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Domingo, 18 de abril de 2004

ANTICIPOS DE LA FERIA

El saber dignifica

La fábrica del conocimiento. Los saberes como patrimonio intangible de los argentinos es el nombre de una investigación colectiva sobre adquisición de saberes en fábricas, coordinada por Adriana Puiggrós y Rafael Gagliano, que ahora llega a librerías en coedición de AppeAL y Homo Sapiens. A continuación, una síntesis del primer capítulo especialmente preparada por los autores para Radarlibros.

por Adriana Puiggros y Rafael Gagliano

Argentina tuvo un ingreso problemático en la modernidad. Para acceder a ella, la generación de liberales posterior a Caseros fundó ex nihilo un país sin pasado ni raíces. Si bien ese país anterior estaba cruzado por ramificaciones rizomáticas en todas las direcciones de la política y la cultura, las hegemonías discursivas transcurrían por su negación lisa y llana. Que nuestro país se funde en la pretensión de su vida anterior, sus saberes y creencias instituyentes, marca una línea donde comienzan los recuerdos y se construyen los olvidos. La Argentina moderna se erige en una amnesia deliberada: la de los saberes, oralidades, destrezas, oficios, capacidades colectivas, convivialidades, de la Argentina preinmigratoria, criollaaindiada-morena. Los discursos culturales y educativos de la generación del ochenta del siglo diecinueve procurarán asentar en la idea del progreso, el trabajo capitalista y la promesa del ascenso social la arquitectura del olvido. Pero ningún olvido es perfecto, todo olvido es lacunario y su misma incompletud lo convoca una y otra vez, en formas reconocibles o condensadas en nuevas significaciones expectantes de articulación con el presente.
Si nos instalamos en el presente histórico de la globalización vigente, advertiremos que el proceso de la modernidad/ modernización no es parejo, fluido e indiferenciado en comunidades y culturas. Encuentra obstáculos que ejercen presión para conservar viejos vínculos y el poderoso discurso de la televisión y de Internet, por ejemplo, se vierte sobre moldes culturales diversos a los cuales trata de domesticar impiadosamente. Pero aún no hemos visto el final de esta película. Porque, si bien en la historia hay muchos ejemplos de sometimiento de unas a otras culturas, pocos existen de disolución cultural y menos aún carentes de hibridación. De modo que la hibridación, al menos un monto de ella, participa del proceso que estamos viviendo.
El último enunciado nos lleva hasta otra frontera, aquella donde los conocimientos de la sociedad digital se encuentran con los tradicionales, preindustriales e industriales, donde la productividad que poseían saberes socialmente valorizados pierde vigencia, donde se licuan las identidades sociales, políticas y culturales que se mantuvieron firmemente organizadas durante más de la mitad del siglo XX, dando lugar al surgimiento de sujetos inéditos e irreconocibles mediante los significantes que la educación entregó a las generaciones dirigentes. Los rituales escolares, alimentando el reconocimiento de un lenguaje común entre generaciones, dieron pertenencia simbólica a criollos e inmigrantes durante décadas. Que hoy no interpelen a los niños y adolescentes se explica por la historia reciente y las muy hondas transformaciones éticas y estéticas de la cultura popular. Tal vez, la escuela pública esté atravesando un proceso de neosecularización y desritualización, más allá de las significaciones nostálgicas de una supuesta pérdida.
Un primer intento de aproximación a la categoría de “saberes socialmente productivos” permite reconocerlos en aquellos saberes que modifican a los sujetos enseñándoles a transformar la naturaleza y la cultura, modificando su habitus y enriqueciendo el capital cultural de la sociedad o la comunidad, a diferencia de los conocimientos redundantes, que sólo tienen un efecto de demostración del acervo material y cultural ya conocido por la sociedad. Producir proviene del latín producere y, más puntualmente, se trata de saberes que engendran, que procrean y tiene fuerte vinculación con elaborar y fabricar. Se trata de una categoría más abarcativa que saberes técnicos, prácticos o útiles, aunque los incluye, y no tiene vinculaciones de causa-efecto simples con los cambios de la sociedad o de la conducta de las personas. Pero no deja de intervenir en la complejidad de factores que inciden en esos cambios. Es la historia larga la que evalúa la productividad social de los saberes, como ha hecho con los que generaron muchos inventores y creadores que terminaron sus días en hogueras materiales y simbólicas, pero cuyas ideas fueron rescatadas como productivas tiempo después. Hay factores diversos que inciden en la consideración de los saberes como productivos o improductivos, de acuerdo al clima de las épocas, al grado de despegue de las nuevas ideas de la cultura común y al poder del conservadurismo correspondiente. Deben considerarse las necesidades sociales, comunitarias, grupales e individuales, así como su naturaleza, para entender las razones por las cuales se consideran socialmente productivos algunos saberes y se desprecia, excluye o reprime otros. El término represión nos remite a otro factor de decisiva importancia cual es el poder de calificación y clasificación de los saberes por parte de instituciones que dirigen o dominan diversos espacios de la sociedad. El comportamiento argentino al respecto es un ejemplo muy bueno, pues en este país se ha valorizado el saber militar más que el saber civil para gobernar; el saber de la acumulación improductiva de la renta agraria y de la especulación financiera más que los saberes productivos de la industria y el comercio, el saber de profesiones liberales de servicios antes que de las vinculadas con la producción material y cultural. La valoración social de los saberes técnicos es una buena indicación del estado de los sujetos sociales que los poseen. Así como en las sociedades precapitalistas el ejercicio de ciertos rituales y la internalización de normas y lenguajes circunscriptos a capas privilegiadas eran condición para el reconocimiento de la ubicación social de los sujetos, y emergentes de su habitus, en la actualidad los SSP manifiestan el capital cultural que posee el sujeto, son la punta del iceberg de su habitus y permiten predecir sus potenciales ubicaciones en las jerarquías sociales. Analizar los saberes que los individuos poseen permite comprender su potencial capacidad de operar sobre la realidad material y simbólica.

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Integran el grupo de trabajo dirigido por Puiggrós y Gagliano (y por lo tanto son coautores de este libro) los investigadores N. Visacovsky, A. Zysman, B. Mercado, M. L. Ayuno y N. Arata.

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Adriana Puiggros
 
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