Martes, 4 de enero de 2005 | Hoy
Una empleada de hogar
Christian Oster
Losada
194 páginas
Christian Oster (París, 1949) es autor de nueve novelas que desarrollan comedias domésticas, por una de las cuales obtuvo el Premio Médicis. Una empleada de hogar es la octava en esa serie, y la primera que se traduce al español. La historia tiene como protagonista a Jacques, un oficinista de cincuenta años que está procesando el duelo por la separación de su última mujer. Es un hombre al que no le gusta hablar, que desconfía de las palabras y prefiere estar solo. Contratar una joven empleada doméstica implica para él una forma de acercarse a la normalidad. Esa mujer, sin embargo, tiene un aura extraña: carece de experiencia en su trabajo, y su sentido del orden y la limpieza provoca dudas. El mérito de Oster es crear una especie de suspenso: no se sabe si efectivamente hay algo anormal en ella o bien si todo es un efecto de la percepción del protagonista, que es también el narrador y en consecuencia abre a la vez su intimidad, una intimidad frágil, al lector. La relación amo-sirviente sufre una metamorfosis gradual pero creciente hasta transformarse, aunque sin desaparecer por completo, en una relación de pareja. El contrato de trabajo se asocia con el contrato amoroso: el sexo es otra tarea hogareña y los instrumentos de limpieza se convierten en fetiches. Un nuevo amor podía conjurar el pasado, pero en un momento de lucidez Jacques comprende que ha construido esa relación “en el desconocimiento del otro y el silencio”, y que aquella que debía llevar el orden a su vida lo empujó por una pendiente sin retorno. Oster narra una historia liviana, pero despliega de manera sutil la extrañeza de lo que se considera familiar y, con una sonrisa, termina por configurar una historia siniestra.
Osvaldo Aguirre
Pensar Palestina
Palestina o Israel
Saad Chedid (compilador)
Editorial Canaan
292 páginas
“Palestina pertenece a los árabes, exactamente como Inglaterra pertenece a los ingleses. Los judíos sionistas erran el camino.” En 1938, Mahatma Gandhi denunciaba el grave error que implicaba imponer (apoyo angloamericano y métodos terroristas mediante) un sangriento Estado de Israel que tergiversara la historia del pueblo judío, su memoria y su religión. Aunque el conflicto palestino excede las motivaciones de naturaleza racial o religiosa (en 1919 el sabio judío Joseph Rinach definió al sionismo como “una tontería, un triple error histórico, arqueológico y étnico”), durante estos años todos hemos sido bombardeados con mensajes que buscan satanizar a los árabes, haciéndolos aparecer al mundo como la encarnación del mal. En los últimos meses, Daniel Barenboim, íntimo amigo de Edward Said y él mismo judío, ha aprovechado algunas de las muchas entrevistas que le hicieron para que la lucha (no violenta, de acuerdo con las enseñanzas de Gandhi) de su amigo no se perdiera. Ese es el objetivo de este Palestina o Israel, compilación realizada por Saad Chedid: poner en evidencia el hecho de que el sionismo no sólo oprime al pueblo palestino repitiendo el mismo discurso que los judíos sufrieron en carne propia, sino que también expone a los judíos a la tha’r, versión árabe de la vendetta que en las sociedades árabes tradicionales suele cobrar dimensiones catastróficas. O como, al decir de Said: “Somos testigos de una deshumanización a gran escala; deshumanización que, debemos decir, empeora todavía más con los atentados suicidas que tanto han desfigurado, falsificado y envilecido la lucha palestina”.
Santiago Rial Ungaro
Historia del monje loco
Rasputín: Rusia entre Dios y el diablo
Henri Troyat
Vergara
206 páginas
De ojos penetrantes, expresión impetuosa, pelo largo, barba poblada y look zaparrastroso, Grigori Yefímovich Rasputín (1869-1916) –el “monje loco” que nunca fue monje– es de esos personajes históricos a los que las biografías siempre les quedan chicas. Y no es para menos: con su labia y sus autopublicitados poderes celestiales (con los cuales, aseguraba, podía entablar profusas charlas con la Virgen María y los santos apóstoles), el místico siberiano estableció (con éxito) el abc de cómo trepar políticamente en un imperio rezagado con gobierno rico y pueblo pobre; cautivó (post “curación” de Alexei, el zarevich hemofílico), a la monarquía Romanov; y durante la Primera Guerra Mundial no se salvó de que lo acusaran de espía alemán y hasta de amigo del diablo, para terminar asesinado por un par de aristócratas celosos de su poder (político, valga aclarar). Hasta ahí la historia conocida. Lo cierto es que después de la implosión del comunismo en los ‘90, aparecieron nuevas cartas, fotos y teorías abriendo la puerta a nuevos intentos biográficos para bucear –cuando se pensaba que estaba ya todo dicho– en la privacidad del analfabeto más famoso de la historia rusa. Entre ellos, tal vez el más logrado sea el de Henri Troyat (seudónimo, vaya a saber uno por qué, de Lev Tarassov), que con anécdotas inéditas (las tumultuosas orgías liberapecados del monje, por ejemplo) abandona el mito y se queda, humildemente, con la historia de un hombre: Rasputín, uno de los personaje clave del siglo XX y que junto al rojo furioso, la hoz, el martillo y la nieve eterna adornan la iconografía de esa tierra siempre extraña llamada Rusia.
Federico Kukso
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