Sábado, 28 de noviembre de 2015 | Hoy
Por Luciana Peker
Puedo clavar mis rodillas en el piso sin arrodillarme a rezar, suplicar ni agachar la cabeza. Más bien la subo. Clavo la mirada. Desvisto la sed. Naufrago entre los gustos. Dar para darse no es dar, le das, le doy. Dar no es dar. Coger no es ceder cuando se coge bien. Y ceder no es entregarse. Entregarse no es ceder. Toda la sexualidad está revestida de metáforas de dominación. Y a la vez que capeamos a la dominación buscamos el deseo perdido entre el deber ser. Ahora, en el climax político de uno de los momentos políticos más calientes de una Argentina ardientemente politizada, de una coyuntura post electoral de perdedores y ganadores, victorias y derrotas, entrantes y salientes las palabras remiten a un discurso en donde el penetrador castiga y la penetrada es derrotada.
Ser cogida no es ser aplacada. No por remontar la apuesta de la corrección política que puede –y debe– ser desbocada de ganas para escupir la rabia y no tragar la corriente, sino para no perder la victoria de los cuerpos en llamas. Y para dar por impermeable el mayor de los derechos: al ajetreo indomable de las yeguas en vilo con sus cuellos arqueados.
Pero hay un deseo más que no encaja en grietas ni urnas. El deseo a desear. En voz alta. En tiempos de reivindicación a las tareas silenciosas femeninas, a las que escuchan más de lo que hablan, a las que no pierden la cadena y se hacen escuchar a como de lugar, a las que esperan y cuidan y van un paso atrás y –como mucho– al costado del hombre (después de la irreverencia de acomodarse por delante) toca, también, estallar de la pasividad dominante y reivindicar –a cada cual solitas o juntas– la apología del sí fácil. No hay que volverse esquivas y volver a esperar a que cabecee el deseo para salir a bailar. A ser escrita para escribir. A ser invitada para invitar. A ser deseada para desear. No es necesario –tampoco– apabullar para no dejar escabullirse el climax de la conquista sin mandato cumplido: el derecho a desear. Y sí, el sí es fácil. Y no nos lo quita nadie.
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