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Viernes, 23 de enero de 2004

CINE

cuando el destino nos alcanza

Susanne Bier es la nueva estrella del Dogma, aunque se suponía que este promocionado decálogo borraría el nombre de las/os cineastas y que sus obras serían anónimas. Exitosa directora de comedias “normales”, Bier ha ganado premios y el interés del público con Corazones abiertos, un drama no exento de humor, filmada cámara en mano, acerca de lo que puede suceder cuando la vida, imprevistamente, nos da vuelta como un guante.

 Por Moira Soto


¿Quién se acuerda hoy con precisión de los diez mandamientos del Dogma, que no fueron entregados precisamente a Charlton Haston en la cima de un monte Sinaí de cartón piedra, sino acuñados por un cuarteto de realizadores, con Lars von Trier a la cabeza? Esas tablas de unas leyes hechas para ser violadas –tratando de cumplirlas– han sido firmadas a lo largo de casi una década por un puñado de cineastas de distintos países, que así pronunciaron su Voto de Castidad. Tal nombre del decálogo cuyas reglas fueron propuestas en menos de media hora por von Trier, Kristian Levring, Thomas Vinterberg y Sören Kragh Jacobsen, una tarde de otoño danés de 1995 (“Nos divertimos mucho”, declaró canchero Vinterberg, director de Celebración, “El proceso fue una auténtica juerga. Decíamos: ¿a qué no podemos poner esto?.. Y lo poníamos”).
Los padres de este nuevo movimiento con pretensiones de purificar el cine devolviéndole el contenido humano perdido por culpa del gran espectáculo, los efectos especiales, la violencia gratuita y la superficialidad, fijaron una serie de prohibiciones, entre las que figuran no usar decorados ni otros accesorios; no recurrir a saltos temporales o geográficos (el film suele suceder aquí y ahora); si hay música, debe surgir de la situación (de una radio, un concierto, etc.) pero nunca ser compuesta especialmente; los colores y la cámara en mano son obligatorios, así como las fuentes de luz (sea esta natural o artificial) deben corresponder a la realidad de la escena (así un personaje use apenas una linterna en noche sin luna); y desde luego trucos, filtros y otros chiches visuales quedan fuera de concurso; las películas de género están vetadas y tampoco se aceptan cierto tipo de instancias que se consideran simuladoras y falaces (empleo de armas de fuego, muertes en pantalla); y –acaso el mandamiento más trasgredido– el nombre del director no debe aparecer en los créditos.
Primero un juramento, después una traición: el mismísimo abanderado del Dogma, von Trier, quebró sus propias reglas cuando, por ejemplo, en Los idiotas recurrió a dobles, trabajadores del cine porno, para el primer plano de genitales a toda marca. Pero en general los/as directores/as coinciden en proclamar que las restricciones les resultan liberadoras en más de un sentido. A los daneses originales, se han sumado otros connacionales (Ake Sandgren, Cole Christian Madsen...), norteamericanos (entre otros, Andrew Gillis, Harmony Korine), un sueco (Vladan Zdrakovic), un argentino (Juan Luis Marqués con la sexista Fuckland). Entre las realizadoras, aparece Maya Berthoud, codirigiendo con Rick Schmid la producción norteamericana Chetzemoka’s Curse; Mona J. Hoel, noruega, responsable de Nar Nettene Blir Lange; la muy exitosa danesa Lone Schezfig (Italiano para principiantes). Y más recientemente, acaba de plegarse con cierta relatividad al Dogma, la danesa –que se reivindica judía– Susanne Bier, con la película Corazones abiertos, que acaba de estrenarse localmente, ganadora del premio Fipresci del Festival de Toronto, entre otros galardones internacionales. Bier encontró una salida salomónica al mandamiento de no figurar como directora: los créditos, de cuidado diseño, están al final: primero las actrices y los actores, después sin destacarseentre los demás nombres, se puede leer “Un film de Susanne Bier”. Respecto de la música, la cineasta maquinó el pretexto perfecto para meter unos cuantos temas: Cecilie, la protagonista, los escucha en su walkman y responden a su paisaje mental, a su estado de ánimo...

Juguetes del azar
Susanne Bier se aviene a su manera a las exigencias del Dogma para narrar una creativa variante del tema del infortunio que marca un antes y un después en las vidas de los que quedan con vida, afectados directa o indirectamente. Ya el promulgador de las leyes dogmáticas Lars von Trier había tratado un asunto con un punto de partida semejante en Contra viento y marea: pareja enamorada, él sufre accidente que lo paraliza del cuello para abajo, ella se desespera e intenta ayudarlo a toda costa. Pero ni Cecilie, la chica que ve caer al hombre que ama atropellado por un auto cuando la está saludando, tiene ningún parentesco con la inocente y mística Bess, ni el Joachim de Corazones abiertos, aunque también prisionero de su cuerpo por causa de la fatalidad, se parece al Jan de Contra viento..., si bien uno y otro –ya inmovilizados– quieres alejar a sus respectivas mujeres. Y ciertamente bien distintos son los antecedentes como cineastas de Lars von Trier –cuya Dogville aún está en la cartelera porteña– y de Susanne Bier, quien se denomina a sí misma en algún reportaje y entre risas, “reina de la comedia”. Es que, cultivando ese género, esta ex estudiante de arte y diseño en Jerusalén obtuvo gran suceso con varias de sus comedias anteriores a Corazones..., una ristra de premios y el favor del público (que también la apoyó masivamente en esta última, pese al cambio de registro).
Según se anunció en las notas previas y desde luego se detalló en las críticas, Corazones abiertos habla de lo que le puede pasar a la gente ante una desgracia que trastorna, desordena, descompone sus más o menos organizadas y previsibles vidas. La directora piensa con mucha razón que no estamos en absoluto preparadas/os para que la desgracia nos asalte de repente, a la vuelta de la esquina con un choque, al ir a buscar los estudios médicos... Sin embargo, la vida suele ser desprolija y poco predecible: el estúpido accidente que le ocurre a Joachim en la calle no es un hecho excepcional. Corazones abiertos habla de esas vueltas del destino que nos dan vuelta, de abismos que se abren súbitamente, de promesas que no se pueden cumplir, de diferentes formas de amar, de las responsabilidades respecto de la persona que se ama, que se deja de amar... Este film en el que la directora, sobre la base de un ajustado guión, emplea inteligentemente la cámara en mano y otras solicitudes del Dogma, está interpretado para actrices y actores de la calidad de Sonja Richter (Cecilie), Nikolaj Lie Kaas (Joachim), Mads Mikkelsen (Niels), Páprika Steen (Marie) y Stine Bjerregaard (Stine).

Humor y fatalismo con espíritu judío
En la película de Bier, una espantosa desgracia deriva en una inesperada historia de amor. Una chica, cocinera en un restaurante, se despide de su novio que se va a la Patagonia. Ella teme por los riesgos que pueda correr él al escalar, él la tranquiliza. Cecilie está al volante de su auto, él parado afuera, inclinado sobre la ventanilla. De pronto, ruido seco y desaparición de escena en un instante (desde la mirada de ella) del tipo. Momento atroz de incertidumbre para la chica, los espectadores en la sala,una mujer y su hija adolescente que van en el coche que –nos vamos enterando– provocó la caída de Joachim que –cuando por fin se lo ve– está tendido en el asfalto, su cabeza en un charco de sangre (¿una de las licencias de Bier?). Marie, la mujer que conducía, resulta ser la esposa de un médico que trabaja en el hospital al que llevan al herido. La novia anonadada espera el diagnóstico, Marie confortada por su marido, cuando reconoce que aceleró mientras discutía con su hija, le pide a éste que se ocupe de Cecilie. Joachim, dicen los médicos, ha quedado paralizado para siempre de la cabeza para abajo... Situaciones altamente dramáticas, aligeradas por el humor que se cuela y apenas distanciadas por la sobriedad de la interpretación y el estilo semidocumental, semicine directo (¿alguna cinéfila tiene presente el cinéma-verite francés de los ‘60?) característico del Dogma.
“Creo que traté un tema muy universal”, le comentó Susanne Bier a Wendy Milchell. “Mi film describe sucesos y estados mentales con los que mucha gente del lado occidental del mundo se puede identificar: algo inesperado y terrible ocurre, y tu vida cambia radicalmente. Creo que en alguna medida, todos tenemos este miedo y esta ansiedad. El destino intervenía también en mis otras películas, pero en un tono más cercano a la comedia.”
Confiesa Susanne que venía pensando desde hace bastante en probar con el Dogma y que sabía que necesitaba la historia apropiada, porque no cualquier argumento puede adecuarse, “pero después de que escribí Corazones... me di cuenta de que podía servir. Más aún, que aplicar esas reglas podía sumar mucho a esta historia, al forzarme a trabajar con determinados recursos. De todos modos, fue extraño porque yo ya había desarrollado mis propias reglas de rodaje. Pero al mismo tiempo fue liberador el no preocuparme por la escenografía, no estar pendiente de las luces, dejar de controlarlo todo... El Dogma te pone en una situación donde no podés darte el gusto de hacerlo todo a tu manera. Eso es muy saludable y estimulante, la pasé realmente muy bien. Tenés que usar todos los sentidos a fondo, el ojo es una herramienta porque no hay iluminación y los actores se pueden mover en el espacio como quieran. Sólo la exigencia de producir el sonido al mismo tiempo que la imagen me pareció frustrante porque complica la fluidez del rodaje. Pero el resto de las reglas te vuelven mucho más flexible y adaptable”.
La realizadora trabajó el guión con el escritor Anders Thomas Jensen (Mifune, Secretos de familia, dirigida por Soren Krash Jacobsen). Se tomaron un cafecito, se miraron a los ojos y se preguntaron ¿por qué no hacemos algo juntos? Y lo hicieron muy bien. Bier opina que “él es realmente un genio de la comedia”. El proceso de laburo fue algo extraño: ella actuaba sus propias ideas y después él escribía algo diferente, siempre con un trasfondo de mutuos intereses. Mientras Jensen ponía manos a la obra en el sótano de Bier, ella subía y le cocinaba platos riquísimos y sorprendentes, como para escuchar elogios por el estilo de “esto es demasiado para mis sentidos. La idea la encontramos entre los dos y es nuestro guión”, aclara la cineasta. “A ambos nos atraía el tema de la fragilidad de la vida. Y yo particularmente, siempre sentí que por ser judía, tenía la noción de catástrofe absoluta como una posibilidad permanente. Anders también tiene un poco este sentimiento, aunque no sé de dónde le viene: es un danés de 30, sin motivaciones aparentes...”
En Corazones abiertos, los personajes femeninos son los que llevan adelante el relato, las que inician, avanzan, tratan de sincerar las relaciones con los personajes masculinos (Joachim pertrechado en su humor negro y su rechazo, Niels dejándose arrastrar por el pedido de su esposa Marie primero, por la situación que genera Cecilie luego). La lograda naturalidad de las interpretaciones hizo que muchos creyeran que se trataba de improvisaciones (algo parecido le pasaba a John Cassavetes aunque dirigía sobre la base de un estricto guión). Susanne Bier tiene problemas con ese método aplicado al cine: “Los actores tienden a hacer escenas imprecisas y aburridas así que los hago improvisar durante el ensayo, dándoles la posibilidad de que se tomen todo el tiempo que quieran, manteniendo el esqueleto de la escena. En el rodaje, sólo se usa el guión. Pero los actores pueden hacer sus propios aportes: cada mañana, por ejemplo, ellos traían las ropas que pensaban que correspondían a sus personajes. Páprika Steen decía que su personaje –Marie– era alguien que debía tener flores todo el tiempo. Y todos los días llegaba al set cargando ramos...”
Probablemente, Bier haga otra del Dogma, siempre con la idea de que las reglas están hechas para ser interpretadas, no para cumplirlas sumisamente. “Para mí lo distintivo de los films del Dogma es el sentido tan fuerte de realidad que trasmiten, es casi una postura política. Pero debo recordar que nadie confiaba en mi proyecto de Corazones... cuando empecé a tratar de conseguir financiamiento, todos pensaban que iba a ser un film marginal por su tema tan triste y problemático. Fue muy gratificante que después funcionara tan bien, y que incluso el público se riera en algunas escenas. Creo que todos mis films mezclan elementos de comedia y tragedia. Pero cuando aparecen dilemas en tu camino es cuando las cosas se ponen realmente interesantes.”

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