Domingo, 28 de enero de 2007 | Hoy
SALí
Por Cecilia Sosa
La adoración de Osvaldo Soriano por los gatos es tanto o más pública que su obra. Según cuenta el escritor en su Educación Sentimental, el día que nació había un gato esperándolo al otro lado de la puerta. Un gato negro de mirada contundente le trajo la solución para Triste, solitario y final; y otro, Vení, lo acompañó en el exilio y sólo murió al regreso a Buenos Aires. Hubo un gato Pulqui que fue mono, león, pirata y bandolero en su infancia; y otro llamado Peteco que lo sacó de apuros literarios. Soriano se separó de una chica sólo porque era alérgica a los gatos y dijo que un escritor sin felino es como un ciego sin lazarillo. Soriano no dejó ninguna novela sin gatos. Y confesó alguna vez ser uno de ellos, “perezoso y distante”.
Esta historia, a diez años de su muerte, parece estarle bellamente dedicada. En pleno Barrio Norte, sobre la calle Vidt y a metros de Paraguay, hay una antigua casa abandonada. La protagonista es una chica-bien de la zona, 25 años, que responde al nombre de Chapi (y pide reserva de más datos). Cuando llegó al barrio, a Chapi le sorprendió la cuidadosa disposición de bandejas con alimentos que rodeaban canteros y árboles de aquella casa. Y un día vio a una vecina acercando comida a la puerta, mientras varios pares de patitas se asomaban para recibirla. Así averiguó algunos datos. Al parecer, la casa solía estar habitada por dos “maravillosas” señoras, hermanas entre sí y amantes de las cuatro patas. Las ancianas no sólo tenían gatitos propios, sino que proveían de agua fresca a los felinos del barrio que todos los días se acercaban puntualmente a la casa. Pero una de las hermanas falleció y la otra fue trasladada a un geriátrico. Entonces, la casa quedó sola y los mininos abandonados en el patio. Como las señoras eran muy queridas en el barrio, los vecinos se pusieron en campaña para alimentar a sus mininos. El trabajo no pudo resultar mejor: los felinos se reprodujeron felices y los techos del barrio se poblaron de nuevos y regordetes habitantes nocturnos. Chapi se sumó a la campaña pero “poco después me di cuenta de que no alcanzaba con alimentarlos; el problema era más grave”, dice. De algún modo, logró averiguar que una señora tenía la llave de la casa y que entraba regularmente a limpiarla. No se detuvo hasta dar con ella y le ofreció su ayuda. Juntas, conformaron un verdadero equipo de trabajo: vacunaron, desparasitaron y despulgaron mininos uno por uno; hasta se contactaron veterinarias que casi gratis se ocuparon de castrarlos. Así de adorables, los fueron ofreciendo en adopción. “De los 30 felinos originales. Hoy sólo quedan 10”, cuenta Chapi. Pero hace unos días, cuando la heroína llegó como siempre al refugio, se encontró con el candado roto y con la mismísima nueva dueña dentro de la casa. La propietaria advirtió que sólo tenía un mes para desalojar a los peludos habitantes: el 15 de febrero la casa-refugio sería demolida. Ahora, Chapi necesita ayuda para ubicar a sus protegidos. El pedido circula por mail y viene acompañado por simpáticos profiles de los mininos ofrecidos en adopción. Paulina, Felipe, Indio... Los aspirantes a darles un hogar no tienen más que comunicarse. También se necesita dinero para pagar pensionados gatunos y transporte para llevarlos a sus nuevas residencias.
Tal vez, iluminados por lo especial de la fecha, los gatitos lleguen a sus nuevas casas con una historia para contar. “¿Cómo hablar de nosotros si no sabemos quiénes somos? (...) Yo no tengo biografía. Me la van a inventar los gatos que vendrán cuando yo esté, muy orondo, sentado en el redondel de la luna”, dijo alguna vez Soriano.
Para colaborar con el salvataje gatuno escribir a la dirección [email protected]
Si una de las pasiones de Osvaldo Soriano fueron los gatos, la otra fue San Lorenzo. Sus amigos todavía lo recuerdan sentado a una mesa del mítico bar San Lorenzo, el viejo café de la esquina de Avelino Díaz y Avda. La Plata, donde al escritor le gustaba saborear un cortado justo antes de cruzarse a la cancha a ver al club de sus amores.
Famoso por su ventanas rectangulares, sus mesas de fórmica, sus baldosas gastadas, sus tostados de miga y sus suculentas minutas del día, el bar San Lorenzo respira nostalgia. Por sus ventanas ahora se ve el inmenso hipermercado de firma francesa. Desde que en diciembre de 1979 se jugó el último partido en el estadio (0 a 0 con Boca) y en 1982, por presión del entonces intendente militar Cacciatore, el club fue cerrado, el café amenazó en convertirse en fantasma del recuerdo de aquella época, cuando el Viejo Gasómetro convocaba todos los domingos a sus fieles seguidores.
Sin embargo, hace tres años, Eduardo Facián, su último dueño y un cuervo irredento, le dio nuevo impulso al mito. La esquina se llenó de colores, marcos azul eléctrico, paredes mostaza, y hermosos y delicados fileteados donde se leen leyendas que mezclan humor y nostalgia: un angelito desnudo hace flamear la bandera azul y roja, un San Gardel, cigarrillos 43/70, hojitas de afeitar, cerveza Andes y Bidú Cola.
El bar San Lorenzo abrió en la década del ’30 y a pesar del cambio de dueños, siempre se las ingenió para ser meca de sus hinchas y cita obligada de todas sus figuras. Por allí pasaron los vascos Angel Zuvieta e Isidoro Lángara, quienes al ser sorprendidos por la Guerra Civil Española en plena gira decidieron quedarse en Argentina. “Por eso mucha gente de la comunidad española se hizo hincha del club. En los ’40, el San Lorenzo tenía más de 40 mil socios, era el club más grande de Argentina. Fue su época de gloria”, cuenta Adolfo Res, el más ilustrado historiador de San Lorenzo y conductor del programa radial “San Lorenzo, ayer, hoy y siempre”, que tiene una sección especial dedicada a Soriano donde este domingo se le rendirá especial homenaje.
Por el bar también pasaron los “cara-sucias”, el equipo del ’63-’64, donde brillaban el “Bambino” Veira, Fernando Areán, el “Loco” Doval, el “Manco” Casa... “unos atorrantes totales que nunca fueron campeones pero que divertían a la gente”, dice Res. Roberto Telch, Sergio Villar, Rafael Albrecht y Sanfilippo también fueron apasionados habitués; los dos últimos, jugadores favoritos de Soriano y a quienes dedicó un capítulo de Artistas, locos y criminales.
El historiador guarda su recuerdo personal con el escritor en el bar. “Yo era adolescente y con mi padre íbamos mucho a ese café que siempre estaba colmado. Ese día sólo había tres personas sentadas a una mesa que daba a la ochava. Una era Soriano. Por esa época no era un personaje conocido, pero mi padre lo reconoció. Justo había leído Triste solitario y final y se acercó a felicitarlo. Soriano se puso colorado. Debía tener unos 31 años. Era 1974, el año en el que San Lorenzo salió campeón. Tiempo después partió al exilio”, cuenta Res.
Desde el 7 de junio de 2005, Soriano tiene un nuevo lugar en el bar: una placa lo recuerda en una de sus esquinas. Una iniciativa del diputado socialista porteño Roy Cortina para conmemorar el Día del Periodista. La placa le agradece “la creatividad de sus obras, el humor en sus cuentos, el placer que nos brinda su lectura, la pasión por su entrañable San Lorenzo de Almagro..., su compromiso militante y su humildad”.
Ahora, un grupo de hinchas tiene una ilusión para el barrio: que el estadio vuelva a ocupar su lugar original. Mientras tanto, acaso en señal de duelo, el bar “San Lorenzo” sólo cierra los domingos. Soriano hace lobby desde el cielo.
El bar San Lorenzo queda en Avda. La Plata y Avelino Díaz, 4921-4482. Abre, a partir del 1º de febrero, de lunes a sábados de 7 a 20 hs.
Hoy de 12 a 13, el programa San Lorenzo, ayer, hoy y siempre (AM 610), conducido por Adolfo Res, rendirá homenaje a Soriano.
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