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Viernes, 2 de diciembre de 2005

El asiento no es limosna

 Por Luciana Peker

“Denle un asiento a la señora, un asiento, no les pido que se hagan cargo del pibe”, gritó el colectivero, el segundo, en mis treinta y cuatro semanas de embarazo que alzó su voz en mi defensa. Con grito y todo, la primera parte del colectivo, entre bastones, bebés en brazos y desentendidos, quedó trunca. Llegué a la fase dos –en los colectivos modernos los asientos no son una hilera continua– y una señora se levantó bufando: “Tendrían que habérselo dado en la parte de adelante; el colectivero se tendría que encargar de eso en vez de ir tan fuerte”.

A veces lo pido, a veces me canso de pedirlo y no lo pido y prueba que si no lo pido no lo dan, a veces espero que se desocupe uno y ahí si codeo para tener prioridad en la descarga, a veces pienso ¿qué hago? hasta que alguien hace algo, a veces me da tanta bronca que nadie haga nada que tampoco hago nada, a veces miro a los ojos y compruebo cómo miran el ombligo y se recuestan en el propio para no levantarse del asiento, a veces, muy a veces, me dan el asiento y a veces, menos que esas otras veces, el colectivero clama para que la panza que está en el sticker de prioridades de los asientos sea algo más que un sticker.

Me da tanta bronca tener que empezar cada día cuestionándome qué actitud tomar, cómo explicar por qué es necesario dar, pedir y recibir el asiento de un transporte público estando embarazada: 1) porque te sentís, o podés sentirte, mal (el embarazo no será una enfermedad pero joder, jode) y puede dar: baja presión, mareos, náuseas, vómitos, taquicardias, palpitaciones, hemorroides, calambres, cólicos, etcéteras embarazosos, 2) porque el cuerpo erguido y tenso genera contracciones y las contracciones exacerbadas no son bienvenidas, 3) porque cualquier codazo, empujón y caño clavado, que siempre es molesto, en este caso es insoportable, 4) porque una frenada puede ser caída y una caída muy peligrosa.

Me releo y me da pudor asumirme como quejosa, pedigüeña y criticona. Me da miedito volverme una Doña Rosita, embarazada y pringosa de sentido común y reclamo de buenas costumbres y solidaridad gentil. Sin embargo, lo asumo –y lo escribo– porque no creo que la igualdad de derechos se consiga negando la vulnerabilidad sino haciéndola valer. Estar embarazada da y quita y sólo puede quitar menos –la posibilidad de trabajar, pasear y transitar– si viajar en colectivo deja de ser una aventura o un ruego. Estar embarazada da derechos. No ganas de andar tocando el hombro y pidiendo favores. Que no son favores.

* Malabarista del 146 con Uma en la panza (de 8 meses) y con Benito (de 4) sobre el 168.

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