Viernes, 20 de junio de 2008 | Hoy
Por Valeria Burrieza
Cuando conocí a Felicitas Herrera yo estaba mareada por las hormonas, con la remera manchada de leche y mis ojeras me daban ínfulas de lechuza. Ahora, si yo estaba alterada, ella tenía una sobredosis de puerperio, de trabajo, de responsabilidad, estrés, preocupaciones, llantos, fluidos de distintos colores en la ropa, pelo sin lavar, una colección de ojeras en capas. Yo había tenido a Ema, ella a Gerónimo, Fermín, Julia y Mía. Todos el mismo día.
Felicitas vivía en España, se había casado con un músico de rock que tocaba la batería en una banda conocida y sus horizontes estaban del otro lado del océano. No tenían pensado volver a la Argentina, pero vinieron para probar con un tratamiento de fertilización y nunca más volvieron a poner el foco del otro lado del océano, por lo menos como familia.
Acá se instalaron en un PH prestado en los suburbios de Buenos Aires y él se fue unos meses a Europa a buscar dinero para la tropa que acababa de nacer. Ella se quedó sola, con cuatro bebés, una suegra y una madre que se alternaban para ayudar y algunas empleadas que cobraban por horas y hacían turnos rotativos para entrar en el minúsculo departamento apenas pensado para esta familia tipo. Ahora, tres años más tarde, recuerda lo difíciles que fueron esos primeros tiempos, “necesitábamos ser tres personas todo el tiempo. Si no tenés la guita o la familia, no sé qué haces. Pero en mi caso, no me faltó por suerte. Todos colaboraron con lo que cada uno podía dar o sabía hacer, nuestros viejos, hermanos, tíos, amigos... porque no hay ayudas estatales ni casi privadas, sólo me ayudó una ONG”.
Aún siendo protagonista y parte de esta experiencia, Felicitas, ante la idea de que se empiece a regularizar este tipo de tratamientos para evitar los embarazos múltiples, prefiere la duda: “Es un tema muy difícil, yo también creo que nadie debería correr el riesgo de tener más de tres chicos a la vez, pero al mismo tiempo cuando estás en el otro lado, ante la posibilidad de no ser madre nunca, estás dispuesta a correr cualquier riesgo, y todo te parece menos malo que no tener hijos. Así que te digo, yo tengo una opinión de casi todo en la vida, pero de esto no. Hay momentos que son de una felicidad enorme, que te desbordan, se recibe tanto cariño, hay tanta vida, tanta alegría. Todo es muy intenso, la felicidad y también los momentos difíciles. No es para cualquiera”.
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