Domingo, 31 de diciembre de 2006 | Hoy
BEST SELLER
Un tanto obvio en su tema y su ideología, El afgano de Frederick Forsyth muestra el afán de su autor por volver a crear un héroe convincente.
Por Liliana Viola
Todo conflicto político de actualidad, especialmente si puede dirimirse en términos de asesinato o atentado, encuentra detalles y solución en las novelas del periodista inglés Frederick Forsyth. El autor y al mismo tiempo “Commander del Imperio Británico” ingresó en el mundo de los best sellers en 1971 con su primera ficción, El día del Chacal, donde en clave de espionaje discutía la posición de Francia en la guerra de Argelia: ex oficiales de la legión extranjera francesa contrataban a Chacal, un experto asesino, para asesinar a Charles de Gaulle. Desde entonces, el recurso de novelar una noticia intercalando información técnica sobre armas, cambios de identidades, elaboración de explosivos, modus operandi de organizaciones secretas, otorga una misma estructura a todas sus novelas-hipótesis de conflicto.
La muerte de Kennedy, el tráfico de armas y sobre todo el fantasma de la Guerra Fría dieron material suficiente para justificar un estado de alerta y de paso, un Estado bien armado. Pero caídos los muros, no todo terminó. Afortunadamente (para los amantes del thriller político) llegó la Guerra del Golfo y con ella su correlato literario, El puño de Dios. En esa historia, mucho antes que Bush, Frederick Forsyth advertía que Saddam Husseim ocultaba una terrible arma secreta y para evitar peores males un agente con misión suicida se infiltraba en Bagdad. Redobla ahora la apuesta con El afgano (Plaza & Janés), donde alerta al público, respaldado por los atentados conocidos de Al Qaida, sobre la inminencia de un atentado nuevo, esta vez con la potencia de la bomba de Hiroshima.
Ya en las primeras líneas recuerda a sus lectores que “el 7 de julio de 2005, cuatro terroristas hicieron estallar sus mochilas-bomba en metros y un autobús del centro de Londres. Cincuenta y dos pasajeros murieron y unos setecientos resultaron heridos”. Sólo un desaprensivo o un analfabeto se negaría a enterarse de lo que sigue. Construido el pánico, el informado autor compensa a sus víctimas con largos párrafos donde informa y explica las luchas religiosas en el interior del islamismo.
Mike Martin, un veterano de guerra de cuarenta y cuatro años, se ha jubilado de los cuerpos especiales de elite del ejército británico; ahora vive en su granja –igual que el autor– y lleva una vida apacible y feliz. Es el único –fue educado en Irak y tiene ascendencia india– capaz de infiltrarse y desbaratar el plan. Y eso hará.
La dificultad que Forsyth viene mostrando en sus últimas novelas para generar héroes convincentes intenta paliarse aquí con un curriculum de Mike Martin que como carta ganadora ostenta dos páginas sobre su participación en la guerra de Malvinas. No es suficiente, de todos modos: el autor se muestra mucho más interesado en demostrar que muchos jóvenes ingleses descendientes de paquistaníes son un peligro latente.
Cuando Bush visitó Inglaterra en 2003, Forsyth escribió una carta en The Guardian donde le aconsejaba paternalmente que “no prestara atención a los mensajes de aquellos que pretenciosamente se denominan como el colectivo de izquierda británica, vándalos que intermitentemente irrumpen como una pústula en la piel de un país bueno”.
No hace falta conocer esta carta para interpretar la mirada del autor del El afgano. Tampoco hace mucha falta leerlo. Pero quien lo haga, llevado finalmente por la nostalgia de mejores best sellers, encontrará en su autor un soldado más que lucha con la pluma, el arma que Dios le dio, para que cada vez más lectores abracen la causa justa, distingan los buenos de los malos y cese de una vez aquello que él mismo denomina “la obsesión de la UE por los derechos humanos”.
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