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Viernes, 17 de julio de 2015

RESCATES

Mamá corazón

Edith Rhoda Britten, 1874-1937

 Por Marisa Avigliano

Se casó con un dentista, anhelos de clase media en una sociedad provinciana que tomaba muy en serio los semblantes de nobleza que daban las profesiones. La joven Hockey –ése era el apellido de soltera de Edith– arrogaba algunas verdades veladas: su papá era hijo ilegítimo y su mamá, alcohólica. La boda con Robert Britten, a quien le hubiera gustado más ser estanciero que meter los dedos pinza en la boca de lxs otrxs, recomponía la calma puertas adentro y afuera, sobre todo afuera. Cuando se casaron ella tenía 28 años y él cuatro menos. Tuvieron hijxs, dos mujeres y dos varones, y los domingos siempre iban todxs a misa, bueno todxs no: Robert era agnóstico y se quedaba en casa. Vivían en la costa este de Inglaterra, en el pueblo pesquero de Lowestoft, en Suffolk, y por decisión de la madre, y sin mucho consentimiento de un padre cariñoso que no elegía una infancia de pentagramas, los Britten estudiaban música (un don preciado en la familia Hockey, los hermanos de Edith tocaban el órgano en la iglesia de Ipswich), sí, los cuatro, hasta el más chiquito, Benjamín, que había nacido en un promisorio 22 de noviembre (día de Santa Cecilia, patrona de la música) y que no es otro que el gran Benjamin Britten, el compositor de Peter Grimes y Billy Budd.

Dicen que Edith era muy ambiciosa y también muy bonita, “una chica por la que hay que perder el corazón”, escribió B. B. poco después de la muerte de su madre. Dicen también que fue la música a través de las veladas que Edith organizaba y en las que invitaba a las celebridades del pueblo la que logró mantener la posición social que la familia necesitaba. La mamá de Britten cantaba. Era una aficionada mezzosoprano que llevaba adelante la secretaría de la Sociedad Musical de Lowestoft cuando descubrió las habilidades polifónicas de su hijo menor (que casi muere tras una neumonía a los tres meses). La señora Britten abandonó de inmediato las intenciones pedagógicas sobre lxs otrxs tres y se dedicó exclusivamente al benjamín de ojos azules y rulos rubios. Amor fanático después de verlo a los cinco años garabateando su primera composición. Lecciones de piano en casa y música en vivo (a Robert no le gustaban los gramófonos ni las radios), le auguraban a la mezzo de entrecasa un sueño áureo, ser la madre de la “cuarta B” (las otras tres ya las tenían Bach, Beethoven y Brahms). Si la ambición de su “mamita querida” fue asfixiantemente útil para Britten, el compositor lo expurgó contando que “entre los trece y dieciséis años ya sabía todas las notas de Beethoven y Brahms, recuerdo que me regalaron la partitura de Fidelio para mi decimocuarto cumpleaños”. Madre e hijo hacían duetos de piano, madre e hijo compartían canciones de Schubert y Roger Quilter (Edith las cantaba y Ben la acompañada desde las teclas). Basil Reeve (amigo y amor de adolescencia de Ben) y Beth (una de las hermanas de Ben) notaron e hicieron notar que la voz de Edith guardaba un tono similar al tono de Peter Pears, el tenor inglés pareja de Britten durante más de treinta años. “La voz de Pears se parece a la voz de la mamá de Britten”, puede decir cualquiera de lxs chicxs que protagonizan Moonrise Kingdom, la película de Wes Anderson en la que suenan “Songs from Friday Afternoons” y “Noye’s Fludde”, entre otras maravillas brittenianas. Lxs chicxs saben mejor que nadie que es muy difícil separar las voces alzadas en amor ferviente, son ventrílocuos a upa.

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