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Martes, 4 de enero de 2005

UNA RECOPILACIóN DE RELATOS DE HEBE UHART PERMITE UNA CáLIDA ENTRADA A SU UNIVERSO MáS PRIVADO.

Un mundo para mirar

Camilo asciende y otros relatos
Hebe Uhart
Interzona
202 páginas

 Por Claudio Zeiger

Hebe Uhart ostenta el mérito de haber sido una de las escritoras argentinas más legítimamente secretas, lo que se dice un auténtico secreto, porque hay autores que han cultivado el secreteo como un gesto un tanto impostado, porque no eran tan secretos al fin y al cabo, o porque no tenían una obra que justificara tanto secreto. Igualmente, ahora va saliendo del secreto: Uhart está protagonizando la era de su redescubrimiento, y esta antología de Interzona es parte de la reivindicación de su estilo tan singular. Elvio Gandolfo, uno de los más consecuentes impulsores de su obra (y él mismo autor legítimamente secreto a su turno) llama la atención en el prólogo acerca del itinerario casi insólito de los libros de Uhart. En sellos extinguidos, desconocidos o muy prestigiosos en su momento (como Fabril, donde publicó Gente de la casa rosa en 1970), la obra de Uhart conoció, al decir de Gandolfo, “un anonimato casi perfecto”.
Camilo asciende y otros relatos no parece una antología orientada tanto por el deseo de rescate sino por la voluntad de convertirse en un eficaz hilo conductor hacia el mundo interior de Uhart, una introducción, una manera de empezar a conocerla y, de paso, en el camino de acceso a ese conocimiento, leer varios de los mejores relatos de la literatura argentina, como la novela breve Camilo asciende o los cuentos “Leonor”, “Guiando la hiedra” y “¿Cómo vuelvo?”. El libro deja la impresión de que su autora ha accedido a un estilo propio, en plena madurez, único pero lleno de matices y perfumes que remiten a otros escritores. Haroldo Conti, Carson Mc Cullers, Daniel Moyano, Héctor Tizón, Natalia Ginzburg o Cesare Pavese son algunos de los nombres que vienen a la memoria olfativa mientras se leen estos relatos, y si bien es lícito que la autora pueda o no reconocerse en ellos, esos aromas persisten. Casi, casi se diría, es nuestra escritora más italiana.
Se ha identificado su literatura con un cierto naïf: la mirada ingenua de un niño o un adulto intuitivo pero poco educado vendría a revelar de una forma epifánica los entretelones más complejos de la vida. Y esto que tiene su parte de verdad quizá no lo explique todo. No es un dato menor que Uhart fue durante años profesora de Filosofía. Hay una mirada muy extrañada y que no parece provenir de ningún estilo, ningún cliché o tic literario (como algunos se hacen los secretos, hay escritores que se hacen los locos o los raros para obtener su lugar bajo el sol). En Uhart esa aparente “mirada ingenua” tiene un calado impresionante. Llega al hueso pero no a fuerza de crudeza ni de violencia. Camilo asciende quizá sea el ejemplo más acabado: pocos textos nos apelan a nosotros –hijos o nietos de inmigrantes pobres– en los valores básicos en los que hemos sido formados, en la pelea por el ascenso social y sus costos morales, en la lucha por apropiarse de la cultura como una herramienta para sobrevivir.
En gran medida, el mundo literario de Uhart es un mundo inmigrante, primitivo, rural, pionero, donde todo o casi todo estaba por hacerse; y no es tan naïf o ingenua una mirada que mira nacer las cosas, que las ve crecer, que descarta el atiborramiento de datos y objetos del mundo real en que vivimos, lo pone entre paréntesis y va en busca de lo esencial. La palabra en Uhart tiene esencialidad pero no es nada solemne, ningún peso grave. Su acento es suave y sus sentidos están siempre atentos a los detalles tanto del habla como visuales. Y por sobre todo, es de una amabilidad extrema con los lectores. Un rasgo para agradecer infinitamente.

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