Lunes, 22 de marzo de 2010 | Hoy
FúTBOL › LO QUE HUBO DE HABER HABIDO
Por Juan José Panno
Así somos. Frente a cada hecho de cierta trascendencia noticiosa los argentinos nos preguntamos quién está detrás, a quién beneficia o perjudica lo ocurrido y hacemos toda clase de especulaciones respecto de las razones y las consecuencias de ese hecho. Mucho más si se trata de un partido de fútbol suspendido, con lo cual no se habla del juego sino de todo lo que implica la postergación. De eso se trata, precisamente, esta nota.
Baldassi podía haber frenado el partido un poquito antes de las tres de la tarde, la hora indicada para el comienzo, porque ya intuía que la pelota no iba a rodar, pero prefirió esperar. ¿Hizo bien? Sí. La multitud (la cancha estaba repleta desde mucho antes) no habría reaccionado con la misma tranquilidad con que asumió la suspensión cuando se dio cuenta, con el partido en marcha, de que efectivamente no se podía jugar. Un pase de Riquelme frenado por el agua lo llevó a abrir los brazos en un claro gesto de fastidio y el árbitro debe haber pensado que ése era “un buen momento para llamar a los capitanes y anunciar el no va más”. ¿Hizo negocio Boca? Sí. Al menos se vislumbraba que trataba de jugar a ras del piso y ya se sabe lo peligroso que puede resultar eso cuando la pelota no corre. El que parecía tenerlo más claro era Morel Rodríguez, que cada vez que tomó contacto con la pelota la levantó para buscar la cabeza de Palermo, pero los demás, no. Boca quería jugar, lo cual no está mal en una cancha seca; no en esa Pelopincho gigante que era la cancha.
Los que no hicieron negocio con la suspensión fueron los turistas, que pagaron hasta 400 dólares por una entrada y no se pueden quedar hasta la reanudación. Se habrán tenido que conformar con el impresionante cotillón montado para recibir a los locales y el colorido de las tribunas, incluida la de la tercera bandeja del Riachuelo pintada de rojo y blanco. Tampoco hicimos negocio los que nos frotábamos las manos esperando un partido espectacular, emocionante no por el fútbol que podían generar sino por las situaciones divertidas que por lo general producen los encuentros pasados por agua. Entre caídas y resbalones de defensores, pases frenados por el agua, arqueros comprometidos por una pelota resbaladiza, seguramente se hubiera dado un clásico de muchos goles o de al menos una buena cantidad de situaciones de gol. En una cancha seca se podía esperar que los dos equipos castigados por sus oscuros presentes asumirían pocos riesgos y se preocuparían esencialmente por blindar los arcos propios y brindarles una buena protección a sus respectivos arqueros.
Hasta la reanudación seguirá rebotando en distintas direcciones el clásico que no fue. Los opositores dirán que la cancha de Boca se inunda del mismo modo que la Ciudad, porque la cancha desastrosa es herencia de la gestión de Macri; y los opositores al Gobierno le apuntarán a Kristina, que no hace nada para frenar la inflación, y presiona a todos los jueces –incluidos los de fútbol– vaya a saber con qué oscuros propósitos.
Pero esta nota no tiene mucho sentido porque trata de “lo que hubo de haber habido”, como decía Perón, y no de lo que fue.
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