Domingo, 3 de enero de 2010 | Hoy
SALí
Por Ignacio Molina
El Galpón: alimentos orgánicos en Chacarita.
Si nos remitimos a la etimología de su nombre (una deformación de la palabra chacra), suena lógico que en Chacarita exista un espacio donde se comercializa la producción de quintas y chacras. El Centro Comunal de Abastecimiento, más conocido como “la feria orgánica” o El Galpón, funciona al fondo de una calle empedrada que nace en la última cuadra de la avenida Federico Lacroze y corre paralela a las vías de la estación de trenes. Se trata de un emprendimiento destinado a fomentar la relación directa entre los productores y los consumidores ideado por la Asociación Sentimiento, una mutual fundada en 1998 por un grupo de ex detenidos-desaparecidos por la dictadura militar con la intención de activar “el trabajo y la economía social como una práctica desde la cual desarrollar estrategias que llevaran a la arena política los grandes problemas”. El Galpón, surgido a la par de las ya extintas ferias de trueque nacidas al calor de la crisis del 2001, hoy cuenta con más de veinticinco puestos en los que se pueden encontrar una variedad de productos elaborados sin aditamentos químicos, como frutas y verduras, mermeladas y mieles, vinos, empanadas, panes y budines, y leche y yogures, entre muchos otros. También hay un bar con mesas al aire libre (hasta donde, casi inexplicablemente, no llega el ruido de la avenida) y una parrilla que ofrece carne de pollo y de cerdo preparada sin agrotóxicos. Pero todo no se agota en lo alimentario, ya que hay libros, telares, mates y artesanías que dan cuenta de manifestaciones artísticas y culturales de diferentes regiones del país. Quien visite El Galpón no sólo conseguirá productos de mejor calidad que en los negocios tradicionales y –debido a la ausencia de intermediarios– a un precio bastante menor; también ayudará al sustento del proyecto y al de las decenas de familias que viven de él.
Obras de primer nivel (y a buen precio) en Plaza Serrano.
Se podría afirmar que la propuesta de la Feria de Artistas Plásticos a Cielo Abierto de Palermo Viejo es única en su tipo en Buenos Aires: un sitio al aire libre y de acceso totalmente gratuito que ofrece la exhibición y venta de obras de buen nivel, seleccionadas por un prestigioso jurado, y que permite, durante los fines de semana de todo el año, la comunicación directa entre los artistas y una clase de público no necesariamente habituada a admirar obras de arte. Ideada por la sociedad de fomento de Palermo Viejo y coordinada por la artista Irina Fallik, esta interesante feria nació en el año 2002 en el lugar donde aún funciona: un borde de la Plaza Serrano –también conocida como Placita Cortázar– espacio de forma casi ovalada enclavado en la intersección de las calles Serrano y Honduras que comparte con puestos de artesanías, juegos infantiles y mesas de bares. Las obras (pinturas, collages, dibujos, grabados) se exponen sobre las rejas del arenero y en módulos independientes que no dificultan la circulación peatonal. Entre el cuerpo más o menos estable de cuarenta artistas que integran la feria (selecionados por un jurado compuesto, entre otros, por Carlos Gorriarena, Gustavo López Armentía y Tulio de Sagastizábal) y que reparte su presencia entre sábados y domingos, se puede mencionar a Viviana Derderian, especialista en retratar amaneceres y figuras humanas a través de técnicas de pintura mixtas, y al porteño Claudio Quiroga, quien se dedica a retratar paisajes urbanos en clave híper realista en acrílico sobre tela. La feria de arte de Palermo Viejo es una excelente oportunidad no sólo para recrear la vista durante los paseos de los fines de semana, sino también para adquirir, a un precio bastante más económico y accesible que el que ofrecen las galerías de arte tradicionales, obras de artistas emergentes de primer nivel.
La Caja de Pandora: un siglo de ropa vintage.
Un simple cartel sobre una fachada amarilla en una cuadra tranquila de Villa Crespo anuncia la existencia de La Caja de Pandora, una feria americana que se especializa en la venta de ropa y de toda clase de accesorios vintage y retro. Para los visitantes, una recorrida por sus estantes y percheros puede funcionar como un muestrario de los diferentes estilos que fue absorbiendo la moda argentina a lo largo del siglo XX. La feria funciona desde el 2004 en la casa de su creadora, Cristina Nirino, quien empezó recibiendo en consignación ropa usada que le acercaban amigos o vecinos del barrio y que, de a poco, de la mano de proveedoras entrenadas en detectar el desuso de roperos de abuelas y tías mayores, fue armando su propio catálogo. En él cohabitan, en excelente estado de conservación, desde los vestidos y saltos de cama con reminiscencias orientales que usaban las mujeres de la alta sociedad en las décadas del veinte y del treinta, hasta los pulóveres con hombreras de los años ochenta, pasando por las camisas floreadas y los pantalones acampanados de los sesenta y la llamativa ropa interior femenina de los cuarenta. Hay, incluso, prendas que aún están sin usar y dentro de sus envoltorios, provenientes de fábricas cerradas décadas atrás. También hay calzados, carteras y accesorios: anteojos, pulseras, corbatas, pelucas, cinturones. Un interesante servicio que brinda la feria es el de alquiler de vestuario, muy requerido por productoras cinematográficas (para la realización de películas o videoclips), estudiantes de las carreras de diseño e indumentaria, y organizadores y participantes de las, valga el oxímoron, cada vez más de moda fiestas retro. En tiempos donde suelen mixturarse estilos de épocas pasadas, La Caja de Pandora es una gran opción al momento de salir a buscar ropa atractiva y en buen estado a un precio económico.
Un clásico de San Telmo: las antigüedades de Plaza Dorrego.
”¿Quiere vender sus cosas viejas?, hágalo en una plaza.” Esta simple línea, publicada un domingo de 1970 en el diario La Nación, fue el puntapié inicial de lo que con el tiempo se transformaría en la feria de antigüedades más tradicional de Buenos Aires. La plaza a la que hacía referencia el aviso era la Dorrego, ubicada en la esquina Defensa y Humberto Primo del por entonces olvidado barrio de San Telmo, y la feria imaginada por su mentor, el ingeniero y personaje emblemático José María Peña, pronto comenzó a tomar forma: el número de treinta interesados por la convocatoria inicial fue rápidamente en aumento. Hoy la feria está compuesta por 270 puestos, donde pueden descubrirse toda clase de objetos antiguos, entre los que se destacan algunas reliquias del siglo XIX y principios del XX como una cítara de concierto del año 1850, una olla a presión de hierro de 1900 y un misal del cuero de 1887, entre muchas otras. El encanto de la feria se completa con los artistas callejeros que se dan cita a su alrededor: mimos, actores que representan a malevos y compadritos, y cantantes y bailarines de tango que dan funciones a la gorra en la misma plaza o sobre las calles empedradas que la circundan. En las cuatro décadas que pasaron desde su inauguración, la feria ayudó a que San Telmo, sin modificar drásticamente su fisonomía, cambiara totalmente su perfil: sus locales fueron ocupados por anticuarios y por variadas propuestas gastronómicas, y de ser un barrio oscuro y de difícil acceso para quienes no pertenecieran a él, pasó a convertirse, al menos los fines de semana, en un epicentro turístico para extranjeros y para argentinos del interior del país y en un sitio ideal para los porteños que quieran encontrar objetos del pasado en esa suerte de museo al aire libre en que se convierte la plaza durante cada feria.
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