Domingo, 18 de abril de 2004 | Hoy
EMPRENDIMIENTOS EDITORIALES
Así como hay golosinas que salen escupidas de máquinas expendedoras, ahora hay libros que, al módico precio de un euro, salen presurosos de las mismas máquinas automáticas para saciar la bulímica ansiedad de los lectores al paso.
Libros en el supermercado. Hace tiempo que son parte del paisaje, pero aún causa cierto escándalo verlos en góndolas. Porque se supone que no deben ser elementos de consumo masivo, porque su orgullo apenas si soporta la cercanía de un disco o de un video, porque no es cuestión de ceder así como así un aura incubada durante siglos, los libros son los únicos elementos que parecen fuera de lugar en ese sitio donde casi todo lo vendible acaba teniendo su nicho. Sus promotores no lo ignoran y por lo general tienen la delicadeza de colocarlos en las secciones más alejadas de la comida, al final del degradé que inaugura la electrónica o los artículos de papelería o los demás extras que han hecho del simple mercado un súper o un híper de su ya ecléctica especie. Ahora, en Berlín y en otras ciudades de Europa, una nueva variante pretende borrar incluso esta pequeña concesión a la honra del mejor amigo del hombre después del perro. Libros en máquinas de comida. Y eche un euro en la ranura, si quiere ver la vida color de prosa.
PALITO, BOMBON, LIBROS
Todo comedor es también un lector, razonó el año
pasado la editorial SuKuLTur y decidió hacer la prueba de vender libros
en máquinas de comida. Lo que más nos ayudó es el
hecho de que los mismos dueños de las máquinas no saben qué
es lo que vende y qué no, recuerda Marc Degens, director del programa
y cofundador de la editorial. Después de un buen tiempo de pruebas (se
buscó un papel que resistiera el ambiente refrigerado de las máquinas),
en diciembre del 2003 se lanzaron los cuadernos de un euro, con un muy buen
recibimiento de parte del público y una repercusión mediática
sin precedentes para la pequeña editorial. No es un gran negocio, pero
funciona. Esto es muy simple afirma Degens. Si vendemos tanto
o más que los otros productos, nos quedamos. Los números deciden.
Nuestra ventaja son los bajos impuestos y que los libros no tienen fecha de
vencimiento. Las máquinas de comida intelectual están ubicadas
en hoteles, bares, centros culturales, estaciones de subte y hasta en regimientos.
Cada máquina cuenta con varios títulos distintos, que van cambiando
a medida que avanza el espiral que los sostiene.
Pero lo que distingue a estos libritos amarillos de 16 a 24 páginas no
es sólo su escaso precio o su curiosa vitrina. Nuestro objetivo
principal, además de no perder dinero, es llamar la atención sobre
textos poco comunes de autores poco conocidos, explica Degens, él
mismo uno de esos autores. Al contrario de lo que sucede en los supermercados,
donde lo que se vende automáticamente son los best-seller, las firmas
y los títulos de estos cuadernitos automáticos pertenecen a escritores
bastante ignotos, incluso para los locales. En principio, todo lo que
esté en nuestra línea puede ser publicado, sea prosa, lírica
o teatro, dice Degens, haciendo referencia a las raíces de
la editorial SuKuLTur, que viene de la escena del comic y del punk, el pop y
la ciencia ficción, el espacio alternativo de los noventa.
La renovación es importante también por motivos de venta: un cliente
de máquina compra dos veces la misma barra de muslix, pero no el mismo
libro. Interrogado acerca de si la nueva estrategia de venta no pone en peligro
a las ya amenazadas librerías, Degens es categórico: Los
libreros no nos ven como peligro o como competencia sino como complemento. Nuestro
deseo es que luego de comprar en la máquina, el cliente vaya a la librería
y haga lo mismo con alguno de nuestros libros más gordos.
Y EN EL 2004 TAMBIÉN
Desde 1992, SuKuLTur viene promoviendo autores jóvenes, contestatarios
y en su mayoría inéditos a través no sólo de libros
sino también de revistas literarias, comics, videos y CD. Entre sus actividades
se encuentra también la organización de eventos culturales y lecturas
públicas en espacios under de la ciudad. También es laresponsable
de www.satt.org, una revista literaria sin impresión y sin fin
de exclusiva aparición en Internet.
La máquina de libros es su última novedad pero, como todo en la
vieja Europa, también ella tiene su tradición. La legendaria editorial
Reclam, la de los clásicos amarillos y milagrosamente económicos,
trabajó entre 1912 y 1940 con expendedoras de libros, de las que llegó
a tener unas dos mil. Se supone que también existieron policiales en
máquinas de cigarrillos y alguna que otra expendedora de gaseosas que
ofrecía comics. La diferencia, ahora, es que esta camada de libros enmaquinados
compiten contra las golosinas. Será cuestión de ir acostumbrándose
al nuevo cambalache de ver reír a un libro junto a un mantecol.
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