Domingo, 16 de marzo de 2008 | Hoy
NAVEGá
Por Diego Fischerman
El 8 de diciembre de 1958, en el Estudio 58 de la CBS, se grabó un show de TV con un grupo de jazz. Había tres saxofonistas tenores: Lester Young, Coleman Hawkins y Ben Webster. También eran tres los trompetistas: Roy Eldridge, Doc Cheatham y Rex Stewart. El grupo se completaba con el trombonista Vic Dickenson, el pianista Mal Waldron, el saxo barítono de Gerry Mulligan, Danny Barker en guitarra, Milt Hinton en contrabajo y el baterista Jo Jones. Y había una cantante: Billie Holiday. Escuchar es un placer. Pero ver las caras y los movimientos de cada uno de ellos cuando simplemente escuchan a los otros es extraordinario. La sonrisa de Holiday ante la entrada increíble, tenue, exquisita, de Lester Young, vale de por sí el video que, además, tiene muy buena imagen y sonido.
Una vez en YouTube, se debe buscar como Gerry Mulligan+Billie Holiday.
Se habla de que la música es pura relación de sonidos. Theodor Adorno llegó a calificar al “oyente emocional” como una de las especies más bajas dentro de la taxonomía de la escucha. El buen oyente es, se supone, el que es capaz de la abstracción más absoluta. Si alguien cree realmente eso, está invitado a ver a Martha Argerich, todavía adolescente, tocando la Polonesa Nº 6 de Chopin. Si la manera en que ella canta para sí y anticipa con un mohín de los labios la entrada del primer tema no agrega nada a lo que suena —que es, desde ya, fantástico—, si verle las manos sobre el teclado y espiar su concentración e intuir ese ser la música y estar habitada por ella de manera absoluta en el momento de la interpretación no cambia —no enriquece y completa— la escucha, será nomás que Adorno tenía razón.
Buscar como Martha Argerich+Polonaise 6.
“Romaria”, de Renato Texeira, es una de las grandes canciones de tradición popular de las últimas décadas. Y la versión de Elis Regina en vivo en Portugal, en 1978 —el año en que estrenó la canción y la grabó en disco— es insuperable. Con el mejor grupo imaginable, arreglos de quien era su marido, el pianista César Camargo Mariano, y un sonido que, aunque no se haya llamado así, fue una de las versiones más originales del rock de la época, Elis construye una obra maestra, meticulosa, perfecta en cada matiz y absolutamente irrepetible. Para quienes tengan ganas de seguir por el mismo rumbo, también hay imágenes de la actuación en 1974, en la inauguración del Teatro Bandeirantes (dos de las mejores canciones de Milton Nascimento, “Conversando no bar” y “Travessia”), y de un show televisivo de 1973.
Buscar como Elis Regina+1978+Romaria, Elis Regina+1974 y Elis Regina+1973.
La orquesta de Aníbal Troilo, aseguraban los más críticos, hacía mucho que era un retrato de sí misma. Que hacía siempre lo mismo, que —como luego harían los Stones— se imitaba incansablemente. Puede ser. Pero la posibilidad de escucharla en vivo tocando “Danzarín”, de Julián Plaza, en la gala que, organizada por Sadaic, tuvo lugar en el Teatro Colón el 17 de agosto de 1972, tiene un atractivo innegable. Es cierto, el tema —bellísimo y con un arreglo magnífico, por otra parte— ya había sido grabado en 1958; no hay lenguaje nuevo, ni sorpresas. Lo cierto es que no los necesita. La cohesión de la orquesta, su impulso rítmico, su sentido del tempo, el genial rubato del director en el bandoneón y ese estilo recatado, sin sobreactuación de ninguna clase —ni del ritmo, como las orquestas “grasas”, ni del virtuosismo, como las orquestas “finas”—, alcanzan para convertirla en un clásico.
Buscar como Troilo+Danzarín.
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