Domingo, 11 de julio de 2004 | Hoy
Como recuerda un poema de
Philip Larkin, los angry young men (jóvenes iracundos) fueron los primeros
que en Inglaterra pusieron el sexo en un primer plano antes del primer LP de
los Beatles. La novela Lucky Jim (1954) de Kingsley Amis fue el puntapié
inicial, la primera obra de ficción del poeta que se convirtió,
para sorpresa de su autor, en un rápido e incómodo best-seller
y en el símbolo de una generación en movimiento. Sólo unos
meses antes se había publicado Sigamos bajando del también poeta,
también inesperado best-seller, John Wain. En una Argentina entonces
más atenta a las obras provocativas que a las sedantes, la novela mereció
una traducción de J. R. Wilcock que supera al original, publicada en
la editorial La Isla, y que no ha sido reeditada. En teatro, Recordando con
ira (1956) y las otras obras de John Osborne (traducidas por la editorial de
la revista Sur) como los dramas de pileta de lavar los platos sucios
(kitchen-sink dramas) de Arnold Wesker (traducidas en Losada), fueron un éxito
puesto y repuesto en escena en Argentina. Más aún, Wesker parece
un autor argentino por su crueldad de entrecasa con sus madres oprimentes, sus
varones que no saben sacudirse la opresión femenina y que sucumben a
un humor de recluso o a proyectos políticos destinados al fracaso. También
el free cinema inglés de los 50 y 60 nació de las
versiones de novelas de angry young men: las epopeyas de proletarios que ascendían,
o descendían más, socialmente.
En 1951, el filósofo religioso Leslie Allen Paul publicó un volumen
titulado Angry Young Man, historia de un marxista que en los años de
entreguerras exalta la lucha de clases para terminar convertido al cristianismo.
Pero la expresión que definiría a los jóvenes iracundos
entró en el uso popular sólo después de representada la
obra de Osborne en el Royal Court Theatre, el 8 de mayo de 1956. El protagonista
de Recordando con ira es Jimmy Porter, cuyo nombre va unido al de Lucky Jim.
Jimmy es un nostálgico que oculta bajo la máscara de la lucha
de clases sus propias tensiones sexuales, y que maltrata a su mujer porque proviene
de una honorable familia, y porque, en suma, las mujeres no lo atraen tanto.
Las protestas de Jimmy en contra de la monótona, fosilizada vida inglesa
encontraron eco en el público, que parecía reconocer en el actor
a un íntimo confesor.
Mambo
italiano
Nadie quiere más poemas sobre filósofos o pintores o novelistas
o galerías de arte o mitología o ciudades extranjeras u otros
poemas. Al menos, tengo la esperanza de que nadie los quiera. Con este
manifiesto, Kingsley Amis disparaba contra la atmósfera sofocante de
la alta cultura británica de la posguerra, la ceguera de esta cultura
ante las urgencias de una vida cotidiana durante los años de la descolonización
y la caída ya indefectible del Imperio Británico. Fueron años
de austeridad y represión internas.
En aquella asfixia social y cultural asoma la respuesta a una pregunta que reincide
en las antologías: ¿cuáles eran los motivos de ira en estos
jóvenes iracundos, es decir, qué les hizo Inglaterra? El ideario
de los angry young men se identificó muchas veces con una nueva sobriedad
y con un placer desesperado por la comedia negra, la sátira y la iconoclastia.
Cansados del internacionalismo cosmopolita, de la experimentación vanguardista,
lo estaban más del individualismo romántico, de la figura del
artista tortuoso, de la religiosidad y el martirio sensiblero que habían
favorecido a muchos escritores de entreguerras (no a todos, porque ellos elegían
como modelos favoritos a escritores de prosa sintética y astringente,
como George Orwell y Christopher Isherwood). Los angry young men eran escépticos
y democráticos y en la figura del héroe encontraban motivos de
carcajadas. Inglaterra ya había perdido el control del mundo y las opciones
comunismo o nacionalismo fervoroso eran ahora del todo inapropiadas. Los poetas
a los que se agrupa bajo el nombre The Movement (Philip Larkin, Amis, Wain,
D. J. Enright) se vieron, alternativamente, como la respuesta mejor articulada
tanto a la bohemia irresponsable como el academicismo demasiado centrado sobre
sí mismo. Políticamente muy incorrectos, cáusticos e intolerantes,
no se sentían obligados a dar explicaciones filológicas como la
de que el hombre, para designar humanidad, no incluyera a la mujer.
Por eso también la literatura de la vida obrera en los grandes centros
urbanos (aquella anticipada por Orwell y continuada por Alan Sillitoe, Richard
Hoggart y Osborne) fue una extensión natural de sus propios temas. La
generación de los angry young men no le temía a la cultura de
masas. Si a principios de siglo las universidades de Oxford y Cambridge eran
exclusividad de las clases altas, en los cincuenta quedaron abiertas a un público
más clasemediero y aun proletario (por un sistema de becas y promociones).
También se abrieron y fomentaron nuevas universidades, de ladrillos todavía
relucientes y sin añejar (red-brick Universities, en designación
no siempre mejorativa, no siempre despectiva). Muchos para quienes los obstáculos
de clase parecían antes insalvables, ahora se veían como los señores
del orden inglés. Salidos de las universidades, asimilados y reconocidos
por la sociedad, las muestras de favoritismo eran su orgullo o su protesta.
Un personaje clave de Sigamos bajando es el aspirante a novelista Flourish,
cuya obra es vanguardista porque eso es lo que aprendió en la universidad
que deben hacer los novelistas. La novela le llevará a este personaje
nada menos que quince años terminarla, y vivía preocupado,
malhumorado y silencioso, salvo cuando el azar provocaba el despertar de algunos
de sus resentimientos dormidos; en ese caso se volvía vehemente y retórico.
Es contra esta clase de gente que reaccionaron los angry young men. Ante el
cómodo conformismo o ante la ridícula protesta de quienes han
perdido el contacto con la realidad.
El gran escape
El segundo lustro de los años cincuenta en Inglaterra fue desconcertante
desde todo punto de vista. Fueron los años en que estuvo marcada a fuego
por dos acontecimientos: la bomba atómica y el colapso imperial. Pero
también fueron años de alteraciones mucho más radicales
que las ocurridas en los tímidos años veinte, o en los penosos
treinta, o incluso en los heroicos, pero estáticos, años cuarenta.
La gran revolución que despunta en los cincuenta no fue la vehiculizada
por el creciente bienestar de los adultos dentro de un Estado de bienestar laborista
sino de una nueva porción de la sociedad que, cada vez más, era
imposible condensar en fórmulas clasistas. Nacían los adolescentes
porque anteriormente se era niño o, en su defecto, adulto. A partir de
los años cincuenta se da en Inglaterra una situación antes impensada:
la evasión de las barreras de clase ya no era dada por el ingreso en
el ejército, o en la cárcel. Nacía también el pop,
cuyos admiradores adolescentes eran más indiferentes que hostiles al
establishment.
Porque también los poetas más laureados y exquisitos de Inglaterra
además de Larkin, Donald Davie, Ted Hughes y Thom Gunn, que abandonó
la precisión provincial británica por California pertenecieron
al Movimiento, fue indiferente para este nuevo grupo o sector social. Una obra
como Recordando con ira, con tantos lamentos contra lo viejo y lo instituido,
no tenía para ellos el menor significado. Si la obra de Osborne existe
es gracias al viejo orden. Y aquí sí el adolescente coincide con
otra dimensión de los jóvenes iracundos: la burla del angry young
man estaba dirigida hacia un mundo al cual, secretamente, querían infiltrar.
Pero el pop no tiene secretos y no tiene nada que ocultar. Como tampoco lo tendrá
el punk, para que, por otra parte, las clases medias nunca son eróticas.
Los angry young men se distinguieron por el interés, aun la pasión,
por formas democráticas de la cultura popular y de masas, como el jazz
y el rock y el cine. No es casual que las formas favoritas provinieran de América.
1956 es el año de Elvis Presley (a cuya figura Thom Gunn dedicó
uno de sus más famosos poemas) y de James Dean. La unión de ideal
sexual y destino trágico, de la muerte joven, marcaría toda la
historia posterior del rock y del pop, proponiendo y alertando un deseo al tiempo
que se lo incentivaba señalando su punición. Un camarada de ruta
de los angry young men, Colin MacInnes, publicó en 1958 un artículo
clave, Pop songs y teenagers, el primero acaso que acepta al pop
en sus propios términos. Un outsider, MacInnes supo sin embargo introducirse
y conocer los códigos de la cultura adolescente, en un trabajo que después
deformarían con obstinación los Estudios Culturales.
Inglaterra es, y siempre ha sido, un país infestado de gente que
nos dice qué hacer, pero es un país de autistas que nunca saben
qué está pasando, escribió MacInnes. Su novela Absolute
Beginners, escrita durante 1958, marca un momento de giro radical: el rocknroll
clásico parece haber llegado a uno de sus fines, Jerry Lee Lewis es expulsado
de Inglaterra por la caza de los diarios sensacionalistas, Elvis está
en el ejército, los últimos Teddy boys se empiezan a convertir
en los primeros nazis del National Front.
Inglaterra me hizo así
El protagonista de Lucky Jim es Jim Dixon, joven apenas recibido de licenciado
en Historia que quiere hacer carrera en la universidad. Su primer puesto es
el de una ayudantía en la cátedra del profesor Welch. Dixon trabaja
gratis: corrige los artículos del titular, arma las fichas, propone bibliografías.
Pero Welch jamás relaja las jerarquías. Un inagotable resentimiento
va inundando poco a poco las esperanzas del joven Dixon. Y comienza a imaginar
los modos de vengarse en contra de Welch. Nunca los llevará a cabo porque
tiene, lo que se dice, modales y equilibrio. Y porque quiere hacer carrera en
la universidad. La hará también en la vida social en términos
más amplios. Como Lucky Jim, otras novelas de los angry young men unen
status social y status marital. Esto ocurre con Jill (otra novela precursora,
del poeta Philip Larkin, 1946) y con Sigamos bajando; también con la
posterior That Uncertain Feeling (del mismo Amis, 1955). La solución
elegida por los jóvenes iracundos para dar un fin a la intriga dramática
es convencional: la epopeya picaresca se termina con el casamiento.
Los autores, y los lectores, supieron reconocer el artificio. Sabían
que de prolongarse el futuro de los protagonistas, no habría un final
feliz. Son en cambio finales sexual y políticamente problemáticos:
¿cómo retener la admiración por antihéroes que acaban
siendo partes de un mundo que despreciaron con tanta gracia durante tantísimas
páginas?
La ficción de los angry young men está así obsesionada
por el ascenso y descenso sociales. Como en deliberada respuesta a Sigamos bajando,
John Braine publicó en 1957 una novela que lleva por título una
metáfora espacial de signo contrario: Room at the Top, que transcurre
en una pequeña ciudad de Yorkshire. Su héroe, Joe Lampton, es
un descarado oportunista que trabaja en la municipalidad y que seduce, y se
casa, con la próspera Susan Browne, a pesar de su pasión por una
mujer también casada pero mayor, y un poco más infeliz. Lampton
representa el cinismo cruel en contra de las buenas intenciones laboristas.
Y sus ascensos y decepciones se acentúan en una continuación de
1962, Life at the Top.
La primera novela de Sillitoe, Saturday Night and Sunday Morning (1958), gira,
en cambio, alrededor del semianarquista Arthur Seaton, obrero en una fábrica
de bicicletas en Nottingham. Es rebeldón, renuente a lasautoridades y
a las jerarquías, al gobierno, al ejército, a los vecinos que
espían. Descarga su energía en las mujeres y en la bebida, y sus
momentos tranquilos los pasa pescando en el canal. Su affaire con Brenda, casada
con su compañero de trabajo Jack, encuentra un doblete en Winnie, hermana
de Brenda, con la que empieza a tener sexo la noche en que Brenda intenta abortar
con gin y agua caliente siguiendo la receta de su tía Ada. Esta doble
relación se termina cuando unos soldados uno de ellos el marido
de Winnie le dan una buena paliza. Entonces Arthur dirige su atención,
por decirlo de algún modo, hacia Doreen, con quien promete casarse en
el penúltimo capítulo. La actitud de Arthur resume la de muchos
angry young men: es a la vez agresiva y evasiva. Cuando un sargento le dice
a Arthur Ahora eres un soldado y no un Teddy boy, él responde,
tan argentino: Yo soy yo y nadie más, y lo que los demás
piensen que soy yo, yo no soy eso, porque no saben un carajo quién soy
yo. Sillitoe escribió también el guión para el film
homónimo de Karel Reisz (1960), que se convirtió en uno de los
más célebres del cine británico. Décadas después,
Sillitoe publicó una sobria continuación, Birthday (2002).
El hijo bobo
La autobiografía del escritor inglés Martin Amis, Experiencia
(2000), cierra casi como en un psicoanálisis exitoso con
la muerte de su padre, Kingsley Amis. Del mismo año es la publicación
póstuma de las cartas del padre Kingsley, que han sabido refutar involuntariamente
a toda una generación del país que promovió en los 90
a un joven escritor con la suficiente confianza en sí mismo como para
publicar una precoz autobiografía con apenas 50 años cumplidos.
El epistolario y las memorias admiten otros puntos en común. Kingsley
Amis y Martin Amis ocuparon casi los mismos lugares como iconos en sus respectivas
generaciones. Y los dos enfrentaron una más intensa adulación,
imitación y atención mediática que la mayoría de
sus contemporáneos. Pero cuando Martin decidió convertirse en
escritor, y comenzó a trabajar con fanatismo para ganarse un puesto en
Oxford, y a desarrollar su talento bajo las alas de Nabokov y Saul Bellow, su
padre se burló. Nada personal: en el fondo era un enfrentamiento previsible
por generacional. Si Kingsley representaba el antimodernismo en muchas direcciones,
Martin fue en algún punto el abanderado del posmodernismo, el autor que
se fascina por el best-seller (y por convertirse en un best-seller), y cuyos
temas, generalmente mínimos, resultan fríos para el lector cuando
hacen el ademán de convertirse en mayores.
Martin Amis comparte con los noventa la evasión, la fría oblicuidad
hacia la vida, el progresismo en política, la actitud generosa y tolerante
hacia las mujeres. Kingsley, por el contrario, es del todo cincuenta:
antifeminista y hasta misógino, con aversión por Europa, hostil
al outsider, pesimista acerca de su propio país y conservador desde el
punto de vista cultural, social y político. Pero estos rasgos, y la violencia
que los acompañó, fueron los del ánimo del movimiento que
dio en llamarse angry young men, equivalente contemporáneo e intelectual
de los beatniks norteamericanos, y que este año cumple cincuenta años
desde su nacimiento oficial.
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