Estuvo Ramón Díaz, el flamante técnico de River. Y como ya se sabía que iba a ir, los hinchas colorearon el Monumental con su presencia para darle la bienvenida. El DT entró al campo de juego, saludó envuelto en una nube de fotógrafos, como diría Fioravanti, y se llevó en sus oídos la música maravillosa de la voz del hincha: “Que de la mano / de Rámon Díaz / todos la vuelta vamos a dar”. Después se fue a un palco de la tribuna Belgrano alta y desde allí vio todo. Vio a los hinchas que no paraban de tirarle camisetas para que las firmara; vio a los bomberos tirando agua; vio a un hincha con un pibe a cococho que se quería agarrar a piñas; vio a un costado una bandera en la cabecera del Río de la Plata que decía “Almeyda, eternamente gracias”; vio justo enfrente suyo una bandera blanca de unos diez metros de largo con esta inscripción de prolijas letras negras; “Assez traitres”. Alguien que estaba escuchando la radio le tradujo; “‘Demasiados traidores’, o algo así”. El destinatario no estaba en el equipo, ni en el banco de suplentes: David Trezeguet. Escuchó a los hinchas que le advertían a Passarella que se diera cuenta de que “no te quiere nadie”, con una introducción bien grosera. También escuchó puteadas de todos los colores cuando pronunciaron por altavoces el nombre del DT de Lanús; escuchó algunos murmullos con un par de pelotas que perdió el nervioso pibe Martínez en el inicio del partido; escuchó a la hinchada de Lanús, que en algún momento del primer tiempo copó la parada ante el silencio de los locales; y escuchó a los hinchas de River, que en algún momento cantaron aquello de “movete, River movete” y después estallaron con el gol, y en la onda expansiva se acordaron con todos los cantos posibles de Boca. El Pelado Díaz se fue a los 40 minutos del segundo tiempo, después del cabezazo de Mora que liquidó el partido, antes de la pitada final de Germán Delfino.

La presencia de Ramón Díaz, las piñas, las banderas, los bomberos tirando agua para que la gente no se deshidratara, los cantos y los silencios, dejaron en segundo plano al partido propiamente dicho.

Jugaban River –un grande que, como tal, va siempre al frente– y Lanús, un equipo modesto con chances concretas de salir campeón, para lo cual necesitaba ir al frente. No respondieron a los mandatos respectivos. River se paró del medio de la cancha para atrás sin soltar a los laterales casi nunca, especulando con los espacios que podían abrirse en la contra si Lanús se le iba encima. Y los del Mellizo Guillermo atacaron con precauciones, sin la prolijidad de otras veces, recurriendo en exceso al pelotazo largo, frontal, para Regueiro o Romero. Con poco, y más por defectos ajenos que por méritos propios, Lanús estuvo más cerca del gol en el primer tiempo, pero en el segundo mostró impotencia para sostener la búsqueda del gol. Y fue en ese declive anímico de su rival que River se dio cuenta de que sólo tenía que animarse un poco para ganarlo. Funes Mori tuvo algunas apariciones para exigir a Marchesín y el pequeño Mora le puso muy bien la cabeza a una pelota para clavar el 1 a 0 que quedaría marcado. Que el triunfo de River lo deja a Boca prácticamente clasificado para la Copa Libertadores de América fue tomado como un dato menor. Lo que más les importaba a los hinchas riverplatenses –además de ganar, obvio– era tomarse revancha con Lanús, que en el último partido en esa cancha lo había superado 2 a 1, mandándolo a la Promoción. “Me parece que el grana no sale campeón / porque River, porque River, lo cagó”, sentenciaron a coro. También les importaba que la sola presencia del Pelado Díaz se asociara al éxito, aunque el DT no dirigió ni por control remoto.

Ganó River y sus hinchas esperan que haya nuevos días como el de ayer.