Domingo, 4 de septiembre de 2005 | Hoy
EL EXTRANJERO - CRUMLEY
Siguen las delicias de James Crumley, un autor de novela negra a quien siempre conviene leer más por su estilo que por su trama.
Por Rodrigo Fresán
Lo dijo alguien, lo dijeron muchos, lo dicen todos: a James Crumley no se lo lee por sus tramas sino por su estilo, por la riqueza desesperada de su lenguaje, por la lírica vencida de sus detectives privados que se juntaron en algún libro –Bordersnakes, de 1996– y que son dos hermosos perdedores respondiendo a los nombres de Milo Milodragovitch y CW Shugrue. Esto –la ya mencionada poca claridad argumental, la confusión a la hora del quién lo hizo y cómo y por qué– podría ser la condena de cualquier novela policial pero, como ya se dijo, lo cierto es que cuando se trata de Crumley no importa en absoluto. No importa porque Crumley ya escribió una novela negra perfecta y paradigmática –The Last Good Kiss, 1978, presentación de Shugrue al lector– y porque lo que verdaderamente importa en sus libros es el detective.
Lo que nos lleva a The Right Madness, escrita por Crumley luego de unas vacaciones casi definitivas en la sala de terapia intensiva de un hospital de Montana, con Shugrue al frente y –por todos lados– un alud de muertos y muertas y bares y putas y mexicanos rabiosos y rusas asesinas y drogas variadas (que el protagonista consume con entusiasmo y profesionalidad como si se tratara de catar viñedos y cosechas) y oficiales de la DEA y del FBI y litros y litros de sangre derramada por armamento de alto calibre mientras Shugrue filosofa, sin quitar el dedo del gatillo, sobre cuestiones como “El Gran Vacío” y “La Locura Correcta”. Y entre tanto estruendo y alaridos y furia –The Right Madness le quitaría el sueño hasta a Sam Peckinpah– lo cierto es que en más de una ocasión uno se pregunta dónde está, qué pasó, a dónde irá a parar todo el asunto. Por suerte ahí está siempre presente una prosa que podría definirse como la mezcla perfecta de Raymond Chandler con Hunter S. Thompson más una pizca de Fitzgerald y agítese con fuerza y qué están esperando Tarantino & Rodríguez, ¿eh?
Y uno –que reincide, que sabe a la perfección dónde se mete– sucumbe a este delirio febril ya en las primeras páginas, cuando el psicoanalista Will McKendrick –mejor amigo de Shugrue, viejo compadre en las selvas de Vietnam– lo saca de su retiro y le pide el favorcito de que investigue quién se robó los archivos confidenciales de varios de sus pacientes. Shugrue accede en nombre de los viejos tiempos, tentado por un cheque sabroso y para escapar un poco de su tambaleante matrimonio. Enseguida, los pacientes McKendrick empiezan a aparecer muertos y Shugrue corre y es perseguido; pero siempre hay tiempo para hacer un alto en alguna barra y pedir un bourbon y reflexionar sobre el pésimo estado de las cosas.
Muchas páginas más tarde, todo termina a balazo limpio en una islita de Escocia, donde se confirma lo que uno ya sospechaba desde el principio. Digámoslo: el final de The Right Madness se viene venir desde el capítulo uno. Lo que no es tan importante, porque Crumley escribe novela realmente negra y la realidad tiende a ser oscura y obvia. Es decir: los mejores amigos suelen ser las peores personas. Y recuerden, claro: Terry Lennox, el larguísimo adiós y todo eso.
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