Domingo, 7 de abril de 2013 | Hoy
¿Qué libro hay en su mesa de luz en este momento?
–No leo en la cama, nunca. En cuanto al personaje principal de mi novela, Personas como yo, Billy Abbott es un bisexual; Billy preferiría tener sexo con un hombre o una mujer a leer en la cama.
¿Dónde, cuándo y cómo le gusta leer? ¿En papel o digital?
–Me levanto temprano. Me gusta leer un rato cuando el único que está despierto es el perro. También me gusta leer de noche, no en la cama, pero justo antes de irme a dormir. No leo nada en digital. Tampoco escribo en la computadora, excepto e-mails a familiares y amigos. Escribo a mano. Siempre escribí los primeros borradores a mano, pero solía escribir los siguientes en máquina de escribir. Ahora (con mis dos últimos libros) escribo todos los borradores a mano. Es la velocidad adecuada para mí: lento.
¿Cuál fue el último libro realmente bueno que leyó?
–Cuando me gusta mucho una novela, siento ganas de releerla, en parte para ver cómo está construida. Las dos novelas que releí este año son La mesa del gato, de Michael Ondaatje, y Jack Holmes y su amigo, de Edmund White. Un uso del tiempo continuo en la primera (especialmente los flashforwards al rememorar el pasado); y un delineamiento preciso de los diferentes puntos de vista sexuales en la segunda. Dos novelas estupendas.
¿Cuál es su género literario preferido?
–Detesto la exactitud con la que se categorizan las obras literarias en uno u otro “género”; eso me tienta a decir que mi género “preferido” es algo difícil de catalogar, como gays teniendo sexo oral en jardines, con perros mirando a cierta distancia.
¿Qué libro cambió su vida?
–Grandes esperanzas.
¿Cuántos años tenía cuando lo leyó? ¿Y qué fue lo que cambió?
–Tenía quince años. Hizo que quisiera ser capaz de escribir una novela así. Era muy visual –vi todo, exactamente–, y los personajes eran más vívidos que cualquiera que me haya encontrado en una página hasta el momento. Sólo había visto personajes así en teatro, y no en cualquier obra –principalmente en Shakespeare–. Personajes recargados, pero también misteriosos. Me encantaban los secretos en Dickens –las anticipaciones contrastantes, pero no de todo–. Podías ver lo que se venía y al mismo tiempo no. Hardy produjo ese efecto en mí también, pero cuando era mayor. Y Melville, pero también cuando era mayor.
Si pudiera pedirle al presidente que leyera un libro, ¿cuál sería?
–Estoy seguro de que el presidente leyó a James Baldwin, pero posiblemente se le escapó La habitación de Giovanni, una novela corta infinitamente triste. Ésa es la novela que debería leer –o releer, podría ser el caso– porque fortalecería su determinación para hacer todo lo que esté en su poder por los derechos de los gays y para reafirmar que tales derechos son asunto de derecho civil. El ataque a los gays entre los candidatos del Partido Republicano puede ser una reacción contra el matrimonio igualitario; como sea, es reprochable.
¿Cuál fue su libro preferido de niño?
–El dragón de mi padre, de Ruth Stiles Gannett.
¿Empezó a leer desde muy chico? ¿Lee rápido o lento? ¿Creció entre libros?
–Leo lento; cuando estoy cansado, muevo los labios. Prácticamente leo en voz alta. Mi abuela me leía, y mi madre y mi padre. Mi padre era el mejor: tiene una gran voz, voz de maestro. Sí, crecí entre libros –la casa de mi abuela, donde viví de chico, estaba llena de libros–. Mi padre era profesor de historia, y le encantaban las novelas rusas. Siempre había libros alrededor.
Usted ha dado cursos de escritura. ¿Qué libro le parece útil para enseñar a futuros escritores?
–No hay un libro que los alumnos “deban” leer. Con los escritores jóvenes intentaba enfocarme en las decisiones previas a la escritura de una novela. El personaje principal y el personaje más importante no son siempre la misma persona –uno debe saber la diferencia–. La primera persona y la tercera tienen sus ventajas y desventajas; me ayuda saber cuál es la historia y quiénes son los personajes antes de elegir el punto de vista de la narración. Dos novelas que enseñé mucho fueron El gato y el ratón, de Günter Grass, y El poder y la gloria, de Graham Greene. Eran ejemplos excelentes de novelas sobre dilemas morales; los escritores jóvenes están especialmente interesados en los dilemas morales –se esfuerzan por escribir sobre esos dilemas–.
Desilusionante, sobreestimado, o simplemente malo: ¿qué libro se suponía que le iba a gustar y no fue así?
–Todo Ernest Hemingway.
¿Qué no le gusta de Hemingway?
–Nada excepto unos pocos relatos. Su máxima de “escribir lo que se sabe” no sirve para la literatura creativa; es un consejo para un periodista, no para un novelista o dramaturgo. ¡Imagina si Sófocles, o Shakespeare, o Dickens hubieran hecho caso a ese consejo! Y las oraciones de Hemingway son tan cortas y simples como para un aviso publicitario. También está esa ofensiva pose de chico rudo –¡esos hombres tan compuestos y medidos!–. A mí me gusta el consejo de Melville: “Pobres los que buscan gustar en lugar de conmover”. Amo a Melville. ¿Puedes amar a Melville y que también te guste Hemingway? Tal vez para algunos lectores sea posible; para mí no.
Si pudiera conocer a algún escritor, vivo o muerto, ¿quién sería? ¿Qué querría saber?
–No hay nada que necesite ni quiera saber sobre los escritores que admiro que no esté en sus libros. Es mejor leer a un buen escritor que conocerlo.
¿Alguna vez le escribió a algún autor?
–A muchos; me encanta escribirles a los escritores.
¿Y le responden? ¿Cuál fue la mejor carta que recibió de un escritor?
–Sí, responden. Gail Godwin escribe unas cartas bellísimas. James Salter también –Salter usa una vieja máquina de escribir y reescribe a mano–. Tiene muy buena letra. Usa papel de carta de los hoteles, muy exóticos algunos. Kurt Vonnegut era un muy buen escritor de cartas también. Como se imaginará, era muy gracioso. Grass me escribe en alemán y en inglés, que es el idioma en el que le escribo yo, pero su inglés es mucho mejor que mi alemán.
¿Qué libro hizo que quisiera ser escritor?
–Grandes esperanzas.
De sus libros, ¿cuál es su preferido? ¿Su personaje preferido?
–Hay muchos lúmpenes en mis novelas, lúmpenes sexuales entre ellos. Al narrador en primera persona de Oración para Owen Meany le dicen (a sus espaldas) un “homosexual no practicante”; no es que simplemente quiera a Owen Meany; probablemente está enamorado de él, pero nunca saldrá del closet y lo dirá. Nunca se acuesta con nadie, ni hombres ni mujeres. El Dr. Larch, el piadoso abortista de Las normas de la casa de sidra, y Jenny Fields, la madre de Garp en El mundo según Garp, tienen sexo una vez y nunca más en la vida. El narrador de El hotel New Hampshire está enamorado de su hermana. Los dos personajes más heroicos de mi nueva novela, Personas como yo, son mujeres trans –no es la primera vez que escribo sobre personajes trans–. Me encantan los lúmpenes sexuales; el mundo es más difícil para ellos.
¿Cuál es la adaptación cinematográfica de alguno de sus libros que más le gusta?
–Las normas de la casa de sidra, de Lasse Hallstrom. Me encantó trabajar con Lasse. Yo escribí el guión, pero es la película de Lasse; funciona por él. También creo que Una mujer difícil, de Tod Williams, es una adaptación excelente; inteligentemente, adapta el primer tercio de la novela, cuando el personaje de Ruth (la viuda epónima) todavía es una niña. Hizo un gran trabajo; él la escribió y la dirigió, pero disfruté trabajar con él –sólo haciendo apuntes sobre el guión y después sobre el primer montaje–.
Si alguien entrara en su lugar de trabajo, ¿qué vería?
–Hay dos viejas mesas unidas en forma de “ele”, para que pueda ir de una a la otra sobre mi silla con ruedas. Hay un soporte enorme con un diccionario extendido. Ventanas en dos paredes, muchos libros y papeles. Mi laptop está en un pequeño escritorio en el rincón más alejado de la habitación, fuera de la mesa de trabajo –estrictamente para la correspondencia–. Hay un sofá, y suele andar mi perro, un labrador color marrón.
¿Qué planea leer a continuación?
–Planeo lo que voy a escribir, no lo que voy a leer.
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