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Estilo deportivo, botas hasta la rodilla, minifalda verde oliva –como corresponde a quien va en busca de la aventura militar, o algo así– y top negro. El pupo de esta rubia muñeca –tan rubia como cualquier otra de su clase, aun cuando ésta haya sido creada en honor a la causa palestina– no se ve: está pudorosamente tapado por un cinturón de cartuchos de dinamita conectados a su mano derecha por un precioso detonador en rojo espiralado. ¿Para qué? ¿Cómo para qué? Pues para explotar donde mejor le guste, esta es la Barbie suicida, primera declaración política de Mattel, la empresa que desde 1959 viene modelando el ideal femenino con medidas imposibles. ¿De qué se trata la declaración? Según la creadora de este modelito que finalmente no saldrá a las góndolas por decisión del gerente ejecutivo de producto de Mattel, sencillamente se trataba de llamar la atención “sobre el asunto palestino”. Así lo dijo Daisy García, directora de marketing, que todavía se lamenta de que su engendro no haya sido autorizado para la venta: “Siempre se escucha sobre hombres que llevan bombas en su cuerpo ¿por qué no una mujer? Es una discriminación, creo. ¿Y por qué no una Barbie?”. No es una pregunta tan disparatada, más cuando hace poco se escuchó en la BBC el testimonio de una niña palestina que siempre había deseado ser doctora hasta que el conflicto bélico le quitó el sueño y le dejó un único deseo: ser mártir. ¿Habrá salido de ahí la idea de Daisy? En definitiva, la empresa está para servir a los deseos de sus consumidores/as, sean los que sean. Tanto es así que García, antes de quitarse la frustración por su criatura abortada, ya está pensando en un nuevo modelo para la exitosa rubia, mucho más caro a los desvelos del público norteamericano: una Barbie de Abu Ghraib –la prisión iraquí de donde salieron las imágenes de detenidos torturados por sonrientes damas—, porque, como dice García, las mujeres podemos tener éxito en todos los ámbitos. Lo contrario sería discriminación.