Viernes, 18 de noviembre de 2005 | Hoy
EL MEGáFONO
Por Liliana Viola
Cuando todos los que estamos aquí hayamos muerto, ciertas palabras que hoy nos avergüenzan o estremecen probablemente recuperen algún candor. Mientras tanto, fieles a un pacto que nadie propuso, los que estuvimos aquí no podemos dejar de sobresaltarnos si alguien comenta “mi amigo está desaparecido”, para referirse a alguien que estuvo faltando a las últimas fiestas, o si otro pide a gritos “¡quiero desaparecer!” ante la inminencia, por ejemplo, de un examen. Pero, de todas formas, es muy raro encontrarse con esas frases. Casi mecánicamente buscamos sinónimos, hacemos el rodeo que haga falta para evitar ofender nuestra propia herida. La palabra “desaparecido”, que como tantas del castellano es capaz de connotaciones incontrolables, ha quedado reducida a una sola, inédita hasta la llegada de la última dictadura y bien conocida por todos más allá de sus credos. La atrocidad marcó el lenguaje. Así es que a ningún empresario circense se le ocurriría hoy promover su número de acrobacia con el nombre de “vuelos de la muerte”. Somos dueños, las y los argentinos contemporáneos, de unas cuantas palabras a las que no las rozan ni el humor ni el doble sentido. Lo mismo, seguramente, les habrá ocurrido a aquellos que despertaron del nazismo o de la bomba atómica. Es por esta razón que resulta inevitable sobresaltarse cuando, de pronto, las conductoras de Grandiosas anuncian que llegará un momento frívolo –“boludo”, dicen ellas– y le aseguran a su invitado de turno que, a continuación, “El chupador” hará desaparecer el objeto de su vida que más desdeñe. Además, garantizan que una vez que sea chupado, ya no habrá manera de encontrarlo en ningún sitio de este planeta. El artefacto en cuestión es un cilindro gigantesco con reminiscencias de preservativo, lo cual hace pensar, avalado por las profusión de bromas alusivas, que el término “chupar” pretende apelar a su acepción erótica. Pero el artefacto, de precariedad técnica, no tiene lengua ni chupa, sino que roldana y soguita mediante, se lleva hacia arriba al objeto en desgracia. Las conductoras finalmente festejan el hallazgo del nombre, surgido, según ellas, de la borrachera de uno de los productores. No se trata de una conspiración contra la memoria ni siquiera existe mala intención. Pero es la prueba de que a veces la prisa por estar de vuelta nos hace borrar nuestros propios pasos. Además de los intentos voluntarios de recuperar la memoria, investigar el pasado, ya sea con testimonios, trabajos teóricos, marchas, educación formal, museos, el lenguaje en su propia acción de nombrar funciona como alerta. Sería salvaje proponer un vocabulario fundamentalista, e incluso un atropello pretender que generaciones futuras sintieran ante estas palabras lo mismo que nosotros; transmitiremos su significado, nunca su efecto. Pero otra cosa es que desde y en el presente, se ignoren las connotaciones que aún subsisten. En este sentido, también sorprende el título Algo habrán hecho (por la historia argentina) para un programa que se propone revisar la historia nacional desde las Invasiones Inglesas. ¿Hace falta explicar por qué? Tan dolorosa como las otras, esta frase acuñada también durante la dictadura funciona como una contraseña. Cita textual que alude a quienes no supieron o no quisieron ver los crímenes del terrorismo de Estado; denuncia de una actitud cómplice y también el mea culpa de toda una clase. Resulta muy difícil encontrar la relación entre todo esto y el programa que lleva ese título. Tal vez sea apenas una liviandad más, entre aquellas con las que este programa se propone contar el pasado desde el saber de un historiador que no habla como historiador sino como guía turístico. La gran revelación esque las balas de Santo Domingo no son tales y que en el 25 de Mayo escasearon los paraguas y las empanadas. ¿Estos son los grandes mitos de la historia argentina? El personaje de Pergolini, un chico muy desorientado que quiere saber de qué se trata, parece personificar a una población ansiosa por simplificar para sentir que entiende –“¿y, entonces, hubo goma?”, pregunta–. Esta historia animada no dista mucho de lo que contaban las figuritas esquemáticas de antaño, pero tal vez esto ya estaba anunciado desde el título así como también desde los primeros minutos, cuando se nos advierte que la historia argentina ha estado protagonizada por “héroes y villanos”. ¿Aportará algo a nuestra capacidad de análisis hacer de la historia una historieta? ¿O resultará tan inútil como arrojar flores a Moreno al Río de la Plata?
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