Hotel universal
Servicio
de habitación
Leo Maslíah
Ediciones de la Flor
Buenos Aires, 2002
269 págs.
Por Martín De Ambrosio
“El universo, que otros llaman el Hotel.” Así podría empezar,
parafraseando a Borges, la nueva novela del uruguayo Leo Maslíah, si le
importaran los argumentos y no sólo los gags: El Hotel es todo, no hay
ningún afuera del Hotel, en el que se desenvuelve lo que podría
llamarse “trama”, pero que es difícil de identificar en el vertiginoso
andar de situaciones (ridículas a veces, desopilantes otras). En cambio,
Maslíah recurre siempre, una y otra vez, sin descanso, a los juegos de
palabras. Porque las palabras de Maslíah adquieren otros significados en
medio de conversaciones que no rondan el ridículo, sino que se introducen
de lleno en él, haciendo explotar cualquier sentido común posible,
con irritante lógica.
Y por eso, porque no tienen ninguna posibilidad de dialogar con entendimiento,
es que los personajes de Maslíah están desquiciados, locos desde
el punto de vista psiquiátrico; son obsesivos, esquizofrénicos,
paranoicos. Y, por si fuera poco, exhiben cierta predilección por las metamorfosis.
A una mujer le crece enormemente la nariz, un hombre es pato durante varios capítulos,
y vuela y hace cosas de pato (cuando habla dice “cuac”); pero no hay
ciencia ficción porque no hay explicación alguna de estos fenómenos.
Sólo suceden, y son narrados con la misma naturalidad que se emplea para
describir situaciones “normales”. En cierto modo, estamos ante una fantasía
naïf, que descree de los cerrojos del género. En ese contexto, la
descripción de escenas sexuales brutales, inesperadas y sin ningún
tipo de preámbulos, ayudan a darle un tono infernal al hotel (que más
parece un hospicio).
Como no podía ser de otra manera, el síntoma del desajuste son las
palabras: sentidos deformados, brutales apartamientos de la literalidad, desprecio
por la metáfora y, al mismo tiempo, endiosamiento de la metáfora
por la metáfora misma, de modo tal que indica que no hay nada detrás,
que hasta la misma referencia es en definitiva una metáfora.
En Servicio de habitación no hay historias al servicio de una trama: cada
suceso es una excusa para que los personajes se confundan en diálogos irrisorios.
Sin embargo, es interesante ver cómo Maslíah se las arregla para
escribir una novela sin tener historia alguna que vaya desarrollando metódicamente,
con acciones inconexas que no van a parar a ningún lado. Los mejores momentos
de la narración se disfrutan cuando se siente la voz del autor, cuando
se siente que es esa voz —entrecortada, que respira agitada, de tono y volumen
bajo— la que está narrando y que encarna los ilógicos personajes
del Hotel. Un hotel del que no se puede egresar simplemente porque no tiene puerta
de salida. Así es Maslíah. 5