Viernes, 10 de julio de 2009 | Hoy
MADRES DESESPERADAS
“Hoy me lo traje a Teo al laburo. Mi mamá, que lo cuida, tenía un turno con un médico. Pero, además, para sacarlo un poco de casa. Vinimos en el bondi comiendo un pebete entre los dos y, después, me paranoiquié un poco de estar llevándolo en bondi por la ciudad y comiendo”, cuenta Fernanda Mainetti, que resume los tirones entre aire y encierro, ahogos y respiros en el que reman la mayoría de las madres en estos días. Con un plus: hay que trabajar, pero los chicos no van a la escuela. Y eso que levanta indignación del termómetro radial cuando los y las docentes hacen huelga, ahora, que es una decisión estatal y, presumiblemente, justificada en una epidemia todavía imprevisible debería conllevar una responsabilidad del Estado (en Morón, por ejemplo, las madres y padres de niños/as sin clase pueden pedir licencia) pero que en la mayoría de los casos queda a la buena de una abuela, una niñera o el azar.
Pero, también, de otra niñera fundamental: la tele. Un aparatito mágico, pero que también –gracias a la prédica políticamente correcta– expande otro peligroso virus: el de la culpa en las madres. “Sinceramente odio tener que morir en tv/videojuegos/pelis, pero muchas alternativas no hay”, dice Fernanda. “¡Pero, la verdad, todas las amigas madres están igual, agarrándose de los pelos porque no saben qué garompa hacer con los peques!” “En relación con la tele y la culpa: cero. Que se pegue a la tele o a la compu. Eso sí: después de las diez de la mañana, porque somos muy pero muy estrictos”, ironiza Melina con respecto al salvataje con su hijo Valentino, justo cuando acaba de nacer otro bebé y tienen que adaptarse a ser una nueva familia en convivencia full life gripe A.
“Arresto domiciliario infantil”, define Carla Martínez la situación en la que siente que pone a sus hijas Laura y Eloísa. Y aunque no estén contagiadas de gripe A, a ella le vuela la temperatura. En principio, por la tarea al hogar (descargada sobre madres que llegan dobladas después de una jornada laboral intensa) de un sinfín de cuadernillos con los que, se supone, las madres deben ser maestras. Aunque, si alguien tiene la suerte de tener una Eloísa y Laura –buenas alumnas– no está tan mal. “Las catorce imposibles hojas llenas de ejercicios de Matemáticas, tareas de Lengua, búsquedas de Ciencias Sociales e investigaciones de Ciencias Naturales, que pensé iba a costar que mis hijas encaren, resultaron casi una salvación: de aburridas, nomás, se pusieron a hacer los deberes.” Salen a la madre en lo de los deberes: “Pegué en la heladera una lista con opciones antiaburrimiento: juegos de mesa, leer libros, revistas, diarios, jugar a las cartas, conectar la alfombra para bailar, hacer crucigramas y juegos de ingenio”. Y aprovecha la volteada de gripe: “Ayudar a mamá a cocinar y a colgar ropa”. En algunos casos, no hay mal que por bien no venga. Pero eso decían las abuelas. Ahora está la tele y los broches y la soga no son una opción. “No hay nada que haga que abandonar el huequito que cada una forjó en el sillón frente a la tele valga la pena”, sinceriza la situación Carla.
La psicóloga especializada en primera infancia y fundadora de la línea “Descubriendo”, Carolina Micha propone opciones para padres y madres desesperados por volver a ver a sus hijos unplugged: “Cantar y bailar al ritmo de la música, invitarlos a tocar diferentes instrumentos musicales, jugar con títeres (armar juntos una obra e improvisar diálogos y canciones para estimular el lenguaje y la comunicación y dialogar con el niño y la niña a través del títere), darle a los chicos y chicas crayones y témperas e invitarlos a explorar libremente y ofrecerles papel celofán de distintos colores para que vean cómo el mundo se puede ver diferente. También hay que fomentar el hábito de la lectura sonorizando el cuento (poniéndole a cada personaje una voz diferente) e invitarlos a pintar y recrear en papel el cuento recién contado”.
Susana Montalbán también da otra opción: “Que se aburran”. Pero para tolerar niños/as aburridos/as o ponerse a jugar y cantar con ellos hace falta tiempo, ganas y dedicación. Y la falta de escuela dura un mes. Por eso, Carla también alerta de otra pandemia: la de las madres desesperadas: “Sabía que la gripe provocaba fiebre, dolores musculares, escalofríos. Pero, créanme, también enferma a los que no contagia”. Los hijos de Silvina Caballero, Carmina y Virgilio, fueron a sacar un video y no querían volver a entrar. Padecían extrañitis de espacio público. Pero no es fácil torear el pánico. Silvina asume: “No le tengo miedo a la gripe, pero tanta psicosis contagia. Llevé a mi hija al circo y en un momento se acercan unos extranjeros y le ofrecen a mi hija el copo de azúcar que estaban comiendo. Obviamente en medio segundo ya estaba adentro de su boca y yo por dentro pensaba que el padre si se enteraba me mataba”.
El virus de sentirse siempre enfermo lo patentó Woody Allen, pero así se siente la historiadora Karina Felliti: “Mi pesadilla en estos días soy yo misma. Soy paranoica y fóbica y ahora el ‘peligro’ está encarnado en algo intangible como un virus y eso me pone aún peor”. Y para peor no sólo no hay escuelas: tampoco teatro donde descansar en una silla sintiéndose buena madre. “Mis salidas de fin de semana y de vacaciones siempre han sido tributarias de la industria cultural –mucho teatro infantil ‘comprometido’, recital del Sapo Verde y películas infantiles para adultos– y ahora me veo en la plaza con el balde y la palita, llena de esa arena que me daba asco y que ahora se transformó en el único escenario posible”, confiesa.
Pero si Karina sobrevive es, también, gracias a otra mujer –integrante de una categoría en cotización en alza como definió por Facebook el periodista Ignacio Miri–: las abuelas. “Soy una privilegiada, la cuidadora de mi hija es mi madre Pochy. En estos días me resulta fundamental; sin ella no podría hacer nada. Las horas del colegio son horas de silencio que se perdieron antes del tiempo previsto”, sintetiza Karina. Isabel Mendoza recalca la oda a su propia madre. “Mi mamá vino el domingo a la tarde y se llevó a Mora a dormir, el lunes se pasó el día en su casa y yo aproveché para laburar, la fuimos a buscar a la noche y la maravillosa abuela nos esperaba con cena para todos.”
Paula Rodríguez, coautora de la Guía Inútil para Madres Primerizas se atreve a ir contra la corriente: “Soy un bicho raro porque por ahora no sufro. En primer lugar, porque cuento con alguien que cuida a mi hijo, que además es muy buena compañera suya. Entonces, no es un lío con quién dejarlo. Y si me apuran, voy un paso más en la subversión y digo que, por ahora, lo estoy disfrutando, porque no tengo que correr para llegar a casa a un horario decente ni apurar a mi hijo para que se acueste temprano”. Una madre sin culpa ni miedo. Hasta que pregunta: “¿Está mal?”. Y se ríe.
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