Domingo, 15 de marzo de 2015 | Hoy
FAN › UNA FOTóGRAFA ELIGE SU FOTO FAVORITA: VICTORIA GESUALDI Y “PEQUEñA HISTORIA DE LA SEMANA”, DE JORGE SáENZ
Por Victoria Gesualdi
Pienso en mi fotografía preferida y me encuentro con un altar desordenado y móvil que se acomoda con las preguntas que me inquietan en cada momento o los lugares que voy transitando. No puedo quedarme con una que se sostenga sola fuera de su contexto y el mío. Lo que sí permanece, a lo que siempre puedo volver, son los autores y sus trayectorias. Grandes maestros, claro, pero especialmente maestros cercanos a los que pude mirar a los ojos y escuchar sus dudas, sus contradicciones, reconocer o intuir sus búsquedas detrás de cada recuadro. Así llega esta imagen, como una perlita extraviada en la avalancha de Internet, un atajo virtual para hablar de su autor.
Jorge Sáenz transita el ejercicio cotidiano de la poesía con la excusa del fotoperiodismo. Una poesía incómoda que viste la realidad con preguntas para que no creamos en su transparencia. La cámara es una anécdota, puede usar teléfonos, polaroids, hallazgos analógicos o artefactos más sofisticados de esos que cargan los profesionales. La pregunta se dispara sin reparar en tecnologías, atraviesa géneros y se presenta como imagen para amplificar un sentido.
La foto que elegí puede parecer aislada entre sus ensayos reconocidos, no forma parte de una investigación de años, ni de un libro publicado, nunca fue premiada en un concurso. El la tituló “Pequeña historia de la semana” y la cargó a su cuenta de Instagram pocos días después de comenzado el año junto a una breve descripción: “Licio Franco de 8 y su hermano Natanael de 10 cazan pajaritos para aportar a la olla familiar, llevan nueve meses desplazados por la inundación, cursan cuarto y segundo grado”. Los niños adultos, de mirada intensa y gesto guerrero, llegan hasta mí entre la infinidad de fotos que se publican en coro en las distintas redes sociales, creando una redundante representación del mundo. En medio de la saturación, a veces creo ya no ver nada. Pero a ellos los veo. Y a través de ellos, veo a Jorge, presente, quizá jugando con la gomera entre los pastizales. Su mirada me interpela y en ella encuentro un punto de referencia honesto entre tanto ruido. Es la expresión del oficio del que mira, cada día, queriendo ver. Y pone los medios a su servicio.
Conocí a Jorge cuando su base ya estaba en tierra guaraní y me restaba exprimir sus visitas breves a Buenos Aires. Amigo de amigos y maestro de muchos compañeros, compartimos el armado del Primer Encuentro Nacional de Reporteros Gráficos que organizó Argra en 2011 para alentar una reflexión colectiva sobre nuestra profesión y sus perspectivas. La propuesta de Jorge fue contactar a decenas de colegas para que enviaran una imagen, o varias, y un texto a partir de la frase: “Ni objetivos, ni neutrales” y compartir los resultados de esa investigación con los participantes. La inquietud estaba en buscar los quiebres, las contradicciones del sistema para que otras miradas no formateadas por los medios tradicionales puedan abrirse camino masivo. Alentar a no dejar que otros miren a través de nosotros, a inventar estrategias para hacer llegar un mensaje que pueda movilizar en otro una idea, un sentimiento, una acción. Parece difícil despabilar conciencias cuando el concierto de estereotipos nos deja agotados, pero la vocación está en la insistencia.
Meses después, participé de una jornada intensa de proyecciones y edición, doce horas de maratón compartidas con un grupo pequeño de fotoperiodistas. Durante la mañana, Jorge condensó su trayectoria con esa energía de los maestros que se entregan en archivo y vida para que sus fotos hagan crecer otras. La densidad de sus trabajos se estructura desde una simpleza que impone cercanía y la búsqueda por amplificar una mirada que se asume subjetiva y política. Aquella tarde, compartí las copias de trabajo de mi ensayo sobre la traza de la Ex Autopista 3, entonces incipiente. Sabía que quería llegar a un libro, componer con imágenes y palabras una narración sobre la significación de la vivienda, aunque aún los bocetos no eran claros y expuse mi confusión sobre la mesa. No recuerdo las palabras precisas de ese intercambio, pero sí el impulso que me provocaron y con el que seguí trabajando. Esa vocación militante del contador de historias sigue siendo una inspiración para no adormecerme y mantener la pregunta alerta. Años después, guardo la orgullosa satisfacción de que su libro Todos los pájaros crecen y el mío compartan un mismo lugar en la colección de la editorial de La Luminosa.
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