Viernes, 26 de junio de 2015 | Hoy
VISTO Y LEíDO
El recetario como género literario y como militancia en La mano de Marguerite Yourcenar, un registro del paso meditado por la cocina de la escritora francesa.
Por Alejandra Varela
El registro cotidiano de recetas funciona como un cuaderno de memorias, la posibilidad de entrar en el mundo doméstico de una escritora, ese que se comparte con la ficción y que está a pocos metros de la mesa de trabajo. Porque el oficio de escribir esconde la cualidad de desafiar el encierro, de hacer de la tarea privada aquella que la mujer realiza bajo la custodia de las paredes de su hogar, un dispositivo público y político.
Lxs autorxs de La mano de Marguerite Yourcenar buscan en el diario de cocina de la exquisita escritora francesa una línea de construcción biográfica. Contar a una celebridad de las letras a partir de una actividad doméstica que la hermana con miles de mujeres anónimas. Hablar de Yourcenar allí donde la autora de Memorias de Adriano ensaya una forma de vida, una gramática que se sostiene en la pregunta por los hábitos, por las tramas políticas escondidas en cada alimento y también por lo que elige dejar afuera de su inventario, por las decisiones alimentarias que se vuelcan en una ética y en una espiritualidad.
Y es allí donde la receta se transforma en un género literario y en una militancia. La comida se encuadra en un formato de restricciones. La escritora aprende en el estilo de vida paterno que las glotonerías y los banquetes no son aceptables. Hay una estética de la escasez que parece contradictoria con la voluntad de cocinar. Yourcenar se empeña en la cocina fundamentalmente con una intencionalidad social. El cocinar para lxs otrxs (lxs amigxs, la pareja), el compartir el escenario de la ingesta que modificara su significado en relación a la elección de la cocina o el jardín. El corte dramático con las costumbres familiares al abolir el comedor como ambiente clasista y resucitar el amor que la niña Yourcenar sentía al habitar el reducto del personal en la casa del padre diplomático, se articulan con la producción de especias y huevos en el huerto casero, con el rechazo de todo producto que implique el martirio de animales y trabajadorxs. El ritual alimentario se convierte en una instancia plagada de preguntas, en un acto de tensión ante todas las etapas que hacen posible la llegada del alimento a la mesa.
Pero a su vez esa escritura ínfima, en apariencia carente de estilo, que se desgrana en una receta, el dato intrascendente frente a una obra literaria compleja, detalla un itinerario de vida. En la casa que Yourcenar comparte con Grace Frick en Mount Desert Island, su tiempo dedicado a la cocina, como interrupción y recreo frente a la literatura pero también como una continuación manual que no deja de propagar pensamientos, sintetiza la juventud bohemia europea y la persistente vida de pareja en Estados Unidos.
Es en la novela Memorias de Adriano donde Yourcenar le da un protagonismo muy fuerte a la comida como materia de descripción, como válvula para componer el carácter del emperador romano. En el discurso de su personaje está también esa fibra de identidad que Yourcenar expresa en sus preparaciones culinarias. Allí comunica y traza definiciones sobre el vegetarianismo. Cocinar permite enunciar otros sentidos. Masticar no se aprecia como una tarea inocua, el disfrute no la aleja de la densidad, como si Yourcenar se adelantara a las modas de la cocina mediterránea y el budismo, no como una exploración sofisticada sino como una acción que se detiene a repensar lo doméstico. La tarea inofensiva de cocinar, el destino imborrable de toda mujer que al ser combinado con la escritura, al transformarlo en una pieza de sintaxis y semántica, adquiere una faceta disruptiva, cuestionadora.
Yourcenar mientras amasa y condimenta demuestra que una autora compone lenguajes, idiomas y estéticas en cada ejercicio donde introduce su ingenio como una bocanada de frutas secas. Se trate de costumbres heredadas o impredecibles; los ingredientes siempre se traducen como escritura. l
La mano de Marguerite Yourcenar, Sonia Montecino y Michéle Sarde, Editorial Catalonia Del Nuevo Extremo
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