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Hay quienes insisten, y por ahí no sin razón, que a mayor malaria, más escolaso. Esto es algo así como que a mayor depreciación del poder adquisitivo de los que tienen poco –poco, pero algo–, mayor cantidad de esos que tienen poco pero algo, intentan apostar moneditas a ser favorecidos por patético rulito de González Rivero desde el azaroso bolillero de la “Danza de la fortuna”, o como se llame el informativo, que muchas veces en estéreo –casi en cadena–, Crónica TV, el Canal 26 y Canal 7, emiten en horarios contradictoriamente tan esperados por muchos, como impensables por muchos otros.
Y algo así pasa –está pasando–, rubricado por aquello de “la crisis no puede con la cultura” o “la crisis no puede con el deporte”.
Pocos años peores para el común de los argentinos que este 2002 que, gracias a Dios y a los almanaques, se está yendo. Y pocos años mejores para el deporte de los argentinos que estos doce meses. Pese al fracaso futbolero del Mundial de Corea-Japón. Desde el básquet –Mundial de Indianápolis– hasta el hockey femenino –Mundial de Perth–, pasando por un sinnúmero de gratificaciones colectivas e individuales –Meolans por caso–, pusieron en los mapas deportivos internacionales a los representantes de un país, al que la devastación provocó la perplejidad de cartógrafos especialistas en menesteres en nada vinculados con cuestiones lúdicas.
Ginóbili, Luciana Aymar, el propio Meolans, futbolistas connacionales exitosos en Europa y demás compitieron en notoria desventaja mediática con el hambre y la corrupción generalizadas.
Pero había como una empecinada resistencia –como la de la cultura popular– para demostrar y demostrarse que aunque se vaya llevando todo –vidas, identidad, futuro, territorio– la crisis, ese monstruo grande que pisa fuerte como la guerra (porque es la guerra) no podrá evitar que los piqueteros de la música, el cine, el teatro, la literatura y el deporte ocupen tozudamente las plazas del arte y del juego.