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Viernes, 29 de mayo de 2015

VISTO Y LEíDO

En terapia

En El libro de los divanes, Tamara Kamenszain se sumerge en el discurso psicoanalítico para hacer poesía de altura.

 Por Malena Rey

Cuando a fines de 2012 Tamara Kamenszain publicó sus poemarios reunidos bajo el título de La novela de la poesía, costaba imaginar cómo seguiría con su obra. Porque el gesto totalizador de relectura y redisposición de todos sus libros cerraba magistralmente con el último inédito incluido allí, el que le daba nombre a todo el volumen y en el que reflexionaba con una lucidez y una emotividad fuera de serie sobre un tema tan recurrente como insalvable: la muerte. Pero por suerte Tamara se siguió arriesgando y continuó escribiendo y acaba de entregar un nuevo libro que pide ser leído considerando su propia obra como espacio de reflexión, y a partir de las claves que el psicoanálisis le dio para desentrañarse. “Para mi padre el psicoanálisis era/ una cosa de locos/ para mis hijos es como ir al dentista/ una rutina un poco dolorosa, un poco lenta/ a la que acuden porque su madre insiste./ Para mí el psicoanálisis todavía/ es la obligación que tengo/ de escandir versos”, dice promediando El libro de los divanes, una serie de poemas escritos a la luz de las sesiones de terapia, prologados por María Moreno, con quien Kamenszain compartió más de una analista.

La decisión de convertir a su propio análisis en materia poética es muy jugada; si lo que sucede en los límites de un consultorio pertenece al orden de lo estrictamente íntimo y a la lógica de lo privado, de lo que se trata acá es de abrir el juego y de hacer extensibles las interpretaciones a otras esferas de la vida, incluso al quehacer poético. De hecho, en versos recurrentes Kamenszain encuentra cuatro ejes transversales que le dan sentido a su obra: el psicoanálisis, la literatura, la teoría y la política (“y aunque muchos jóvenes se fascinen con nuestra época/ es un hecho que nosotros/ tenemos la cabeza quemada”, acota sin fomentar el misticismo). De cómo hacer patentes ciertas búsquedas y de cómo procesar las interpretaciones de otros se ocupan estos poemas, sin negar que lo que es o pudo ser un discurso revelador está algo más agrietado en el presente, ahora que ganan cada vez más terreno otros ámbitos donde exhibir la subjetividad. Por eso no extraña que se inmiscuyan en los versos no sólo sueños, sino también algunas referencias al Twitter de la mexicana Margo Glantz –que además es íntima amiga de Tamara desde la época del exilio–, a las actualizaciones o los estados de Facebook (“Si pudiera escribir como quien cambia su perfil subiría/ unos versos de mi primer libro y los haría pasar como actuales”), e incluso las claves y contraseñas que ocultan los nombres de sus hijos –el psicoanálisis es también una forma de descifrarlas–. Una poeta “actualizada” discursivamente, en permanente estado de pregunta sobre las extrañas formas que toma la palabra para referirse a los deseos y a las faltas.

¿Pueden las metáforas poblar el consultorio y después pasar al papel? “Ya sé que lo que destella en el diván/ sobre la página va a dar vergüenza ajena”, afirma la poeta en otro rapto de lucidez, y también consigna cómo después de una sesión las ideas se aclaran en el bar y se convierten en apuntes que toma en servilletas. Insistir con la terapia hace tantos años y continuar confiando en sus poderes incluso en la madurez –cuando se supone que algunos traumas infantiles se superaron– obedece para Kamenszain a una certeza que destella, y que es –por qué no– una metáfora sutil de la escritura, como lo que da continuidad, lo que habilita también una nueva línea, un nuevo corte de verso: “siempre hay otra línea de lectura, siempre hay otra”, dice varias veces. Una pulsión por decir, a la vez como designio generacional, y como impulso vital de cara al futuro: “Esto es la poesía/ lo que me permite avanzar por la novela de mi vida/ sin que asome su realidad o sin que asuma yo/ mi realidad”.

El libro de los divanes
(Adriana Hidalgo Editora) 76 páginas

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