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Domingo, 4 de septiembre de 2005

CARO LIBRO - LIBROS DE MUCHO(S) PESO(S)

Mona Hatoum

 Por María Gainza


“Lo más difícil para crear una obra de arte es deshacerse del peso de todos los significados que uno ha absorbido a través de la cultura”, dijo Carl Andre en 1970, estableciendo así el sistema artístico del minimal art: la neutralidad, el grado cero, la obra de arte estrictamente autorreferencial. Mona Hatoum pertenece a una generación que se sitúa en los antípodas de esta idea. Y aunque muchos de sus trabajos han sido construidos a partir de formas geométricas en serie, su interés principal reside, por sobre todo, en la producción de sentido.

Mona Hatoum nació en 1952 en Beirut, de padres palestinos, pero creció en Londres por esas cosas del azar: estando de vacaciones en la isla, estalló la guerra civil en el Líbano y Hatoum se vio obligada a quedarse allí por tiempo indeterminado. Nunca más regresó a su casa. La distancia y la idea de estar en el camino marcarían para siempre su trabajo. Entonces, Hatoum centrifugó la experiencia del desplazamiento y el exilio más la sensación de vulnerabilidad ante las estructuras de poder para crear una obra que oscila entre el deseo y la repulsión, el miedo y la fascinación.

“Crecí rodeada por la guerra y mi identidad fue conformándose por fragmentos, piedritas que fui recogiendo acá y allá”, explicó Hatoum. Uno de esos fragmentos tiene que ver con la destrucción de la idea del hogar como un lugar seguro, apacible y estable. Las cosas que un minuto antes nos resultaban familiares, en Hatoum se vuelven amenazantes. En Sous tension, una tabla de madera exhibe varios utensilios de cocina conectados por medio de una enmarañada red de cables que los ilumina. A su vez, la instalación está separada del espectador por un alambrado eléctrico. En la soledad de la sala se escucha el zumbido de la electricidad circulando por el ambiente. Es una imagen de cuento de hadas, las cucharas, cacerolas y sartenes parecen luciérnagas en un jardín nocturno y a la vez, si lográramos tocarlas, nos darían una descarga mortal. Es una obra que hace del hogar, una prisión; de la cocina, núcleo de la felicidad familiar, un infierno de neurosis. “Y sin embargo –dice Hatoum–, el arte no debería predicar. Intento hacer objetos lo suficientemente ambiguos y abiertos para que hoy sean esto y mañana otra cosa.”

La inestabilidad de Hatoum arrasa con todo lo que dábamos por seguro: unas muletas chorrean como chocolate derretido; un mapa de Jerusalén aparece perfectamente dibujado en el suelo de la sala, pero cuando uno pisa el parquet, el diseño de desarma, descomponiéndose en mil bolitas que corren por el piso volviendo al territorio, no sólo caótico sino, también, peligrosamente resbaladizo; en una habitación, una bombita de luz se bambolea del techo lentamente, haciendo que las sombras nos mareen hasta paralizarnos. Como explica ella: “Una obra de arte primero se siente físicamente; las asociaciones, ideas y conceptos vienen después de ese choque inicial”.

Pero probablemente haya sido el crítico literario y defensor de la causa palestina, Edward Said (a quien además está dedicado el libro), quien mejor definió el trabajo de la artista: “Mona Hatoum ve el mundo entero como una tierra extranjera. El exiliado sabe que en un mundo secular y contingente, los hogares son siempre provisionales. Las fronteras y las barreras que nos encierran en la seguridad de un territorio que nos es familiar, pueden, en un abrir y cerrar de ojos, convertirse en nuestra peor pesadilla. Lúcidamente en Hatoum, la idea del hogar como un paraíso mítico ha sido barrida literalmente del mapa”.

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