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Viernes, 17 de julio de 2015

ESCENAS

¿Cómo se baila el horror?

La Wagner, una obra de Pablo Rottemberg que registra el dolor y sufrimiento que acontecen en un campo de concentración en el cuerpo de cuatro bailarinas.

 Por Paula Jiménez España

La obra comienza con la entrada de Ayelén Clavin, Carla Di Grazia, Josefina Gorostiza y Carla Rímola, cuatro bailarinas que caminan lento y casi completamente desnudas sobre la estructura de madera y hierro que rodea el escenario del Espacio Callejón, ampuloso y vacío. Se ven pálidas las cuatro, con el color sin color que dan lxs muertxs. Vendajes y rodilleras es todo lo que llevan puesto. Los vendajes, en brazos, muñecas y piernas sugieren, naturalmente, la presencia de heridas. Las rodilleras, en cambio, resultan signos vitales: son imprescindibles al momento de protegerlas de las permanentes caídas que se suceden por indicación del director Pablo Rottemberg en esta coreografía cuasi acrobática desarrollada, sin aliento, durante una hora. En cuanto al título de la obra, pareciera encerrar un guiño o una trampa. El artículo la, antepuesto al apellido del músico antisemita, podría señalar una ironía de género con la que Rottemberg pone a este alemán donde un nacionalsocialista jamás habría querido estar: del lado de lo femenino. La loca Richard Wagner –cuya debilidad, contó el director y coreógrafo en una entrevista, eran la sofisticación de la seda y el satin– fue “la compositora” de esta serie de piezas tan bellas como grandilocuentes que contrastan con el despojamiento polvoriento del Espacio Callejón. El inmenso galpón de ladrillo a la vista de la calle Humahuaca, como contexto a esta impresionante obra de danza teatro –impresionante en todos los sentidos–, remite a la desolación y a la sordidez de un campo de concentración. Garage Olimpo, la ESMA, Auschwitz: la misma política exterminadora que dio origen a estos lugares, aplicada a la aniquilación de las mujeres, se reproduce diseminadamente, sin necesidad de materializarse en un espacio determinado. En La Wagner se lo crea: el espacio escenográfico –que no tiene nada, salvo un micrófono de pie y cuatro sillas forradas con cinturones de cuero y sus correspondientes horquillas– es tierra fértil para la multiplicación mecánica y coreográfica de los golpes, las violaciones, las torturas, la cosificación, la explotación sexual. Ellas – las cuatro bailarinas cuyo despliegue físico deja atónito, cada función, al público, que al final terminará aplaudiendo de pie– alternativamente encarnan a las mujeres y a los hombres que van haciendo funcionar la maquinaria del horror sobre el fondo operístico wagneriano. Pero la elección de este cuarteto de cuerpos fuertes y robustos no es inocente: todas y cada una de ellas se muestran corridas del estereotipo de la vulnerabilidad o la debilidad convenientemente adjudicada a las féminas, e incluso a contraluz, en una de las escenas, con el cabello peinado hacia atrás parecen varones. Fuertes, ágiles, invencibles, estas amazonas representan los roles de las víctimas y de los victimarios interactuando desde sus lugares fijos y desde la distribución desigual de la fuerza. La simbolización de semejante estado violento de las cosas, seguramente tres años atrás, cuando La Wagner fue estrenada, no produjo en el público la misma –lamentablemente– resonancia que en este momento (convengamos que el crecimiento de los femicidios y la toma de conciencia post Ni Una Menos hizo lo suyo). Silbidos y bravos se suceden durante largos minutos en la sala del Espacio Callejón, no sólo como resultado de la admiración estética por esta maravillosa obra de Rottemberg, sino también como necesaria expiación de dolores personales y colectivos.

Sábados 21 hs. en Espacio Callejón, Humahuaca 3759, CABA.

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