RESEñAS
Habla, memoria
Amigas mías
Angela Pradelli
Emecé
Buenos Aires, 2002
232 págs.
por Sebastián Basualdo
“Tenemos esta costumbre desde hace más de veinte años. Todos los treinta de diciembre salimos solas a caminar. Sin maridos, sin hijos, nada. Sé lo que piensan: no parece ninguna hazaña que un puñado de amigas salga a comer una vez por año. Bueno, depende.” Así comienza Amigas mías, la novela de Angela Pradelli recientemente merecedora del Premio Emecé 2002. A partir de ahí, el tiempo se precipitará como a cuentagotas; del fragmentarismo aflorarán efímeros destellos que envolverán a sus protagonistas en un dulce aroma de vidas cotidianas: los trabajos y los hijos, amores desencantados, muerte, infidelidad (“Recuerdo ese fin de año en que Patricia encontró la foto de una ex alumna de Andrés en su escritorio. Joven, pechos grandes, pelo negro”), son algunos de los tópicos para esta novela que ha indagado de lleno, entre la ironía y el humor, en las vicisitudes de la memoria, como si al intentar recuperar el pasado y procurar darle una nueva significación en el presente, no fuera posible evitar la denuncia de que nos estamos eligiendo a nosotros mismos.
Un barrio, el piano expectante de la señora Miss Johnson, una primavera en la que “las cuatro robábamos moras del árbol de la casa de la esquina cuando salíamos del colegio”, o ese amigo que de pronto irrumpe en sus vidas para enchastrarlo todo con una alegría insolente: “Ema, Patricia, Olga, yo y ahora Walter, los cinco, compartíamos el empecinamiento de nuestros padres porque aprendiéramos piano”.
Pasan los años dorados, los personajes derivan hacia lo arduo y difícil. Allí está Olga, su nuevo empleo consiste en bañar personas, mujeres mayores, ancianos y locos, “como aquel tipo de Temperley que la había llamado una tarde para bañar a su mujer. Un loco el tipo. Vivía con un maniquí y decía que era su mujer”.
Con una prosa dinámica y transparente, devota de la flaubertiana exigencia de mot juste, Amigas mías habla de cuatro amigas que serán como fotografiadas en esa hora íntima y vertiginosa en la que un tono ligeramente confidencial asume su cadencia desde la vorágine de los momentos compartidos. “Las tres nos reímos. Los de la mesa de al lado nos miran cuando escuchan las carcajadas. Nosotras nos reímos y brindamos por la felicidad otra vez y los buenos tiempos.”
En Amigas mías, infancia, adolescencia y adultez se conjugan dentro de un camino demasiado árido como para no experimentar sus idas y venidas, sus ondulaciones, su enigmática espiral sin huellas.