Viernes, 26 de junio de 2015 | Hoy
COSAS VEREDES Aunque la costumbre de pintarse la boca acompaña a la humanidad desde hace cientos y cientos de años, el lápiz labial –tal y como se lo conoce actualmente– cumple apenas un siglo. Razón más que suficiente para hacer un breve recuento de su historia e implicancias.
Por Guadalupe Treibel
Puede que, tal como se lo conoce en la actualidad, el lápiz de labios festeje sus 100 añitos, pero ciertamente ha tenido tantos renacimientos como civilizaciones han existido. Algunos hitos incluyen a la reina (¿o sacerdotisa?) sumeria Puabi, que –ya durante la Primera Dinastía de Ur– se hermoseaba la boca con una mezcla de plomo blanco y rocas rojas trituradas. Piedras preciosas pulverizadas hicieron el truco en la antigua Babilonia, mientras las egipcias –que abrazaban el naranja, magenta, azul ennegrecido o rojo con igual fervor– incurrieron en fórmulas a base de yodo, bromo o alheña. Como no podía de ser de otra manera, ni siquiera la reina del Nilo (Cleopatra, por supuesto) escapó a la práctica milenaria, ideando una combinación top secret que, según se comenta, no amarreteaba en escarabajos carmín molidos, hormigas, escamas de pescado... En el Imperio Romano, por cierto, tampoco se obvió la costumbre e incluso los varones se pavoneaban con los labios coloreados, indicadores de mayor estatus social. Por lo demás, hay quienes atribuyen a la Edad Dorada del Islam –más específicamente, al científico Abu al Qasim al Zahrawi (aka, Abulcasis)– la creación de la versión sólida, amén de una mixtura de perfumes y hongos. Y aunque durante la Edad Media pintarse los labios acabó siendo una “encarnadura mefistofélica” acorde a las manías persecutorias eclesiásticas, en el siglo XVI en Gran Bretaña volvió a cobrar popularidad. En parte gracias a la pálida reina Isabel I de Inglaterra, gozosa de engalanar la boca con un blend de cera y tintura extraída de plantas.
Sin embargo, próximos momentos de la historia volvieron a encontrar al icónico pintalabios con nuevos embistes (cargos de indecencia contra señoras y señoritas que lo usasen en público, propuestas de anular matrimonios si la comprometida se coloreaba rasgos varios, intentos por prohibir el maquillaje todo por “crear falsas impresiones”, etcétera), con nuevos e inesperados usuarios (George Washington, entre ellos), con más fechas icónicas... Una de las más emblemáticas: 1883, cuando perfumistas franceses de la prestigiosa firma cosmética Guerlain presentaron su lápiz labial en la Exposición Universal de aquel año, celebrada en Amsterdam. Habiendo descubierto que el bálsamo –fabricado con sebo de ciervo y cera de abejas– se aplicaba mejor en forma cilíndrica, su éxito entre la aristocracia fue excepcional y así quedaba instalada la primera versión comercial del pintalabios. Empero, aún faltaba “el” detalle: el producto se vendía en papel de seda o quebradizos tubos de cartón, lo que complicaba su uso, su traslado y aplicación y, por supuesto, la fabricación en vastas cantidades.
Entonces: 1915, fecha que permite prender la centena de velas al lápiz labial tal cual persiste hasta la actualidad. Después de todo, fue ahí cuando el inventor estadounidense Maurice Levy, de la Scovil Manufacturing Company, colocó al labial (versión sólida) en un receptáculo deslizante; un tubo metálico con tapa y tope que permitía a las mujeres maniobrar el embellecedor plácidamente, evitando desagradables accidentes. Un pequeño paso para dicho hombre, un gran salto para la cosmética, en tanto el formato moderno comenzaría la revolución de la vedette de la industria: el famosísimo lipstick (tal es su denominación anglo). Finalmente, en su área, es uno de los de mayor penetración nacional: 900 millones de unidades son vendidas anualmente en el mundo, 50 millones de mujeres norteamericanas lo usan a diario, sólo la empresa MAC entrega un lápiz cada dos segundos (a escala global)... En fin, vedette seductora, con plumas y aplausos; funcional, fácilmente trasladable y aplicable. Que, como si fuera poco, ha ido más allá...
“El pintalabios hasta se ha utilizado como medidor de consumo. Leonard Lauder, presidente de Estée Lauder, acuñó la expresión lipstick index (índice del pintalabios) para demostrar cómo en tiempos de crisis las ventas del rouge aumentan. En la Gran Depresión, por ejemplo, su compra se incrementó un 25 por ciento”, anota la periodista ibérica Clara Morales, de El País, sobre la protagonista de ocasión. Protagonista que ocupó incluso los pensamientos de Winston Churchill, quien optase por no racionalizar el maquillaje durante la Segunda Guerra Mundial para “mantener la moral alta”.
Mientras, del otro lado del océano, Rosie la Remachadora era eternizada con los labios bien, bien rojos; gesto que, para la escritora brit Madeleine Marsh, autora de Compacts & Cosmetics Beauty from Victorian Times to the Present Day (2010), poco tiene de arbitrario: “El lápiz labial rojo trata, más que nada, sobre fortaleza femenina. Una de las primeras y más famosas manifestaciones de lipstick rojo ya había acaecido en Nueva York, cuando las sufragistas tomaron las calles, se unieron y –como parte de su lucha por el voto y de su actitud desafiante– se colorearon los labios vistosamente”. No menciona, sin embargo, que la mismísima Elizabeth Arden –que participaba entonces del movimiento– las había provisto de labiales, sugiriendo aquel color que devendría en bandera total. Pero... “si las sufragistas utilizaron el pintalabios rojo como signo de emancipación, en los años sesenta el movimiento lo vio como un sometimiento al patriarcado”, detalla la Morales en su artículo, aunque finiquita con una nota actual: que hoy el género es una pantomima y, amén de desnaturalizar estereotipos, cada quien juega el juego a su gusto. Liberado el cliché, también el antojo; cada boca con su tema: roja, azul, naranjada, todo vale.
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