Domingo, 31 de diciembre de 2006 | Hoy
LOMAS DEL MIRADOR, DE LUIS O. TEDESCO
El poeta Luis Tedesco ofrece un personalísimo diccionario de voces múltiples.
Por Osvaldo Aguirre
Lomas del Mirador
Luis O. Tedesco
Losada
328 páginas.
Un diccionario es el texto que reúne y explica el conjunto de voces de una lengua. Al sancionar los usos correctos, funciona como un mecanismo de control sobre el lenguaje, un objeto por definición inestable, proteico. Cualquier diccionario es en definitiva una suma de lugares comunes; como el que proyectó Gustave Flaubert contiene virtualmente “todo lo que es necesario decir en sociedad para convertirse en una persona decente y amable”. De acuerdo con la tradición, el que escribe Tedesco presenta sus términos por orden alfabético. Pero a partir de ese punto se despliega como una especie de subversión de su género: las voces que recoge son propias, han sido acuñadas por una elaboración personal, y apunta a poner en cuestión y desarticular las ideas recibidas.
Cada entrada de este diccionario propone un texto de carácter y forma inciertas. El ensayo, la crónica, el poema y cierta narración histórica convergen en una prosa con fuerte impronta rítmica, construida a través de reiteraciones de términos y expresiones, que además apelan al lector y cargan emotivamente el discurso. El principio de composición es la mezcla, una operación que asume múltiples proyecciones. Es la confusión de lengua y habla, una manía admitida por “los arcaísmos y la voluptuosidad sonora de la lengua castellana”, el rechazo de las jerarquías y el consecuente recurso a todos los dominios posibles de expresión. Y es también, acaso sobre todo, la usina poética de la escritura, la marca de origen, aquello que Tedesco opone como valor propio a las convenciones literarias de la época.
Lomas del Mirador es el lugar natal, el sitio desde donde se escribe. Un espacio marginal, que inscribe la violencia y las figuras de los compadritos, y de paso arma un escenario de confrontación con Borges y su postulación de las orillas. Allí están implicados la novela familiar y el relato de la historia, la iniciación en una lengua privada y en la lectura, momento inaugural en que las palabras “ardían” en su estado más puro, carentes de significación definida. Una herencia que hace fantasmas, como se dice de las interferencias de una imagen, en esta escritura. Los sentidos históricos de las voces recopiladas, en principio con las alusiones a la dictadura pero también a 1955 y a períodos más lejanos, enfocan de modo crítico el presente, “el paraje democrático” fundado sobre la exclusión y la muerte; mirar hacia el pasado interesa en tanto es posible rastrear un malestar activo y sobre todo fenómenos que, justamente al ser por demás sabidos, dice Tedesco, son negados en lo que tienen de perturbador.
Contra lo que sostendría un diccionario, las “definiciones” de este libro apuntan a relevar las tensiones del lenguaje, la violencia que ejerce la historia sobre las palabras. Si la pasión y el crimen aparecen soldados en un mismo término, “el idioma del amor debería despojarse del idioma que asesina”. En ese marco, a través de la exploración de voces como alma, estilo o forma, se sitúa una preocupación central, la de definir la propia poética. Tedesco lo hace en general de modo indirecto: en vez de exponer una teoría o una serie de opiniones, les cede la voz a los adversarios, reconstruye el discurso de cierto consenso poético apoyado en la consagración de la parodia y la banalización de la creación artística; o bien se dirige a un poeta abstracto, en el que cuestiona el vacío de la escritura sostenida sólo en operaciones técnicas. La propuesta personal puede leerse aquí, entre otros pasajes, en las notables intervenciones críticas sobre obras de Hugo De Marziani y Eduardo Stupía y en la reivindicación de Carlos Mastronardi, un poeta soslayado por la crítica actual. Y en su modo de responder a una necesidad que apremia. Si acude a los neologismos, por ejemplo, no sigue un simple afán lúdico sino la urgencia de romper con las maneras del idioma para formular algo que, por su intensidad desgarradora, sencillamente no cabe en el molde de costumbre (por ejemplo, en “Hospital”, un extraordinario texto sobre la muerte del padre) o por la presión misma de las pesadillas del pasado reciente.
Tedesco (Buenos Aires, 1941), autor de Paisaje (1980), Reino sentimental (1985), En la maleza (2000) y Aquel corazón descamisado (2002), entre otros títulos de poesía, compone el diccionario de una lengua de la que es el creador. Y al escribir sus voces no las apacigua, no las deja quietas, sino que las reintegra al magma del que provienen y extraen su fuerza.
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