› Por Fernando Mao *
En la época de mi iniciación sexual, al contrario de muchos de mis amigos adolescentes, ni se me cruzaba por la cabeza la posibilidad de “comprar” una noche de sexo. Simplemente porque no tenía ganas de una relación sin placer compartido, porque aspiraba a que mi compañera disfrutara tanto como yo. Mis intereses, en ese momento, eran puramente egoístas, todavía no pensaba cómo sería la vida de esas chicas que se ofrecían en la calle o en algún departamento privado. Para el imaginario popular esas chicas eran “mujeres de la vida” que podían sacarte el dinero o transmitirte alguna enfermedad.
Hoy, a mis 47 años, la vida me llevó a interrogarme sobre la situación de las mujeres en prostitución: aprendí a escuchar el relato de sus vidas, las historias del dolor. Ahora yo no pago por sexo porque no tengo ganas de perderme el disfrute de a dos; porque concibo al otro como cuerpo gozante y no como mercancía, porque no quiero ser cómplice de la explotación de un ser humano a otro ser humano, porque no hay nada más hermoso que la libertad y nada más aberrante que la esclavitud. Y, además, si yo no pago por sexo no contribuyo al enorme negocio de la industria sexual y la trata de personas. No me convierto en cliente y sin cliente no hay prostitución ni trata.
* Coordinador nacional de la Red Alto al Tráfico y la Trata (RATT).
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