Domingo, 22 de enero de 2006 | Hoy
JACQUES LE GOFF Y NICOLAS TRUONG: UNA HISTORIA DEL CUERPO EN LA EDAD MEDIA
Jacques Le Goff, máximo pope de la nueva historia, se solaza con los humores, sudores y flujos varios de la siempre controvertida Edad Media.
Por Cecilia Sosa
Una historia del cuerpo en la Edad Media
De Jacques Le Goff y Nicolas Truong
Paidós
167 páginas
Si Jacques Le Goff puede ser considerado uno de los últimos herederos de la Escuela de los Anales y el máximo representante de la “nueva historia” (movimientos que proponen un relato de la historia “total”, con carne, vísceras, gozos y miserias), entonces Una historia del cuerpo en la Edad Media, su último libro, puede ser considerada la más lograda de sus obras: difícil encontrar un ensayo con tantos mililitros de sangre, semen, risas y lágrimas examinados a lo largo de poco más de 160 páginas.
Frente a un modelo de historia “descarnada”, y en alianza con el periodista francés Nicolas Truong (ex director de la revista Lettre), Le Goff propone una lectura a contrapelo de la Edad Media, esa época sombría y de persistente mala prensa, pero capaz de generar paradojas que aún hoy se mantienen irresueltas. ¿Por qué una historia del cuerpo? Porque el cuerpo sigue siendo “lo no pensado” de la civilización occidental. Y además, porque de todas las tensiones que corroen el período (Dios/hombre, hombre/mujer, alto/bajo, razón/fe), la más visceral es la que se produce entre cuerpo y alma. ¿Por qué? Porque la sociedad medieval, con el cristianismo como su gran operador ideológico, instauró una dicotomía clave: un cuerpo crispado en el medio de la tormenta, a la vez glorificado y exaltado, reprimido y rechazado.
Mientras el cristianismo se aterra y repugna frente a todo exceso corporal (la sangre y el esperma se vuelven tabú) que oculta, reprime y “civiliza”, a la vez glorifica el cuerpo por una razón poco menor: es la encarnación de Jesús en cuerpo de hombre el acontecimiento capital fundante de todo el dogma cristiano.
Es sobre esta paradoja central que descansa toda la vida cotidiana medieval, entre el pecado original (transformado en pecado sexual) y la reencarnación. Sin ir más lejos, el año se divide entre Cuaresma (el período de ayuno surgido del cristianismo) y Carnaval (la cultura de la “anticivilización”), un combate sin solución entre el ayuno y la abstinencia, la comilona y la gula. “Todo lo que la Iglesia reprime durante la Cuaresma se invierte como sátira durante el Carnaval”, reescribe Le Goff, cuestionando el célebre trabajo de Mijail Bajtin sobre Rabelais (Cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento), que emparienta la Cuaresma a una supuesta tristeza medieval: “El enfoque es caricaturesco. Renacimiento como tal no ha existido”, afirma Le Goff contra la tesis del ruso.
Pero volvamos. Incluso la belleza femenina aparece flanqueada por dos grandes féminas: Eva, la tentadora, y María, la redentora; belleza profana versus belleza sacra. Y en un tenso encuentro entre ambas se funda la belleza medieval.
La Edad Media es la época de la gran renuncia del cuerpo: desaparecen estadios, termas, teatros y circos (asociados al culto a la gimnasia y el deporte típicos de la Antigüedad grecorromana) mientras se afirma el ascetismo monástico y caballeresco medieval. Sin embargo, la persistencia del paganismo sigue encumbrando las delicias profanas de la carne. ¿Otra curiosidad? Mientras los teólogos medievales se devanan los sesos tratando de resolver si el cuerpo de los elegidos estará desnudo o vestido en el Paraíso (no hay conclusiones firmes al respecto), se desarrolla también otro fenómeno terrenal impensable hasta entonces: la moda. Y hasta se realiza un invento descomunal: la bragueta.Epoca cumbre de la depreciación sexual, la sexualidad sólo se prevé dentro del matrimonio (y en contadas ocasiones), pero en cambio se difunde una forma de erotismo bastante particular: la zoofilia.
En fin, Una historia del cuerpo en la Edad Media logra dar cuerpo a la historia y desanudar ciertas tensiones que se han vuelto existenciales y que aún hoy iluminan nuestro presente.
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