Domingo, 3 de abril de 2011 | Hoy
MúSICA > THE NATIONAL, LA BANDA QUE LIDIA CON LA ANGUSTIA ADULTA
Fueron un secreto de la crítica y el indie durante una década, pero con su último disco llevan vendidos medio millón de unidades sin ceder un milímetro a la sutileza musical y complejidad emocional de sus canciones. Hoy y mañana tocan en Buenos Aires. Un motivo perfecto para conocer a la banda que no eligió la pose rockera ni el consuelo soleado del indie y decidió hacerle frente a esa angustia adulta que dura toda la vida.
Por Mariana Enriquez
La historia de The National es un sencillo cuento de hadas indie, adecuadamente discreto y sin grandilocuencias. Se formaron en 1999 en Ohio, un estado que suele retener a las bandas dentro de sus fronteras (salvo algunas célebres excepciones, como The Cramps). Escapando a ese destino de banda de provincias, se mudaron a Brooklyn, Nueva York, con su extraña formación: el cantante Matt Berninger, los hermanos mellizos Aaron y Bryce Dessner (bajista y guitarrista) y los también hermanos Bryan y Scott Devendorf (batería y guitarra). El camino hacia el primer disco llevó tres años: The National se editó en 2001, en un sello que ellos mismos fundaron. Tuvieron atención de la prensa, pero no consiguieron salir de la enorme bolsa de buenas bandas indie sin nada destacable, sin nada especial, con la esperable combinación de pop elegante y alt-country. Una amalgama que acabó volviéndose convencional, casi una marca de respetabilidad.
Pero había algo allí, todavía en evolución, pero evidente. En primer lugar estaba la voz de Berninger, barítono, con una monotonía hipnótica que le ganó comparaciones con Leonard Cohen e Ian Curtis. The National no se parecía a ninguno de los dos, pero algo en la comparación era justo más allá de la voz cantante: un fondo de inquietud, de neurosis, que les daba tensión y verdad a las canciones.
En 2003, con el segundo disco, Sad Songs for Dirty Lovers, esa inseguridad rumiante subió a la superficie y las canciones de The National empezaron a encontrar lo que la banda tenía para decir. Musicalmente, las influencias estaban del lado de Wilco y Uncle Tupelo –es su disco más country–, pero las letras revelaban un miedo a la vida adulta que las bandas por lo general nunca mencionan, seguramente por esa adolescencia prolongada que significa estar en un grupo, o porque grupos clásicos e insignes del indie como Pavement han preferido el camino de la ironía para expresar sus inseguridades. “Slipping Husband”, una canción pop con mucho de R.E.M., dice: “Sentate acá, tenemos que hablar / Estás actuando como un chico / No queremos hablar sobre todo lo que no pudiste hacer / Pudiste haber sido una leyenda, pero ahora sos padre / Eso es lo que sos ahora”. Berninger parecía estar hablándole a su yo futuro, y también lo hacía en “Sugar Wife” y “Trophy Wife”, canciones mellizas de hermosas melodías que se preguntaban sobre si serían las esposas quienes los harían hombres, si son las mujeres las que vuelven adultos a los chicos.
Este disco gustó, pero no les consiguió las mieles de la crítica, ni la respuesta del público. Hizo falta el lanzamiento de Alligator, en 2005, que los llevó a listas de discos del año, festivales, ventas decentes y la posibilidad de dejar sus trabajos para dedicarse a la banda gracias a un contrato con el sello Beggars Banquet. El disco que enamoró, finalmente, fue Boxer (2007). La producción quedó a cargo de Padma Newsome (de The Clogs), que le dio al disco un aire épico, cercano a Arcade Fire, pero más directo. Con las influencias country casi desvanecidas, la banda existía en un terreno que en una primera escucha perezosa parecía monótono y después crecía en sutilezas, especialmente en canciones como “Guest Room”, que se iba abriendo como una flor nocturna, o “Apartment Song”, lo más cercano a un hit que consiguieron, con su angustiante letra sobre la quietud de la vida de clase media urbana, ciertamente cómoda, pero, ¿un poco muerta? Hacía tiempo que nadie se hacía esta pregunta, quizá porque los excesos y las poses del rocanrol se volvieron clichés risibles y las bandas, especialmente las del indie, empezaron a reivindicar la vida sencilla, los paisajes cotidianos, los pequeños amores, las mañanas de sol, el suburbio, la infancia. Tanto lo hicieron que empezaron a volverse conservadoras y un poco tontas. The National, sin estridencia, parece cuestionar esa comodidad de campus universitario y suburbio rico; y no lo hace apelando al desgarro y la angustia, como, por ejemplo, Conor Oberst y Bright Eyes, sino con la tranquila decisión de escribir canciones ansiosas. Pitchfork Media escribió que tenían “la ansiedad estadounidense y cierta elegancia europea”. La elegancia se refería a la voz de Berninger, que nunca explota su poder vocal y prefiere mantenerse en un plano de frialdad, de distancia; esa contención es central para que las canciones nunca parezcan alcanzar la catarsis. Se ha dicho que The National es una banda sombría, pero no es cierto. Sus canciones jamás llegan a la euforia, pero están llenas de un particular sol otoñal. Es más bien una banda preocupada. Steven Hyden, de A.V. Club, los define bien: “Es justo comparar a Berninger con Woody Allen. Es cierto que no es gracioso, pero los últimos discos de The National demostraron una habilidad muy Allen de meterse en las cabezas urbanitas, sobreeducados y espiritualmente desnutridos, tocando la creciente angustia que llega cuando el peso de la adultez empieza a ocupar el vacío de la adolescencia prolongada”.
Allí se ubica High Violet, el disco editado el año pasado que los sacó del estante de favoritos de los críticos para llevarlos por fin al público: hasta ahora vendió medio millón de copias, un montón para una banda indie que no cedió un milímetro de complejidad como lo demuestra el primer tema, “Terrible Love”, que habla de caminar con arañas, de un miedo abisal al compromiso, y que termina con un reverb muy ruidoso que no consigue sacarse el miedo de encima sino que deja a los escuchas colgados. Tiene como lógica continuación “Sorrow”: “La tristeza me encontró cuando era joven / Esperó y ganó / Me puso a tomar pastillas / Está en mi miel, está en mi leche / Y no quiero deshacerme de ella”. Ah, la comodidad de la neurosis. Muchos hablaron de crisis de mediana edad para explicar la atmósfera de High Violet, pero Berninger explicó recientemente: “La ansiedad y la preocupación son estados mentales muy comunes. No sé cuánta gente puede decir que se despierta por la mañana llena de confianza y dicha. No es una crisis de mediana edad porque no se va nunca. La gente tiene acné en la adolescencia, pero la ansiedad dura toda la vida”. Todas las canciones de High Violet son excelentes a la antigua, un disco de 11 temas que tiene algo de los álbumes de vinilo, el arco narrativo en música y letra. Por supuesto que “Afraid of Everyone” tiene que ser la quinta canción, con las armonías un poco tenebrosas de Sujfan Stevens, uno de los invitados. La canción es acerca de un hombre que se acerca a los 40, el propio Berninger, que está con su hijo sobre los hombros (el cantante tiene un hijo pequeño) y que les tiene miedo a todos, que quiere proteger a su familia, que no quiere lastimar a nadie, que no sabe si podrá hacerlo y se enrosca hasta que la canción termina en frases repetitivas y guitarras desoladas en fade-out. Para que los escuchas no queden con un hueco en el estómago, está el single “Bloodbuzz Ohio” y su épica nostalgia por la tierra natal, con la increíble presencia de la batería de Devendorf, que les da a estas canciones hipnóticas una energía fabulosa. Y también el perfecto cierre, “Vanderlyle Crybaby Geeks”, una balada que con sutil guitarra acústica, la melancolía del piano y su hermoso estribillo deja sin aliento. Un final majestuoso para uno de los mejores discos que haya dado el indie en mucho, mucho tiempo.
The National toca hoy y mañana a las 21 en La Trastienda, Balcarce 460. Entradas desde $ 120.
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