Domingo, 4 de septiembre de 2005 | Hoy
AUTO FICCIóN - DUJOVNE ORTIZ
Esta vez no es la de Maradona ni la de Eva Perón ni la de María Elena Walsh. Alicia Dujovne Ortiz utilizó su propia vida para narrar un destino viajero y errante.
Por Alicia Plante
Las perlas rojas
Alicia Dujovne Ortiz
Alfaguara
308 páginas.
Rara vez resulta tan evidente como en este libro la pulsión exploratoria y desasosegada que empeña al autor. Y que Alicia Dujovne Ortiz casi declara. La intención de encontrar, de escribirse y reescribirse como una forma de búsqueda, de tanteo no a ciegas pero sí apenas a la luz incierta de las reconstrucciones personales, hurgando hacia atrás, penosa arqueóloga de esas escurridizas sustancias propias que son los recuerdos, de lo que cree saber hasta que el paso dado, cada vez como algo inevitable –sea hacia un nuevo hombre impregnado de promesas, o para instalarse en un nuevo castillo francés– desmiente y deja al descubierto la desorientación o la ignorancia.
Mientras procura explicaciones que seguramente están en ella y no en alguna casa, ni siquiera en el espejismo helado de Fata Morgana, utopía sugerida a alma alzada por el padre a la edad de las huellas profundas y que ella busca pero nunca descubre ni construye, mientras piensa rozar claves que tienen que ver con las raíces, con la identidad, y que no se cierran en ningún punto del “universo inmobiliario” que reiteradamente la seduce y la engaña, en ningún destino definitivo al que no llega mientras transcurre, al cabo de la desazón, mientras, digo, Dujovne Ortiz va viviendo. Y nos cuenta. O quizá nos compromete a que busquemos con ella el sentido esencial que la elude.
Es hija de inmigrante judío y de escritora criolla –Alicia Ortiz–, ambos comprometidos con el Partido Comunista. Ella, la madre, un modelo poderoso y determinante, tanto por la fuerte personalidad de la mujer según la describe su hija, como por el amor que las envuelve. Y avanzando de a poco por los caminos de la palabra, es la poesía su primer territorio; luego incursiona en el periodismo (donde se queda) hasta descubrir un género que parece atraerla especialmente: la biografía. Así surgen los perfiles de Evita, Maradona, María Elena Walsh, Dora Maar, hasta llegar a ésta, la historia de una vida que la llena de curiosidad y desconcierto: la suya.
Con humor siempre, burlona a veces, casi sarcástica, no transmite sin embargo alegría ni en general hace reír. No creo que sea su intención de todos modos. Es un barniz extraño que no alcanza a cubrir enteramente el sufrimiento, la carencia, el rumbo vacilante. Es una pena gris la suya, algo opaca, por momentos habitada por seres mediocres a los cuales el lector no querría conocer. Y la historia del país en el fondo, los espasmos sugeridos en el telón de atrás, con pocas luces, sólo ocasionales fogonazos de película quemada, lo suficiente para imaginar la silueta de una mujer enternecida cuyos conflictos primarios, la no resolución de lo básico, de lo profundo, parece haberle impedido mientras tanto la inmersión en lo social.
Es ésta, entonces, la historia de un desarraigo, de un devenir constante, cada vez el último “rebote” entre la tierra natal –la “trampa natal”– y Bolivia, París, Cali, el sistema planetario... Con o sin “la nena”, con o sin “las nenitas”, nietas ellas, partes importantes de la vida pero tampoco el eje. El eje, el eje, el eje dónde está... Las perlas rojas de un collar que reaparecen siempre, de a dos, de a tres, mezcladas con el magro patrimonio en cada mudanza, quizá señalen, sólo por su constancia, el único itinerario posible para la perturbadora indagación de la autora. Quizá sean el hilo de Ariadna que le permitiría quebrar la confusión y hallar el sentido de la historia, una confusión que nos contamina de tal manera que necesitamos cada tanto mirar en torno para verificar que tenemos raíces, que sabemos indudablemente quiénes somos y por qué hemos elegido cada vez como lo hemos hecho. Porque podemos, ¿no?
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