Domingo, 18 de abril de 2004 | Hoy
De aquellos enrarecidos primeros tiempos, con la profética Triple A husmeando
cualquier actividad intelectual pensar siempre fue subversivo hasta
esta reactivada actualidad, pasando por los espumantes y oscuros tiempos del
menemismo y por ese equívoco que se llamó alfonsinismo transcurrieron
casi tres décadas desde esa primera Feria del Libro de Buenos Aires de
1975. Y en lo estrictamente literario también pasaron cosas. Por ejemplo,
murieron Cortázar (1984), Borges (1986), Puig (1990) y Bioy (1999) y
los escritores actuales se ven en la obligación de reemplazarlos. La
Feria misma también fue mutando. De un comienzo dudoso e incierto al
espectáculo de masas en el que se ha convertido en los últimos
años (sobre todo desde que abandonó aquel vetusto Predio Municipal
de Exposiciones y cayó en las garras del posmodernismo según lo
entiende la Sociedad Rural); de excesivas simpatías religioso-militaristas
(bandas tocando música de cuarteles y sacerdotes que bendecían
las instalaciones) al conservadurismo liberal, pero laico al menos, que exhibe
hoy.
Algunos de estos cambios-transformaciones-reconversiones se ven reflejados en
los siguientes recuerdos que escritores, editores y otros habitantes del mundo
del libro accedieron a desempolvar para Radarlibros a partir de la consigna
Mi primera Feria. Estos fragmentos, a la vez, permiten acceder a
minucias, grandezas y miserias de las vidas de grandes (o no) escritores argentinos,
según sus mismos colegas.
De los comienzos a la vuelta de la democracia
1974-1975
Las primeras ferias eran ferias callejeras. Una agencia de publicidad tuvo la
idea, patrocinada por la Sociedad Argentina De Escritores (por eso la SADE tiene
registrado el nombre Feria Internacional del Libro del Autor al Lector,
nombre estrafalario e inconveniente). La primera feria se hizo en la calle,
en el pasaje San Ireneo, cerca de Boedo y San Juan. No fue nadie. Pero los vecinos
nos traían mate y galletitas, hicimos buenos amigos. Después se
hizo en Barrancas de Belgrano, después en Florida, y en un cuarto lugar
que no recuerdo. Esa fue la primera de todas... en Buenos Aires, porque en realidad
la primera primera se hizo en Necochea, ya no recuerdo el año. Sí,
perdón, lo recuerdo. Fue el año en que nació mi hijo, en
1974. Se hizo en la calle 83 y tuvo un éxito enorme hasta que un día
llovió mucho y la corriente arrastró todos los stands, que eran
precarios, a la manera de las ferias artesanales. Y así terminó
aquella primera Feria.
Daniel Divinsky (Ediciones de la Flor)
1975
Uno de los recuerdos más nítidos que tengo es el susto que teníamos
de que no fuera nadie a la Feria. Había costado muchísimo conseguir
los expositores para poder abrir. Recuerdo que una de las cosas que la Comisión
le pidió a Sudamericana fue que tomara un stand doble para poder decirles
a los colegas que si Sudamericana iba con un stand doble, los demás no
podían ser menos y tendrían que jugarse también. El primer
sábado de la Feria, cuando a las seis de la tarde nos acercábamos
al Predio y vimos la cantidad de autos estacionados en los alrededores no podíamos
creerlo. Habíamos estado discutiendo si poníamos uno o dos empleados
para atender el stand e inmediatamente nos vimos desbordados y tuvimos que reforzar
la cantidad de gente para atender al público. Como la Feria se había
hecho a pulmón, y la infraestructura era muy pequeña, recuerdo
quepor las noches, cuando se cerraba el predio, nos teníamos que quedar
a contar la venta de las entradas y llevarnos el dinero a casa para depositarlo
al día siguiente, ya que no había ningún banco a mano.
Gloria Rodrigué (Editorial Sudamericana)
1976
Aquel día la Feria tuvo que empezar más tarde porque hubo un problema
previo a la apertura: se comentaba que iban a poner una bomba en el stand de
un grupo de editoriales de izquierda, en el que iban a firmar Tejada Gómez,
Liliana Heker, Isidoro Blaisten si no me equivoco y yo mismo. En
fin, escritores que suelen ser mal mirados por la derecha. De todos modos, y
pese a la amenaza, el entonces encargado de la dirección de la Feria,
de apellido Manauta, decidió que se abriera igual. Lo que más
me impresionó de ese día fue que cuando se anunció que
Liliana Heker firmaría ejemplares, Bioy Casares que firmaba en
Emecé recorrió a pie toda la Feria para ir a saludarla a
ese stand de los negros, de los supuestos subversivos. Fue todo
un gesto de reivindicación.
Abelardo Castillo (escritor)
1977
Puedo decir que para el pibe que yo era, de trece años y del interior,
la Feria era el lugar donde encontrarse con escritores, ante todo. Volví
unas cinco veces, y con tantos libros como nunca compré. Recuerdo particularmente
a Borges, claro, que dejaba con una fibra Sylvapén su firma diminuta,
como cagada de mosca, mientras lanzaba a esa oscuridad que sólo él
veía extraños aforismos: Todos somos no videntes, yo soy
ciego, o ¿Catorce años? Hay tantos escritores para
leer antes que a mí. Recuerdo a Mujica Lainez, en su peor época
de impostación y engolamiento, que me preguntó chico, qué
pena que uses ortodoncia... y a Sara Gallardo, bella como una modelo y
melancólica como un marinero irlandés, que estaba apurada por
irse del país y que en lugar de deslumbrarse con mis cosas sólo
se interesó por si me llevaba alguna materia, cosa que retenía,
al parecer, a alguno de sus chicos. Quisiera recordar haber pasado de largo
frente a Clarice Lispector, que languidecía en el stand de Brasil y que,
según me cuenta Marcela Solá para consolarme, no firmó
un solo libro. Quisiera recordarla, pero yo también fui uno de los tontos
y sólo puedo lamentar el desencuentro. En fin. Como todo pibe de trece
años, sentía que no había en el mundo nadie más
desdichado que yo ¡en el 77!-, pero la Feria me sugirió
que podía seguir escribiendo, que ser escritor no era algo que le sucediera
sólo a la gente lejana en el tiempo o en el espacio y me dio una pasión
por la literatura que ya nunca me abandonó.
Leopoldo Brizuela (escritor)
1979
La primera Feria la recuerdo como una feria más chica, más escolar,
casi secreta, respecto de lo que es ahora. Era la época de la dictadura,
uno se encontraba con gente. Me acuerdo de recorrer mucho, nada preciso, pero
me acuerdo de ese stand de gente de izquierda; había un clima de reunión
de sospechosos, según los militares. Es más bien una
sensación: muchos amigos en peligro, y encontrarse con algún actor
y ver que estaba vivo y estaba acá, encontrarse con gente amiga y ver
que estaban bien. Así eran las Ferias de la dictadura.
Sylvia Iparaguirre (escritora)
1982-1984
El primer recuerdo es de 1982. Estaba exiliado en Madrid. Me habían asegurado
que si volvía por una semana con la protección de la embajada
española, no iba a haber problemas. Me atreví a dar una vuelta
por la Feria. Varios colegas se hicieron los distraídos para no saludarme,
fingían estar hipnotizados por la tapa de un libro y alguno que no pudo
ocultarse se asombró: ¿Pero vos no habías...?.
Mi verdadera primera Feria, entonces, fue la de 1984. Encuentros con amigos,
abrazos con quienes también regresaban del exilio. El placer de ver sobre
las mesas textos prohibidos hasta entonces, y el convencimiento de que la democracia,
esta vez, habría de durar.
Horacio Salas (escritor)
1983
La primera Feria en la que trabajé para Paidós fue en 1983. No
fue la Feria del destape, pero ya había pasado Malvinas y ya había
campaña de los partidos políticos, de modo que había un
poco más de movimiento intelectual. Fue una Feria muy exitosa. Desde
luego, ya que a mí no me interesa el cholulismo alrededor de los escritores,
no tengo mayores anécdotas. Pero sí puedo señalar que entonces
todavía las editoriales iban con todo su fondo editorial, es decir, con
todos los libros que tenían a disposición. Lamentablemente, hoy
eso casi no sucede, aunque nosotros tratamos de mantenerlo. Se consideraba que
la Feria era la oportunidad de mostrar al público todo lo que estaba
editado en el país. Lo que no estaba en librerías, ahí
estaba. Ahora no sucede sobre todo porque se edita más que antes, y entonces
no hay lugar.
Celia Tabó (Editorial Paidós)
1983bis
Mi debut en la Feria fue en la de 1983, todavía con el generalBignone
en el poder, pero con la fuerza de la seguridad de las elecciones para octubre.
Resultó muy emocionante por varias razones: a fines de enero había
regresado a vivir a la Argentina luego de 7 años de estar en México,
y había vuelto con un trabajo: instalar en el país una filial
de la editorial Nueva Imagen que el argentino Schávelzon y el mexicano
Alatriste tenían con marcado éxito en el Distrito Federal mexicano.
Entonces, me tocó ponerla en marcha y también encargar un stand
para exponer el estupendo fondo editorial, con un par de libros nuevos, entre
ellos, uno de Mario Benedetti y Deshoras de Julio Cortázar, que reeditamos
aquí. Fue una Feria conmovedora, porque el país todo, los ambientes
culturales y, específicamente, el mundo del libro, comenzaban a desatarse
un poquito de los tiempos fatídicos.
Carlos Ulanovsky (periodista y escritor)
La primavera ochentista
1984
Fui a la Feria por primera vez de la mano de mi tío. Pensó que
al entrar me darían ganas de hacer travesuras, cosas detonantes, armar
ruido y revolver: se equivocó. Me hizo llevar allí el que era
entonces mi librofavorito; alegó que iba a hacer que la autora pusiese
su firma. Al ver a esa señora, me espanté. Daba el aspecto de
un gran insecto cojo que a la fuerza quería alzarse con un lugar en el
mundo y tener todo el pasillo para sí. Permanecí con los ojos
muy abiertos y lloré de decepción. Para calmarme, mi tío
sugirió ir al primer piso a ver otro stand de libros infantiles. Subí
como si acabara de salvar mi libro de un peligro atroz. Avancé entre
la gente obstinada, pujante, inquieta, luchando por no perecer. No sé
en qué momento del periplo mi libro se extravió. La tristeza me
oscureció a tal punto la visión que no veía ni por dónde
iba. Sin duda era poca cosa, pero yo lo sentía casi todo lo que tenía
en la tierra. Mi tío dijo que no me preocupara, que podíamos comprar
enseguida un ejemplar igual a ése. Lo miré cual si me hubiera
dicho la peor barbaridad. Y así fue cómo precozmente supe la distancia
entre una feria de libros y el íntimo amor de un lector.
Florencia Abbate (escritora)
1985
Una de las primeras veces que asistí a la Feria había leones que
se comían a un niño en la tapa de un libro enorme, brillante,
me acuerdo, en un stand de la derecha. Y fui invitado como autor de mi libro
Animaciones suspendidas, y compartí la mesa de las firmas con Beatriz
Guido, deliciosa persona y finísima escritora. Venía poca gente
a nuestra mesa y Beatriz sacó una caja enorme de bombones y me instó
a saborearlos. ¡Qué ricos estaban! ¡Sobre todo los de licor!
Mientras los saboreábamos, ella dijo: Quiero decirte dos cosas:
primero, que veo que no sabés firmar los libros y yo te voy a enseñar,
como a mí me enseñó Manucho...; y segundo: que nunca aceptes
ser funcionario. ¡Y me lo hizo jurar besando un bombón!
Arturo Carrera (escritor)
1986
Mi primera Feria fue en el Centro Municipal de Exposiciones en 1986. Y, como
la Feria tenía y sigue teniendo un método ridículo de asignación
de los espacios, nos tocó arriba, en unos pasillitos en los que no pasaba
nadie. El stand era muy chico, lo armamos entre pocos, yo mismo fui a una carpintería,
diseñé una mesa, dos estantes, y lo cargué con mi hermano.
Todo era así, muy artesanal. No había montacargas, había
que subir las escaleras. Estuvimos varios años arriba, en el ghetto,
gracias a ese sistema anticuado por el cual se sortean los lugares pero tienen
prioridad los que tienen más antigüedad. Y los que están
desde la primera Feria tienen los mejores lugares. Así uno nunca puede
acceder a esos lugares; salvo que uno compre muchos metros, lo que además
es carísimo.
Mariano Roca (Editorial Tusquets)
1987
Mi primera vez en la Feria del Libro está asociada a la imagen de Beatriz
Guido, a su sorprendente y nerviosa afabilidad, a su collar de perlas y su hermético
vestido negro, así como esa glamorosa gordura que la hacía tan
jovial. Cuando la vi firmando ejemplares, me compré Fin de fiesta y me
arrimé a ella sin pensar demasiado en lo que hacía o en lo que
iba a decir. Antes de abrir el libro y estampar su firma, la Guido me miró
por encima de sus anteojos una mirada muy enérgica que yo apenas
pude sostener y que, sin embargo, atesoré en mi memoria por mucho tiempoy
mepreguntó a quemarropa: ¿Vos escribís?.Por
supuesto, desarmado o intimidado, puse mi mejor cara de sorpresa y contesté
que no. Ella se sonrióy nos despedimoscon un beso. Con letra grande y
perfecta, en color rojo, la primera página de ese ejemplar de Fin de
fiesta que ya no conservo,decía: A Walter Cassara, que algún
día me dedicará uno de sus libros.
Walter Cassara (escritor)
1988
La primera vez que me presenté en la Feria del Libro de Buenos Aires
fue igual que todas las siguientes: Daniel Divinsky dijo algunas cosas muy ocurrentes
y chispeantes, y después yo leí fragmentos del libro que se presentaba
y canté algunas canciones. Antes y después, recorrí un
poco la Feria, revolví, compré algunas cosas y otras no.
Leo Maslíah (escritor)
1989
Yo iba a la Feria del Libro aun antes de haber publicado algo que valiera la
pena. Me encantaba. Compraba, cuando podía, libros que de otra manera
no hubieran llegado a mis manos. Veía a editores y escritores y escritoras;
a quienes conocía me los charlaba un poco y a veces íbamos a tomar
cafecitos. Pero lo que verdaderamente me gustó siempre, desde la primera
Feria, es que la de Buenos Aires fuera la única feria del libro en el
mundo que olía a choripán.
Angélica Gorodischer (escritora, 1989)
De los años 90 al siglo XXI
1990
Los problemas que tengo con la Feria del Libro creo que se adscriben a diversos
desórdenes mentales. La primera vez que fui tuve un ataque de pánico.
Conducía un automóvil muy desaliñado y bastante indómito
tengo amnesias topográficas al manejar, de paso que a la
altura de la avenida Figueroa Alcorta y una rotonda donde se suponía
que debía girar, siguió de largo. Me perdí, me perdí
en los senderos y subsenderos que pertenecían al predio hasta que unos
golpes feroces que al rato reconocí como taquicárdicos me decidieron
a apretar el acelerador y regresar a mi pequeño hogar. Mi lugar en una
mesa redonda que debatió sobre rock y arte, algo así, quedó
vacío. No contesté el teléfono durante dos días
y así es que tengo un vago regusto culpable unido a los nombres de Luis
Alberto Spinetta y de Federico Klemm, que participaban del panel.
Laura Ramos (escritora)
1991
Mi primera Feria del Libro la experimenté con extrañeza porque
fui sin buena capacidad en castellano. Ese laberinto de objetos, sonidos y acciones
se abría delante de mí como un acordeón que cae sobre una
escalera frente a un sordo: divulgaba sus secretos de manera opulenta pero yo
no podía comprender todo su significado. Cada tomo y cada letra me llenaban
de la expectativa de captar un mensaje, sólo para escapársemedespués
como una anguila en el ancho río marrón. Aparte de lo lingüístico,
me maravillaba oír a la gente, tanto a los escritores como a los lectores,
a todos por igual, cómo murmuraban sus melodías en ese idioma
que aún no era del todo uno, sino una música, como los libros
mismos no eran registros claros de ideas, sino objetos mágicos que convocaban
a miles que iban ahí para imaginarse (como yo) las cosas.
Anna Kazumi Stahl (escritora)
1997
Desde 1997, cuando participé por primera vez, me di cuenta de que la
Feria del libro no es, para mí, el ámbito más adecuado
para relacionarse con los lectores. Alguna vez, esperando que se hiciera la
hora de la firma de ejemplares, he vendido algún diccionario al ser confundido
con un promotor del stand. En otra oportunidad, una lectora decepcionada con
una de mis novelas (hecho ciertamente frecuente) me exigió la devolución
del importe del volumen, cosa que hice sin discutir para que el episodio no
derivara en escándalo y no cundiera el ejemplo. Y no faltó aquel
quien, luego de susurrar con pudor que no tenía dinero para comprar un
ejemplar de mi autoría, me pidió que le firmara un libro de aforismos
que llevaba, circunstancialmente, bajo el brazo. Fue así que tuve el
extraño privilegio de firmar: Con mi mayor afecto, José
Narosky. El salón de libro es uno de esos ámbitos en los
que corremos el riesgo de dejar de ser escritores para convertirnos, literalmente,
en charlatanes de feria.
Federico Andahazi (escritor)
2001
Mi primera Feria fue cuando tenía 15 años, fue mi primer trabajo
de la vida. Desde entonces, estuve en todas. Sin embargo, la más importante
para mí fue la primera con Siglo XXI, porque desde el 76 no teníamos
stand propio. Esa Feria fue recién en el 2001. Pusimos un stand, no bien
inaugurada la editorial. Y me sorprendió la cantidad de gente que vino:
nos pedían libros que hacía 20 o 30 años que estaban agotados,
o que era muy difícil traer de afuera. Fue un boom, algo que no teníamos
previsto. Se vendieron muchos libros clásicos que en México a
nadie interesaban y acá eran muy solicitados. Eso: en la Feria no pasan
cosas muy interesantes. No hay grandes discusiones, no hay muchas expectativas,
uno se encuentra con amigos y ve qué están haciendo. Pero no mucho
más.
Carlos Díaz (Editorial Siglo XXI)
Entrevistas: M. De A.
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