en situación de dar consejos, o de saber más, o de aunque sea saber lo que quiere.

En cuanto a Baumbach, parece formar parte de una generación que ahora está procesando en el cine la llegada a los cuarenta (como Judd Apatow con This Is 40) y que realmente parece haber creído que nunca tendría que envejecer, o ni siquiera crecer. Como si el paso entre generaciones se pudiera interrumpir, o por lo menos dilatar lo más posible, dejando los bebés para el último minuto de la vida fértil. Eso que es un hallazgo también tiene fecha de vencimiento, y la confrontación con el momento de saberse ya crecido es lo que Mientras somos jóvenes quiere retratar con un humor que por momentos parece venirle de afuera, de otro registro de comedia, porque funcionan mucho menos los chistes sobre “sentirse un jovato” que los más sinceros de gritar, como una verdad recién aprendida que viene a poner las cosas en su lugar, “¡Soy un viejo!”.