Domingo, 31 de diciembre de 2006 | Hoy
RESCATES
Por Martín Pérez
Son doscientos cincuenta textos breves. Brevísimos monólogos de una soñadora compulsiva, atrapada en una actividad que al mismo tiempo la define tanto a ella como a sus textos. La soñadora sueña. Y deja de soñar. O se queda atrapada en sus sueños. Y después –o desde ahí– escribe.
La sueñera, de Ana María Shua, es un libro raro. Y el término se utiliza en su acepción literaria uruguaya. El crítico Angel Rama definió a los escritores raros de la literatura de la otra orilla del Río de la Plata como quienes transgredieron el molde del realismo de sus contemporáneos. Un linaje que se inicia con Lautréamont, y se continúa con Felisberto Hernández, José Pedro Díaz, Mario Levrero, Armonía Sommers y otros. Ana María Shua, sin embargo, no entra dentro de esta calificación. Sólo su libro La sueñera lo hace. Porque transgredió el molde de su propia obra literaria –aunque a La sueñera le sucedieron otros libros de textos breves–, además de ser un cuerpo extraño dentro del canon local.
La por entonces autora de novelas realistas como Soy paciente o Los amores de Laurita –que de tan realista tuvo su versión cinematográfica– editó La sueñera dentro de una colección de literatura fantástica. Por entonces –mediados de los ochenta– la mítica revista El Péndulo había mutado en la revista-libro Minotauro y, amparados por tan magno sello dentro de la ciencia ficción en castellano, sus responsables también editaron una colección del mismo nombre. Sus autores eran Carlos Gardini, el onmipresente Mario Levrero y Eduardo Abel Giménez, además de Angélica Gorodischer, que editó allí su Kalpa Imperial.
Pero aun ante tal compañía, La sueñera no dejaba entonces de destacarse. Su linaje apenas si se reconocía en los juegos que Julio Cortázar había reunido bajo el título de Historias de cronopios y de famas. O en ese olvidado libro de Levrero –que merecería su propio Rescate–, llamado Caza de conejos. Reeditada y rescatada del olvido por Emecé, tal vez la verdadera compañía de un libro de textos brevísimos como el de Ana María Shua sea apenas el cuento brevísimo de Augusto Monterroso, que seguramente es el más famoso de ese tipo del habla castellana: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
Cuando Ana María Shua despierta, entonces, La sueñera aún sigue ahí.
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