Viernes, 9 de septiembre de 2005 | Hoy
Cambian pañales, les enseñan a escribir su nombre, ponen el hombro a sus problemas y les pellizcan el cachete, por última vez, el día que los alumnos dejan las aulas para siempre. A las militantes del primer oficio femenino independiente, Jacintas Pichimahuidas algo más despabiladas a la fuerza, segundas mamás vestidas de guardapolvo, ¿qué les pasa cuando es su propia maternidad la asignatura pendiente? Paradójicamente, hoy, habitar este caótico universo poblado principalmente por mujeres en edad fértil y niños se vuelve, en algunos casos, en contra.
Cuando Ctera pidió a las maestras que sacaran una hoja y escribieran sobre este tema, quedó en evidencia una realidad lamentable: el 15,4% contó que tenía problemas ginecológicos, el 14,5%, que tuvo partos prematuros, el 24,5% de las encuestadas dijo haber perdido un embarazo; en los dos primeros ítem, en las llamadas escuelas de riesgo, las cifras se duplicaron.
Entre los motivos más frecuentes que acercan a maestras y profesoras a la visita médica, figuran las consultas ginecológicas (por dismenorreas, amenorreas y agravamiento de síndromes premenstruales) y obstétricas (por abortos espontáneos y nacimientos anticipados), corroboró Miriam Bergalli, licenciada en Ciencias de la Educación, en la investigación La salud cerebral e integral del docente. Bergalli visitó escuelas y consultorios, y –además de descubrir que más de la mitad de las jardineras tiene problemas para dormir– escuchó cómo todos sus entrevistados y entrevistadas reconocieron el impacto que el estrés laboral provoca en su vida familiar, social y sexual.
Cada una soporta lo suyo, tanto las docentes que llegan a su trabajo en remise como las que viajan a dedo, en canoa o colectivo. Esta problemática afecta a todos los niveles educativos de los distintos sectores sociales. “No puedo decir que la actividad docente aumenta el riesgo de tener problemas de fecundidad o en el desarrollo de embarazos, porque cada actividad tiene lo suyo y peor están las tractoristas, las que trabajan en quirófanos y se exponen al óxido de etileno, las empleadas textiles que pasan 9 horas paradas. Pero sí puedo decir que las condiciones de trabajo de los docentes no ayudan al desarrollo normal de un embarazo”, afirma Lilian Capone, médica, directora del área de Salud de Suteba.
Al responsabilizar a las condiciones de trabajo de las maestras, Capone se refiere a la inseguridad edilicia (pocos baños, contaminación de agua, falta de iluminación y ventilación adecuadas, etc.), a los inconvenientes que trae en la mochila el ejercicio docente (cargas horarias, distancia entre escuelas, trastornos de alimentación) y a los problemas de los alumnos (superpoblación, dificultades de aprendizaje, violencia). “Las embarazadas suelen estar frente a poblaciones desprotegidas en relación a las enfermedades infectocontagiosas, por ejemplo. En los jardines de infantes, los mobiliarios son para niños pequeños y bajos, y allí se sientan las maestras. En las escuelas especiales no hay preceptores, y la mujer embarazada tiene que transportar a los niños que, a veces, son grandes y pesados. En nuestros centros de salud lo vemos: la prevalencia de las enfermedades en los docentes, transportadas a las embarazadas, hace que sean una población con mayor riesgo.”
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