Viernes, 2 de abril de 2010 | Hoy
Por Ingrid Beck *
Querido Ricardo: antes que nada, es importante que sepas que no se pone en duda tu amor, tu sensibilidad, tu ternura. Todo eso está fuera de esta discusión. Aclarado esto, podemos pasar a lo segundo.
Detesto hablar de cocina y no me refiero al tema con seriedad, sino con resignación. De hecho, que pienses que disfruto hablar del tema me pone mucho más seria que Gorbachov hablando de lo que fuese. No es que no me guste cocinar, me encanta, pero las milanesas de todos los días y la vianda de las 7 de la mañana del nene, me resultan deplorables.
No sé coser. Jamás remendé un pantalón. Cada vez que alguno de mis hijos rompe la ropa, todo eso va directo a la caridad. A la basura, jamás.
Lloro cuando estoy triste y me río cuando algo me da gracia (por ejemplo esa letra tuya que dice “Tu reputación son las primeras seis letras de esa palabra”). A lo sumo se me confunden un poco las cosas cuando estoy con las hormonas de punta, pero no mucho más. De hecho, pasé mucho tiempo en el diván de una analista, justamente, para no llorar cuando me tengo que reír y viceversa. Te agradecería que lo tuvieras en cuenta.
Honestamente, no logro recordar si el día que quedé embarazada hubo luna llena, pero tiendo a pensar que no tiene ninguna importancia, a juzgar por los cálculos del obstetra y la cantidad de semanas que tuve que cargar el paquete adentro. Y eso que fueron unos cuantos meses de tener sexo día por medio. Otra cosa sobre el tema: no parí con dolor, aunque no te venga bien para la letra. Pedí toda la anestesia que me pudieran dar, cosa de disfrutar del parto. ¿Dolor es igual a amor? No, Ricardo, para nada. Dolor es dolor y amor es amor. Igual para los hombres y para las mujeres. Aunque no es menos cierto que depilarse es dolor y que muchas lo hacemos por amor.
Odio ir al supermercado, a lo sumo voy al chino de la esquina, cuando necesito alguna cosita. Si no, hago las compras por Internet, que es más práctico. No busco precios no porque me sobre la guita sino porque me falta el tiempo: con los dos pibes y los ocho trabajos es difícil encontrar el momento para ir al super a hacer la compra.
Lo más importante: ¿Sabés cómo queda el abdomen después del embarazo, Ricardo? Se necesita más que albañilería para dejarlo como antes: chapa, pintura y miles y miles de abdominales que jamás haré porque, como te decía en el párrafo anterior, no tengo tiempo ni de ponerme crema para las estrías. ¿Vas a decir lo mismo de la panza cuando la criatura ya esté afuera? ¿Ahí vas a agarrar la amoladora, la pala, la espátula y vas a hormigonar el vientre para que quede lisito? ¿O mejor no? Ah, eso que llamás “swing al caminar”, en mi idioma se traduce como “no doy más, que alguien me acerque ya una silla” o “no sé cómo caminan las ballenas pero debe ser parecido a esto”. ¿Y sabés qué? Durante el embarazo, cada vez que estornudaba, se movía la panza para todos lados y no era para nada divertido. Como si estuviera andando con el auto sobre el empedrado.
Nada de todo esto es simpático, la verdad. Es cierto, me encanta que me digan “mamá”, pero preferiría gustarte de todos modos, sin el swing, ni el supermercado, ni el parto con dolor ni el vientre abultado, ni los estornudos ni el llanto y la risa, ni la seriedad de Gorbachov hablando de la comida. Porque soy mucho más que una mamá, ¿sabías, Ricardo? Pensar que si tu vieja le hubiera dicho –como citás en esa oda en contra del aborto– “detente” a “esa estrella” en su “vientre”, como escribiste, “hoy faltaría una... canción”. Ojalá faltara ésta.
Querido Ricardo: andá a lavar los platos.
* Directora de la revista Barcelona, que presenta su muestra de contratapas en la Legislatura Porteña, entre el 7 y 20 de abril. También integra Radio Barcelona, los sábados de 12 a 13 horas, por Radio Nacional. Y es coautora de Guía Inútil para madres primerizas I y II, de Editorial Sudamericana.
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