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Domingo, 28 de enero de 2007

POR ANDREW GRAHAM-YOOLL

Soriano leído en inglés

La crítica, principalmente en inglés, celebró la invención del autor y esa sensación de desamparo que transmite, su mezcla de ironía y crítica frente a la violencia al voleo casi sin razón que marcó la primera mitad de los años ’70.

 Por Andrew Graham-Yooll

Algunas veces estos recuerdos son incómodos. La razón, en este caso, es que creo haber leído más de Osvaldo Soriano en inglés que en su original. Quizás por pasar tanto tiempo fuera del país. No fue el caso de Triste, solitario y final (1973), que me lo regaló en Buenos Aires una periodista norteamericana de Associated Press, Susan Linnée. Si no lo había leído, dijo ella, vigilante de mi formación literaria, debía hacerlo de inmediato. Eso hice, y a los dos días salimos (ella insistía en conocer de inmediato a toda persona que le parecía interesante) en busca de Soriano. No sé si fue en la redacción de La Opinión o dónde, pero la primera conversación no tenía nada que ver con libros sino cumpleaños: Soriano había nacido el Día de Reyes, 6 de enero de 1943, y yo el 5 de enero del año siguiente. Perdimos algún tiempo tratando de decidir si era un año mayor que yo, o si había que aclarar que en realidad me llevaba un año menos un día, dato que se alteraba en años bisiestos. Pavada de debate.

Nuestro contacto posterior fue en el exilio, cuando lo llamé de Londres con una consulta respecto de un dato para la revista Index on Censorship. La renovación del contacto fue por vía del pasado. Luego del saludo, me preguntó: “¿Te acordás cuando discutíamos lo del cumpleaños? Qué boludez, ¿no? Habría que escribir algo sobre eso”.

La versión fílmica de su novela No habrá más penas ni olvido (1983) se mostró en el Institute of Contemporary Arts, como parte del Festival de Cine en Londres, y por un tiempo Soriano se convirtió en lo mejor de la escritura latinoamericana. Digo por un tiempo, porque no entiendo por qué no tiene más difusión en el mundo. La novela en inglés, que es en el idioma en que la leí, apareció como Funny Dirty Little War (1986, “Graciosa sucia pequeña guerra”), editada por Readers International, un sello corajudo formado por un matrimonio heroico, norteamericanos residentes en Inglaterra que publicaban con fondos propios un pequeño catálogo de títulos que a ellos les parecía lo mejor de América latina, Africa y Asia, por lo general autores censurados o exiliados. En el circuito del exilio y entre simpatizantes del norte de Europa, la película y la novela tuvieron una buena aceptación. La crítica, principalmente en inglés, celebró la invención del autor y también esa sensación de desamparo que transmite Soriano, su mezcla de ironía y crítica frente a la violencia al voleo casi sin razón (si bien tenía explicación de quienes la justificaban) que marcó la primera mitad de los años ’70.

Hubo una época en que se tradujo bastante de Soriano a otros idiomas. Norman Thomas di Giovanni, el traductor de Jorge Luis Borges, que se había propuesto como meta traducir solamente autores rioplatenses al inglés, se entusiasmó con Soriano, y así fue como leí varios textos del marplatense en inglés. Circulaba un extracto en borrador en inglés de Una sombra ya pronto serás (1990), pero no sé si se publicó.

La crítica y estudiosa del teatro argentino Jean Graham-Jones celebra la escritura de Soriano por lo visual y teatral y la evidencia de su admiración está en su libro Exorcising History: Argentine Theater Under Dictatorship, editado por la Universidad de Brucknell, en 2000. La autora cita a Soriano en una opinión que considera fundamental para entender la época (que traduzco al castellano de la traducción al inglés): “Cada día nosotros los argentinos nos esforzamos para no hacer del horror una religión, también para no olvidar lo que sucedió”. Es una observación admirable por lo civilizada.

Lo que hay que celebrar en la escritura de Soriano es su habilidad en el uso de la ironía, que no parece tan común en el castellano y en muchos casos puede tornarse en expresión peyorativa. Soriano logra mantenerla dentro del humor y a la vez afinar su crítica. Quizás sea este aspecto de su escritura lo que hace divertidas sus crónicas sobre el fútbol aun para quienes, como yo, no entendemos la necesidad de apasionarse hasta la apoplejía por 20 (o 22) tipos que corren tras una pelota simulando una cacería por barras bravas muertos de hambre.

Su habilidad en el uso de la ironía se refleja hasta en la escritura dramática. Y la evidencia puede resumirse en un ensayo, “Vivir con la inflación”, que publicó en 1989 en la revista Nueva Sociedad y que, en versión inglesa, dio la vuelta al mundo (“Living with inflation”, The Argentina Reader, Duke University Press, 2002).

Recuerdos personales de Soriano tengo pocos, siendo los más las memorias literarias, de leerlo. Nos vimos en los comienzos en 1995 como parte del fallido grupo en la Asociación para el Periodismo Independiente, pero luego enfermó (Soriano primero, la Asociación después). El recuerdo se nutre de lo escrito y leído. Tendríamos que hacer algo para alentar su lectura a nivel internacional.

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