Viernes, 21 de agosto de 2015 | Hoy
ESCENAS
Destripar a lxs otrxs, salpicarse de sangre y hacerse alguna herida, parte del plan de Vigilia de noche, la nueva puesta de Daniel Veronese.
Por Alejandra Varela
La madre muerta. Convertida en una urna con cenizas y lxs hijxs despellejándose. Sus mujeres se lanzan a recordarles que allí no hay refugio. Charlotte no es una gran concha de oro falso, no es el lugar adonde John va a esconderse, a reírse de esa madre incinerada que nunca lo quiso. Esa noche todxs tiran sus monólogos al fuego de esa casa para ver quien cae primero. A no engañarse. No se trata de diálogos aunque así lo parezca. Los cuatro realizan un viaje interior para sacar la mugre, para decirlo todo, para hacer de la palabra un lugar que no reconoce piedad alguna, ni tampoco vergüenza.
Algún personaje, siempre un integrante de la otra pareja, quedará como testigo de una escena en la que no tendría que estar. Ya no es sólo el público el que mira, hay alguien más que potencia e inflama la escena.
Charlotte quiere demostrar que John es un ser que la destruye, que usa su inseguridad, su falta de independencia a favor de su hombría. Ese psiquiatra aficionado al jazz y a la pintura hace un año que no le pega. Ella desciende, quiere acostarse con él, quiere dejarlo, quiere que alguien lo mate. Todxs desean que el otro estalle y Lars Norén, como dramaturgo, construye en Vigilia de noche parlamentos que son una punzada en la cabeza. La noche, la vigilia son aliadas para entrar en un tormentoso fluir de la conciencia. Un vómito para manchar los trajes caros, el coñac que se toma a raudales, la música que no puede propiciar el baile porque el dolor y la ira son estimulantes perfectos. La obra presenta un drama que sólo puede encontrar su fin desbarrancándose, experimentando sobre la naturaleza de lo soportable.
Cuando Mónica le cuenta a Charlotte que tiene un amante de veinticuatro años, el personaje que compone Pilar Gamboa entra en un estado de éxtasis. Charlotte encuentra en la confesión de su cuñada esa redención, ese salto, esa venganza majestuosa para arrasar con la masculinidad cínica de su marido. Ella ya no escucha, quiere ser la otra, se dedica a descifrar lo que ese hecho desanuda para tantas mujeres como ella que sólo se compran ropa interior de seda mientras su marido deja que cuelgue la etiqueta de su saco de luto. Allí Gamboa hace de la emoción estallada una técnica para deletrear el odio. Allí, en esa ideología tienen que fortalecerse todas las mujeres, es el lugar para descuartizar la culpa. Si los personajes están empantanados en su drama, sin estrategias y sin posibilidad de establecer con lxs otrxs un lazo sensible, si lo que defienden es esa parte de humanidad que otrx le quitó, Gamboa hace del dolor de su personaje una máquina de palabras feroces, un estado suspendido donde la herida desgrana las más despiadadas fantasías.
Porque la palabra es la que tiene el valor de la acción en la dramaturgia de Norén. Hablar es igual a tomar un arma y dedicarse morosamente a destripar al otro y de paso, salpicarse con sangre y hacer algún tajo en el propio cuerpo. Entonces Veronese suelta a sus actores y actrices a un escenario donde el drama humano se vuelve animalidad porque si la apariencia ya es una instancia inútil, si lo social es la continuación de ese maltrato más allá del tiempo, lo que queda es saber quién sobrevive cuando ya no se puede olvidar lo dicho, cuando no se trata del fervor de un enojo sino que hay algo mortal, irrecuperable. l
Vigilia de noche, de Lars Norén, dirigida por Daniel Veronese, con las actuaciones de Pilar Gamboa, Mara Bestelli, Luis Machín y Walter Jakob se presenta de miércoles a sábados a las 20:30 y los domingos a las 19.30 en el Teatro San Martín.
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