Viernes, 26 de junio de 2015 | Hoy
ARTE Vaginas sangrantes, muñecas que lloran en nombre de las niñas casadas contra su voluntad y lesbianas que muestran su goce sin pudor forman parte de la obra de la turca Sükran Moral. Resistida en su país y obligada al exilio, prepara su última muestra, que se realizará en Noruega, y alza un grito colectivo por todas las mujeres.
Por Cristina Civale
Estambul, 2011. Una galería de arte en el centro de la ciudad. Una cortina, detrás de ella se desarrolla una performance. Dos mujeres, una de ellas la artista turca Sükran Moral, se besan, se tocan, se calientan. Es el reducto público-íntimo de la performance de Sükran llamada Amemus. Al día siguiente, Sükran recibe amenazas de muerte por mail, en la galería; el ambiente se torna turbio y amenazador. Amenazan con matarla por la obra donde dos mujeres muestran, veladamente tras una cortina, el acto de amarse, de desearse. Sükran sabe que vive en un Estado islamista que se considera light pero que a la vista de los hechos no tiene nada de ligero. Decide protegerse y parte a Roma en un breve exilio obligado, ciudad donde terminó su formación en artes visuales, una carrera que inició en Estambul.
La obra de esta artista turca –performance, videoarte, fotografía– siempre representa el agujero doliente de las minorías esquilmadas por su sociedad férrea: mujeres ultrajadas, niñas obligadas a casarse que apenas llegan a la pubertad, locxs, inmigrantes, transexuales. Los bordes de un mundo satanizado es bendecido en su obra, donde hay lugar para los despojados del islamismo fundamentalista, lejano a esa marca que habla de Turquía como un país donde el islamismo se derrite en una dureza que ataca la diversidad, la demoniza.
Por estos días, Sükran se encuentra preparando una gran retrospectiva de su obra que tendrá lugar en el Museo Nacional de Noruega. Según la delegada de Asuntos Sociales de la Unión Europea, en el continente la violencia machista es la primera causa de muerte de las mujeres de entre 18 y 43 años. Escandinavia, ese sueño socialista módico, está a la cabeza de las estadísticas. Noruega es Escandinavia y allí aterrizará pronto la turca Sükran, la mujer de 52 años que parece una chica de 30, con su obra molesta, poniendo el acento en todos esos marginados, pero sobre todo en las mujeres, un colectivo maltratado que la desvela. No se trata sólo de dos performers amenazadas en su obra Amemus, también se trata de las niñas obligadas a casarse con viejos rancios a los que, a su pesar, les deben entregar la sangre virgen de su primera penetración, las imágenes cercenadas de su país donde el 85 por ciento de las mujeres confiesa haber sido víctima de violencia de género. La mutilación genital femenina, la homofobia y la poligamia son otros de los temas que la artista trata en su polémica obra. My pain, my rebelion (Mi dolor, mi rebelión) es el nombre de esta exposición, un nombre que desdobla su acción donde la laceración no se oculta, pero no se cobija en la victimización sino que asciende en la lucha y en la denuncia.
Sükran Moral es la enfant terrible del arte en Turquía: nacida en Samsun, en el nordeste de Turquía, Sükran ostenta un abultado currículum de obras expuestas en toda Europa, de Roma y París a Amsterdam y Bruselas, de Berlín a Viena y San Sebastián, sin faltar algún cameo en Nueva York y Shanghai.
Probablemente uno de los hitos de su trabajo fue meterse en un hamam (baño turco) de hombres en Estambul y hacerse fotos a pecho descubierto, escenificar una boda tradicional en un pueblo kurdo, pero con tres novios, filmarse en un burdel fingiendo que se trata de un museo. Moral siempre trata de provocar. Ella usa esas palabras, por mail las confirma a Las12: “Mi obra es provocación”. Pero no parece un movimiento que se banaliza sino que en la provocación encuentra el modo de poner en su arte los cuerpos cercenados, abismados, manoseados por una sociedad dirigida por un mundo hipermacho que marca las reglas, un mundo donde no sólo las mujeres son arrinconadas y toqueteadas como juguetes, Sükran narra un mundo donde las minorías no tienen voz y son consideradas infrahumanas, sólo dignas de vivir en los bordes solitarios de una sociedad donde la norma la marca una ley que se conjuga en masculino. “Se demuestra que nuestra sociedad odia a las mujeres, sobre todo cuando exponemos ideas muy libres, como tener una relación lesbiana, algo que también significa estar a favor de los gays”, analiza.
Cuando la artista lanza una obra, a menudo en plena calle, no sabe cuál va a ser la reacción. “Cuando termino, me pregunto: ¡Mama mía! ¿Cómo he hecho eso? Pero me divierto, me gusta.” Su última obra, una instalación en la Galería Zilberman de Estambul, muestra una muñeca con cara de niña, vestida de novia, ante un colchón sangriento: una denuncia de la tradición, aún frecuente en el medio rural de Turquía, de casar a las hijas apenas alcancen la pubertad.
Es su tema favorito: “El poder y las mujeres. Porque el poder siempre somete a las mujeres. Si sometes a las mujeres, has sometido a la sociedad. Es muy astuto el poder, y qué estúpidas somos nosotras”. Entre las mayores lacras, los frecuentes casos de asesinatos de mujeres por parte de sus maridos y la poca severidad de la Justicia: “Un hombre puede decir que la mujer lo había provocado y se le aplicarán atenuantes. Matar a una mujer sale barato”, lamenta.
Por eso, insiste, siempre se debe hablar. “Hay artistas que trabajan toda su vida sobre el mar; yo trabajo sobre las mujeres. ¿Cuál es la diferencia? Tal vez yo pueda ser útil a alguien, cambiar el modo de pensar. Nos estamos alejando de la ciencia, la cultura, estamos abrazando las ideas del Medievo, la mediocridad. Ahora, si una mujer está embarazada, desde el hospital se lo hacen saber a su marido o sus familiares para que impidan que aborte... Están creando otro modo de ver, contrario a nuestra libertad.”
“Desde hace 30 años, esa gente –los colectivos islamistas– se esfuerza para llevar la sociedad turca hacia atrás. Han hecho todo lo que han podido. ¡Y a Occidente se le ha ocurrido colocar a Turquía el nombre de Islam moderado!”, se queja la artista. “Los políticos dicen que el cuerpo debe ser algo puro, que la familia debe estar limpia. No puede haber sudor, ni orina ni heces, tampoco sangre, es hipócrita”, explica Moral. Pero en Turquía, cruzar la línea marcada por las autoridades puede ser peligroso, sobre todo cuando no es clara. “Aquí nunca sabes por dónde van a venir los tiros”, asegura. “El año pasado expuse una fotografía de una mujer desnuda con su vagina abierta y cubierta de sangre, y no pasó nada.” ¿Nada? “Bueno, durante la inauguración un hombre se me acercó para increparme. Me dijo exactamente: ‘me cogería eso’. La verdad es que fue un halago hermoso. Era un hombre ignorante, pero me gustó lo que dijo. Quiero que la gente quiera coger mi arte.”
Sí tiene esperanza de que las revueltas de Gezi en 2013 –donde ella realizó otra sangrienta performance, trazando con una cuchilla de afeitar la A de Anarquía en su propio vientre– hayan ayudado a forjar una oposición social a este conservadurismo, si bien no se ha traducido aún en votos. “Las revoluciones tardan su tiempo”, zanja. Moral no cree, sin embargo, en la Primavera Arabe: “Es una falacia, nunca fue creíble. Porque la esperanza viene de la libertad de las personas, la libertad individual. Y los árabes no han entendido esto.”
Más info: http://www.sukranmoral.com/ http://www.sukranmoral.com/ranmoral.com
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