Domingo, 3 de abril de 2011 | Hoy
SALí
Por Ignacio Navarro
En Parque Centenario, un club de científicos amateurs vigila la luna en telescopio del siglo XIX.
Desde hace más de ochenta años, la Asociación Argentina de Amigos de la Astronomía promueve y practica la observación astronómica a puertas abiertas, para todos aquellos interesados en la contemplación y el análisis de los astros. Su actual presidente, el arquitecto Roberto Makintosh, la ubica “a mitad de camino entre un lugar de investigación y un club social”. No cuenta con casi ningún apoyo público y se financia exclusivamente mediante el aporte de sus socios y la colaboración de privados. “Para invitarte a la noche de los museos sí te llaman”, se queja Roberto y a la vez reconoce que se trata de un caso único en toda Latinoamérica: el de una asociación de científicos amateurs que sobrevive al paso del tiempo sin ningún empujón financiero del Estado. Son más de 700 socios. Por ejemplo Mónica, que se incorporó hace más de cuarenta años y dice que las formaciones estelares que más le gustan son los cúmulos globulares, conjuntos de estrellas viejas que, al haber perdido energía y brillo, son más difíciles localizar.
Bajo la cúpula de observación se alza imponente un telescopio Gautier que fue importado desde Francia en 1882. Aún funciona a la perfección, pero lógicamente, con el paso de los años, la Asociación modernizó su instrumental. En las terrazas aledañas al recinto principal también hay varios telescopios más pequeños que permiten realizar tareas mucho más precisas que el viejo Gautier, que a pesar de todo sigue siendo la estrella de las visitas guiadas que se realizan todas las semanas que no esté nublado. Porque el cielo despejado es una condición indispensable para la actividad.
La cuota es de $38 y habilita el acceso a las instalaciones y descuentos en todos los cursos que se dictan en la asociación: construcción de telescopios, fotografía astronómica, introducción a la astronomía, entre otros.
Asociación Amigos de la Astronomía se encuentra en Av. Patricias Argentinas 550. Tel.: 4863-3366 www.asaramas.com
A dos cuadras de Plaza Miserere, el primer observatorio de la Ciudad.
Aunque hoy suene absurdo, durante miles de años el hombre lo pensó todo creyendo que se encontraba en el centro de la Creación. El vertiginoso desarrollo de la ciencia astronómica, alimentada por la física, la matemática y la geometría, barrió con todo. “Pero dentro de algunos cientos de años, los que vienen también se van a reír de lo que pensamos nosotros”, dice Diego Giraud, un poco en broma, otro poco en serio, mientras camina hasta lo más alto del barrio de Once, hasta la cúpula del Observatorio San José. Construido a fines de 1870, en el centro de la manzana que alberga al colegio, se trata del primer puesto de observación astronómica de la ciudad de Buenos Aires. Llegar hasta la cúpula implica ascender varios pisos a través de los fantasmagóricos pasillos de un colegio que tiene 150 años de historia. El tramo final de recorrido, el más empinado, es una escalera angosta decorada con los rostros –ilustrados por los mismos miembros del observatorio– de los principales referentes de la historia astronómica. Ptolomeo, Copérnico, Kepler y compañía vigilan en silencio el ascenso de quienes llegan hasta el puesto de observación. En la escotilla espacial, Germán, Alberto, Ricardo y Diego; los cuatro comandantes toman fotografías astronómicas mientras explican las actividades. El 8 de abril comienza Astronomía Observacional, el primer curso del año, que aporta los conocimiento iniciales para orientar la mirada hacia arriba.
Diego explica que la luna, si bien hermosa y redonda en el ojo de la noche, no es la mejor acompañante para observar el cielo. Su fuerte reflejo opaca y dificulta la obtención de fenómenos más lejanos, pero no por eso menos brillantes. A su vez, el cielo de la ciudad, manchado por las luces de neón, tampoco ayuda a que los fotones de luz que viajan desde lo profundo del espacio sean mejor capturados por el ojo humano a través del telescopio. “Mirando el cielo te das cuenta de dónde estás ubicado en el universo”, reflexiona Diego mientras pasea su mirada sobre los edificios, y sintetiza nuestra existencia frente a la vorágine del universo como “un puntito de nada”.
Observatorio del Colegio San José, en Bartolomé Mitre 2455. Tel.: 4951-0264/4303 [email protected] www.observatoriosanjose.com.ar
Manchas solares y pedagogía en la terraza del Joaquín V. González.
La última vez que pasó el cometa Halley, Pablo tenía 19 años y se preparó para recibirlo. Así, hace más de 20 años, comenzó este largo romance con los astros. Ahora dicta la materia astronomía en el Instituto Joaquín V. González y allí mismo realiza observaciones con su alumnos y recibe visitas esporádicas de los colegios. Al comienzo, por el año 1995, utilizaba su propio telescopio para realizar las observaciones; recién cinco años después compraron equipos que pasaron a formar parte del material del Departamento de Astronomía del Instituto.
Una terraza amplia con vista al oeste es el espacio de ensayo para realizar las prácticas. Las visitas de otros colegios, lamentablemente, se realizan durante el día, cuando lo único que se puede ver realmente bien es el sol: una esfera de gas a 6 mil grados en el centro de la Vía Láctea. Pero con el telescopio pueden verse algunas manchitas negras sobre el margen del disco solar. Son “pozos” que se forman sobre su superficie, espacios en donde la temperatura de la estrella desciende y provoca ondas magnéticas que ejercen un influjo poderoso sobre los fenómenos terrestres. “En la década del ‘70, en Canadá, explotó una central de energía por esas ondas”, explica Pablo, que no es ningún supersticioso. Cuando su hijo tenía siete años le preguntó por qué la luna no se caía. Esa imagen quedó grabada en su memoria, la de un profesor dedicado a explicar la ciencia de los astros apta para todo público.
El Instituto Joaquín V. González está en Ayacucho 632 Tel.: 4372-8286 institutojvgonzalez.buenosaires.edu.ar/extrac/observatorio.html
El observatorio del Nacional de Buenos Aires, también a disposición de otros colegios.
Clases de astronomía en la terraza del Colegio Nacional Buenos Aires.
En las últimas Olimpíadas de Astronomía, dos alumnos del Nacional se coronaron con el primer y segundo lugar. Luis, profesor de Astronomía en el colegio, fue quien los preparó y está orgulloso, aunque reconoce, sin restar méritos, que fue con un poco de ventaja, ya que son muy pocos los alumnos de secundario que cuentan con un observatorio propio para poder prepararse. En todo caso, realizando las solicitudes correspondientes y bajo la autorización previa de las autoridades del colegio, las instalaciones de este punto astronómico pueden ser visitadas por alumnos de otras instituciones. Luego de estar clausurado durante varios años, fue reinagurado por iniciativa de Rodolfo Di Peppe, actual director del Observatorio, en 1986, y desde entonces no ha dejado de funcionar.
Las imágenes capturadas por otros nunca suplantan “la experiencia de recibir los fotones directo en los ojos”, dice Luis, quien instruye a sus alumnos en clases teóricas en un aula y prácticas en la cúpula de observación. Porque el aprendizaje también implica manipular el telescopio para dar justo con el objetivo propuesto. Por ejemplo, la Nebulosa de Orión: un grupo de estrellas encerradas en una nube de gas y polvo espacial.
Luis se conectó por primera vez con la astronomía en la misma aula en donde hoy da sus clases. Luego estudió ingeniería, música y filosofía; pero nunca terminó de irse de las aulas del Nacional. Ahora es el jefe de Trabajos Prácticos del curso que dirige Di Peppe.
El Observatorio Héctor Otonello, del Colegio Nacional de Buenos Aires, está en Bolívar 263. Tel.: 4331-0733 [email protected] www.astro.cnba.uba.ar
Fotos: Pablo Mehanna
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