Viernes, 6 de julio de 2007 | Hoy
TALK SHOW
Por Moira Soto
Pese a lo que se suele decir en contra por estos pagos australes, parece que el público televisivo masivo a veces aprecia la alta calidad de ciertas producciones, según lo ha venido demostrando el éxito en muchos países durante siete años y seis temporadas (la última en dos partes) de la serie norteamericana Los Sopranos, que acaba de cerrar definitivamente su ciclo en los Estados Unidos. Mientras que aquí sigue la enconada pelea por el minuto a minuto, el punto, las décimas, al precio que sea —cuanto más degradante y nivelador para abajo, mejor— en el plano mundial quedó claramente de manifiesto que una propuesta adulta, compleja, arriesgada, de impecable diseño artístico, excelentemente escrita, dirigida, actuada, musicalizada, puede conquistar el apoyo de millones de televidentes durante varios años, a lo largo de decenas de capítulos. Y que además puede merecer ristras de premios Emmy y Globos de Oro, entre otros lauros, y generar un brillante negocio mediante la venta de DVD, CD, libros de recetas y otros elementos de merchandising.
Pero también es verdad que esta creación muy madurada de David Chase —quien inicialmente había imaginado a un agente de la CIA que se psicoanalizaba en un puente sobre el río Potomac para evitar micrófonos— no encontró aceptación en la TV abierta. Ni la NBC ni la ABC ni la CBS ni la Fox le dieron el Ok, alegando cuestiones de lenguaje, de amenaza constante de violencia, esporádicos desnudos. HBO decidió bancarla pese a los costos, aunque con la promesa de Chase de conseguir buenos actores de baja cotización, y sólo puso en cuestión el título porque se temió que indujera a creer que se trataba de una serie de tema operístico, cosa que por cierto ocurrió cuando aparecieron los primeros carteles en Nueva York en 1999.
Así fue que explotó la historia de un capomafia de Nueva Jersey que disputa con su viejo tío Junior el poder sobre el manejo del crimen organizado de la zona. Un capomafia con ataques de pánico que lo llevan a hacer terapia en secreto y que está casado con una mujer que gradualmente se va enterando de los trabajos de su marido. Ella, Carmela de Angeli, de origen italiano, católica, dejó la universidad para casarse y el matrimonio tiene dos hijos adolescentitos al comenzar la serie. Con el tiempo, Carmela se va enterando de las infidelidades de su marido, situación que se le hace más inaceptable que la condición de padrino de Tony.
Otras mujeres pesan en la vida de Tony a través de las distintas temporadas: su tremenda madre Livia (personaje que desgraciadamente debió desaparecer al morir la actriz Nancy Machand), manipuladora y dañina hasta el último suspiro; su psicoanalista (presente en esta última parte de la sexta temporada que empezó a difundirse el domingo pasado localmente), la doctora Jennifer Melfi en una gran composición de Lorraine Bracco, una profesional que se debate entre el dilema moral de atender a un mafioso asesino y la indiscutible atracción que éste le provoca (hay chispazos mutuos); la hermana mayor de Tony, Janice, encarnada por Aída Turturro y que es —perdón por la facilidad— una auténtica turra, durísima a la hora de llevar a cabo sus designios, aunque sabe que tiene que respetar al patriarca para obtener ventajas; Meadow es la hija centrada de Tony, una chica inteligente y de buen corazón que ha ido incorporando con dificultad las actividades de su padre (que no conoce a fondo, como tampoco Carmela). Entre las desaparecidas figura la patética Adriana (inolvidable Drea de Matteo con su voz quebrada y su dependencia de la cocaína), novia de Christopher —sobrino de Carmela y delfín de Tony— quien no dudó en bajarle el pulgar cuando se supo que había sido obligada a ser informante del FBI.
Después de pasar por distintas etapas, incluyendo un tiempo de separación, Carmela sigue siendo la misma mina familiera, preocupada por el futuro de sus hijos, por los riesgos que corre Tony con quien tuvo un encuentro muy cercano en la primera parte de la sexta temporada, el año pasado, cuando él, baleado por Junior, estuvo internado a punto de morir, y ya varios de sus amigos y enemigos se probaban su traje. Si bien ha aprendido a saborear los beneficios de ser la mujer del padrino, a quien ama entrañablemente, Carmela ha ido intentando conseguir cierta autonomía económica iniciando sus propios negocios.
Hace dos años, Tony arrojó un arma comprometedora, alguien lo vio y al empezar el capítulo del domingo pasado, el FBI lo viene a buscar. Pese al mal rato, gracias a su abogado, el capo es liberado y se va a celebrar su cumpleaños 47 en casa de su hermana Janice, quien movió los hilos para casarse con el viudo Bobby, alejar un poco a los dos hijos del hombre y tener su propia hijita. Naturalmente, el aniversario se festeja comiendo y bebiendo en el más puro estilo Soprano, llega el momento de los regalos, se ponen a jugar al Monopolio. Y ahí es cuando a Janice le salta el alacrán que lleva adentro y empieza a torear a Tony, él trata de frenarla, ella insiste, él habla del pasado sexual de ella y Bobby le salta al cuello a su cuñado. Después del fuerte encontronazo, sin embargo, los dos hombres se van a hacer sus negocios sucios (unos canadienses venden remedios vencidos contra la osteoporosis cambiándole la fecha, 20 mil cajas, una bicoca) y Bobby, a instancias de Tony, mata por primera vez en su vida. Aunque Carmela prefiere no enterarse de los detalles, sabe que detrás de ese hombrón, que puede ser tan tierno y protector, hay un poderoso engranaje violencia y corrupción.
Los Soprano, por HBO, los domingos a las 22 y los jueves a las 20.45.
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