› Por Ricardo Ragendorfer *
Son pocos los especímenes masculinos en cuyos labios la frase “yo no pago” resulta verosímil. Sin embargo, entre ellos se destacan los vigilantes, quienes, por cierto, tampoco abonan la pizza que consumen. Ya se sabe que la policía es la gran protectora de la industria prostibularia. Y que con su mano de obra suele establecer un vínculo que abarca desde el sometimiento económico a la obtención de datos. Al respecto, el escritor Fogwill supo acuñar una máxima: “Las putas son tan amigas de los canas como el Partido Comunista del capital financiero”. Una suerte de Síndrome de Estocolmo, que también se extiende al fiolo clásico –proxenetas que sólo explotan a unas pocas mujeres– en un marco signado para ellas por la indefensión absoluta. Claro que el tráfico de sexo en gran escala –la trata de personas– carece de semejantes sutilezas. En este punto, las preguntas serían: ¿si las chicas que trabajan no estuvieran atadas a reglas laborales rayanas a la esclavitud –dicho de otro modo: si fueran independientes y autónomas– sería legítimo, desde el aspecto ético, el ejercicio de su profesión? ¿Lo sería a la vez el acceso de sus clientes a ellas? El primer interrogante, desde luego, reposa en los tornadizos vaivenes conceptuales de la condición social. El segundo, en cambio, se agita en la aún más compleja e inasible naturaleza de la condición humana. Porque, en última instancia, lo que suele lanzar a los hombres hacia el amor rentado no es sino una telaraña de factores relacionados con el misterio –muchas veces, oscuro– del deseo. “Yo no pago”, es entonces el lugar común que, en público, acostumbra a esgrimir buena parte del género varonil. Y con una lógica que oscila entre la corrección política (no ser cómplice del sistema de dominación) y el narcisismo (privilegiar la seducción al alquiler). Hasta el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi –jaqueado por sus contrataciones de alcoba–, apeló ante los periodistas a tal argumento sin que se le moviera un solo músculo del rostro. Pero quienes realmente abjuran del sexo pago no lo andan pregonando por ahí.
* Periodista.
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