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Domingo, 3 de enero de 2010

EL DISCíPULO BRASILEñO DE JAMES BROWN

El King carioca

Gerson King conoció a James Brown cuando se subió de prepo al escenario de The Supremes de Diana Ross. Se hicieron amigos y compartieron una mítica tarde de baile en Nueva York. De vuelta en su Brasil natal, fue impulsor de la música de Brown y fundador de la Banda Black Rio, que popularizó el soul y el funk en Brasil. Relegado durante 20 años, este hombre que empezó bailando en la TV con la Jovem Guarda de Roberto Carlos, ahora es rescatado del olvido por los DJ del baile funk de las favelas cariocas.

 Por Emilio Ruchansky

En los suburbios de Río de Janeiro vive un hombre que pasó esta Navidad, y pasará las que vengan, conmemorando la muerte de su maestro de baile, el astro que no presumió, como solía hacerlo, cuando escribió que hasta Elvis Presley solía pedirle consejos: James Brown. El hombre se llama Gerson King, tiene 66 pero parece de 40, es negro, alto y por momentos soberbio como el Padre del Soul. En Brasil, su nombre es casi un heterónimo del cantante norteamericano. El 25 de diciembre de 2006, Gerson estaba en casa, solo y amargado porque acababa de separarse de su mujer cuando supo que JB acababa de fallecer. Quedó arrasado. Pasó la noche viendo los DVD que tenía de los shows de su maestro en distintas partes del mundo. La estrella que lo había iluminado se había apagado, aunque nunca podría extinguirse.

La leyenda dice que Gerson, que había tomado como apellido el nombre del exquisito saxofonista King Curtis, conoció a JB a principios de 1970. El encuentro se gestó unos meses antes, en Jamaica, durante una gira de Wilson Simonal. Gerson, que bailaba y hacía los coros del autor de “Nem Vem Que Nao Tem”, pudo asistir a un show de The Supremes y en medio del concierto, mientras las tres cantantes bailaban alocadamente, él se mandó al escenario y se puso a bailar con una. Entonces ocurrió algo inesperado: el público paró de bailar.

La gente se había quedado observando esos movimientos desconocidos. Algunos, los más atrevidos, comenzaron a imitarlo. Gerson parecía poseído. Al rato todos seguían sus pasos, mezcla del frenesí de la samba brasileña y la dulzura del soul del mítico grupo de Diana Ross. “Fue una locura”, reconocería unos años después Gerson. Quiso la fortuna que el manager de The Supremes en vez de bajarlo del escenario le prometiera presentarle a James Brown en New York, en donde tocaría varias semanas después.

Por entonces Gerson ya era todo un iniciado; había bailado en el programa de TV Hoje é Dia de Rock y en la Jovem Guarda de Roberto Carlos. Su encuentro con la gran estrella ocurrió una fría mañana de febrero y duró un par de horas, las suficientes para cambiar la vida de Gerson. Se saludaron en una suite de un hotel en la gran manzana y su maestro casi no hablaba, estaba resfriado y de mal humor. Gerson no sabía qué decir. De repente, JB fue hasta la vitrola, puso uno de sus discos de funk y miró fijo al visitante. El ritmo era sincopado, vertiginoso y contenido a la vez, como para sacudirse atado.

Sin intimidarse, Gerson dejó que el sonido penetrase por sus poros, entrara a su corazón, pasara a la sangre y de la sangre fuera a los músculos. Para él, ese movimiento es la demostración de que existe el Alma. Tras ese momento de parálisis, comenzaron los movimientos. La música alejó el frío y la soledad que sentía. Cuando se acabó el disco, JB puso otro y lo miró un rato hasta que el maestro decidió imitar los movimientos del desconocido. Había algo latino en ese baile, más latino que los pasos de boogaloo que el gran cantante había captado de los portorriqueños.

Los dos hombres bailaron casi sin intercambiar palabra. JB había asimilado los pasos de Gerson, al punto que los repetía como si no los estuviese aprendiendo; ponía una y otra vez sus discos y se concentraba en sus pies, como solía hacerlo en cada escenario. Eran casi las tres de la tarde cuando su discípulo, cansado por el esfuerzo, sugirió que se detuvieran. No hubo caso. Recién tres horas después, cuando ambos estaban empapados en sudor y agitados, el maestro paró de moverse, rezó una oración y dijo: “Es hora de comer”.

Durante la cena JB quiso saber qué impacto tenía su música en Brasil, donde ya era popular pero no masivo. Luego hablaron de ritmos brasileños y sudamericanos: de la samba carioca, del bolero, de la capoeira, el cha-cha-cha, la macumba. Se despidieron como si fueran viejos amigos. Gerson asistió a sus shows y se llevó a casa varios LP de soul. No volverían a verse. Además de la música y el baile, el brasileño había visto cómo se afianzaba el orgullo negro en los Estados Unidos, donde los ritmos nacidos en los guetos más pobres hacían bailar a negros y blancos por igual.

En Brasil, al igual que en Estados Unidos, se consume más música local que extranjera y Gerson volvió a Madureiras, el barrio donde se crió y aún vive, con la idea de introducir la mayor creación de James Brown, el funk. Por entonces, Renato y Seus Blue Cap’s, The Feever’s, Ed Lincon y los grupos de samba como Brasil Show imperaban en los clubs cariocas. Gerson era un desconocido aunque ya había grabado un disco llamado Brazilian Soul para Polydor, un sello en el que grabó JB. El conjunto se llamaba Gerson Combo e a Turma Do Soul, hacían una versión libre y muy sincopada del clásico “Na Baixa Do Sapateiro”.

Junto con los DJ Big Boy y Ademir Lemos, Gerson armó un baile en el Canecao, una casa de espectáculos muy famosa en Río. Fue un éxito y el puntapié a lo que se denominó como el movimiento “Black Rio”, que sin tener proyecto político derivó en una reivindicación de la identidad afro en Brasil. Los show se repitieron en otros barrios periféricos hasta entrar en las favelas, donde se popularizaron. Los discos de JB eran, por supuesto, el número principal; el himno, “Sex Machine”.

En el camino, Gerson ayudó a formar la Banda Black Rio, que popularizó la mezcla de samba y funk, aunque nunca tocaron con la delicadeza de Jorge Ben en Silêncio no Brooklyn (1967) y Africa Brasil (1976). Gerson también transformó un grupo tradicioal de pagode en Union Black, la banda que grabó en 1977 su único disco, homónimo, y que contiene “Melo do bobo” y “Voulez-vous”: el primero, un funk relajado y bien carioca; el segundo, un sonido disco al estilo del imparable Hamilton Bohannon.

El crecimiento de los “bailes blacks” o “bailes da pesada” fue permitido al principio por la dictadura, en el poder desde 1964, en un gesto demagógico. Sin embargo, como admitió Ivanir do Santos, por entonces secretario ejecutivo del Centro de Articulación de Poblaciones Marginadas, “el asunto se les volvió en contra y empezaron a infiltrar agentes del Servicio de Inteligencia Nacional para destruir el movimiento Black Rio, cuando percibieron que aquello era una forma de tomar conciencia”.

Las radios boicotearon a la nueva camada de artistas de funk y peor aún: dejaron de publicitar los bailes da pesada. En Estados Unidos, James Brown había comprado radios para evitar los mismos problemas. En medio de la opresión, Gerson fue detenido dos veces por averiguación de antecedentes, al tiempo que su maestro era encarcelado, acusado de evadir impuestos al fisco. A esa altura, el discípulo brasileño ya había grabado otros dos discos: Gerson King Combo Volumen 1 y 2, con hits de esa época que vuelven a escucharse ahora: “Mandamentos Black”, “God Save the King” y “Funk Brother Soul”. JB le envió un telegrama, que Gerson incluyó en la contratapa del primer volumen, en el que lo felicita “por su excelente trabajo de black music”.

Durante los ’80 y los ’90, Gerson desapareció del mapa musical como lo hiciera JB, aunque los raperos samplearan a ambos y cantaran encima de sus bases. Con los años, productores como DJ Marlboro y DJ Catra, impulsores del precario y pegadizo baile funk nacido en las cientos de favelas cariocas, y las bandas Berimbrown y Funk como le gusta rescataron a Gerson King del olvido colectivo. En breve saldrá un DVD con los shows que viene dando junto al grupo Supergroove y un documental donde lo tildan de “James Brown brasileño”. Su maestro estaría orgulloso. Y él, aunque lamente tamaña pérdida, sabe que el baile debe continuar.

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